EL DERECHO Y SU REDUCCIÓN FORMALISTA.
LO ILEGITIMO NO PUEDE SER DERECHO.
“… es
oportuno llamar la atención sobre la insuficiencia, y los funestos efectos, de
aquellas concepciones que consideran Derecho todo lo que, y sólo porque, tenga
forma de tal, o, dicho de otra manera, que lo reducen a sus puras formas. Por
su propia índole, éstas consisten en entidades ideales, y de ahí se sigue que
el formalismo puede ser exacto y fecundo en un plano gnoseológico y ontológico,
de máxima abstracción, para indagar las condiciones del conocimiento del
Derecho y su ser en general; pero lo único que se da en o a que accede la experiencia
jurídica, y que en los hechos dispone de fuerza y se impone, son los Derechos u
ordenamientos espacial y temporalmente —hic et nunc— determinados, cada
uno de los cuales se concreta e identifica, y se distingue de los restantes,
por sus contenidos, que son, de cierto, el objeto de las correspondientes
reelaboraciones dogmáticas, señalan sus limites y generan su diversidad. Esto
explica la incapacidad del formalismo para comprender que los cambios políticos
desde regímenes de opresión a otros de factura democrática que se llevan a cabo
con arreglo a las normas
establecidas no suponen alteraciones de fondo, sino que suelen impedirlas, y
simplemente disimulan y aseguran la continuidad de las situaciones de
predominio existentes; fenómeno que ha acaecido con deplorable insistencia en
nuestros días. En relación con ello está, pero atañe mucho más al hilo
principal del discurso que venimos desarrollando, una práctica que adopta una
forma jurídica para vulnerar la nota de inviolabilidad del Derecho y que, por
tanto, lo conculca: el hecho, no insólito, de enmascarar bajo una apariencia de
Derecho los que no pasan de ser actos de imposición dictados por los titulares
del poder público para beneficiarse del acatamiento que aquél provoca y
descargar así con menor riesgo y mayor eficacia exacciones y violencias
arbitrarias en su provecho o en provecho de individuos o sectores precisos […].
No; Incitatus, el famoso caballo de Calígula, por muy puntuales y solemnes
que fueran las formalidades con que le confirieron tan eminente dignidad, nunca
fue cónsul, como tampoco el mero conjuro de unos ritos y unas palabras logrará
jamás que nada en sí ilegítimo sea respetado como Derecho y regle el
desenvolvimiento ordenado y libre de una sociedad”. (De “Violencia y justicia”, 1994).