Criminología: La
desatendida producción criminal de los poderosos.
Sutherland y "El delito de cuello blanco".
En
1982 cuatro exalumnos del curso de Derecho penal 1980-1981, de Manuel de RIVACOBA,
solicitamos a la Dirección de la Escuela que aquél impartiera un curso
electivo sobre Criminología. Éramos sólo cuatro, entre quienes recordamos a un
entonces estudiante -muy inteligente- de Casablanca. La experiencia fue muy
valiosa.
Manuel se animó, preparando un texto que
hasta hoy guarda vigencia.
En efecto, por medio de Edeval, publicó Elementos de Criminología (dudaba si denominarle Nociones… o Elementos…); divisando su importancia para comprender el tema, en la primera parte del texto describió –primorosamente- vicisitudes de las clasificaciones de las ciencias (tema que exige integrar todo curso de Introducción al Derecho), para luego, en su Lección II, ilustrar dogmática penal y política criminal.
Incluso, publicó -en cuadernillo- el Programa de la asignatura.
Cuando el tiempo se lo permitía, RIVACOBA revisaba personalmente las
pruebas de imprenta proporcionadas por Edeval. En imágenes, algunas de sus
correcciones sobre las mencionadas pruebas, y cómo quedaron en el texto del
Programa definitivo.
[Pulse sobre imágenes para expandirles].
En lo que atañe a la
disciplina criminológica, como bien lo indica Fernando ÁLVAREZ–URÍA, de la Universidad Complutense de
Madrid, estamos en deuda con Edwin H. SUTHERLAND, y especialmente por su
aporte para enfocar la conducta criminal de sectores pudientes.
El tema posee
importancia y actualidad; no olvidemos los recientes casos Falabella y D y S, Johnson’s y La
Polar, implicando a grandes empresas auditoras, y el trágico caso Nutracom (y,
en materia laboral, la acción patronal antisindical, groseramente lesiva),
cuyos responsables, gracias al régimen procesal penal y negociando con el
ministerio público,
en muchos casos operan
transacciones pecuniarias barnizadas de altruismo evadiendo
la consecuencia penal, no recibiendo sanciones
–no
diremos penas-;
a lo más, multas de monto ridículamente bajo en relación al daño ocasionado y a
sus fortunas societarias y personales.
En el escasísimo evento de condenas penales, éstas son de mínima entidad real.
A continuación se reproduce el Prólogo que
ÁLVAREZ-URÍA realizó para una nueva edición, en español, del clásico de
SUTHERLAND, El delito de cuello blanco, mediante el sello madrileño La
Piqueta, en 1999.
El delito de cuello blanco es el título del
libro más importante de Edwin H. Sutherland, el sociólogo del delito más
influyente del siglo XX. Son bien conocidos los avatares por los que pasó este
libro que fue publicado por vez primera en 1949 por la Editorial Dryden Press
de Nueva York. Sutherland era reticente a realizar recortes y a silenciar los
nombres de las setenta grandes empresas norteamericanas que sirvieron de base a
su investigación, tal y como le exigían de forma imperativa tanto la editorial
que se hizo cargo de la publicación, como la Universidad de Indiana. Finalmente
terminó cediendo a las presiones hasta el punto de llegar a consolarse con la
idea de que la censura impuesta proporcionaba al libro un mayor valor ejemplar,
pues obligaba a establecer una mayor distancia con las empresas específicas
estudiadas, unas empresas que mostraban ser reincidentes en la delincuencia.
Muchos años después de la muerte de Sutherland sus discípulos publicaron en la
Universidad de Yale, en 1983, una cuidada versión del libro original sin
recortes. Sin embargo, una de las primeras traducciones de aquella primera
versión censurada que Sutherland entregó a la imprenta fue la traducción
española realizada en 1969 por Rosa del Olmo, profesora de la Facultad de
Economía y Ciencia Social de la Universidad Central de Venezuela. Esta
traducción es la que ahora sirve de base a nuestra edición, y queremos expresar
nuestro más vivo y sincero agradecimiento a Rosa del Olmo por la generosa
cesión de su valiosa traducción para la Colección Genealogía del poder de Ediciones La Piqueta, pues gracias a ella
podemos disfrutar de uno de los textos clásicos de la sociología del delito, un
libro que ha contribuido a revolucionar el panorama de la criminología del
siglo XX. Hemos enriquecido la versión venezolana incluyendo en sendos anexos
dos nuevos textos del autor sobre los delitos de cuello blanco que fueron
escritos poco antes de la publicación de este libro y que hasta ahora
permanecieron inéditos en español.
La mayor parte de los comentaristas de la
obra criminológica de Sutherland coinciden en fijar como punto de partida del
concepto de delito de cuello blanco la reunión anual organizada por la American
Sociological Society que tuvo lugar en Filadelfia, en diciembre de 1939, es
decir, diez años antes de que saliese a la luz la publicación en inglés de este
libro. Se trataba de la 34 reunión anual de la Sociedad, que estuvo presidida
por el sociólogo de la Universidad de Chicago Jacob Viner, y en la que la
conferencia presidencial corrió a cargo precisamente de Edwin H. Sutherland. Su
disertación se titulaba The
White Collar Criminal. El impacto que produjo esta conferencia entre los
sociólogos que participaban en la reunión fue enorme. También algunos periódicos
publicaron resúmenes del contenido de la intervención, resúmenes que en
ocasiones dejaban traslucir la imagen de un Sutherland radical que adoptaba
posiciones liberales (1). ¿Cómo llegó Sutherland a elaborar
este nuevo concepto que fue clave en la formación de una nueva sociología del
delito? ¿Qué efectos se derivaron de la introducción de esta nueva categoría en
la percepción del mundo del delito? ¿Sigue teniendo vigencia en la actualidad
un libro que cuenta ya con cincuenta años de existencia desde su primera
publicación? Intentaré brevemente avanzar algunas respuestas a estas
cuestiones, pero el objetivo principal de esta presentación es facilitar una
lectura más sociológica y contextualizada de este libro pionero de Edwin
Sutherland.
Para entender cómo surgió El delito de cuello blanco, para dar
cuenta sociológicamente de sus condiciones de posibilidad, es preciso
remontarse a la propia carrera profesional de Sutherland e inscribirla en el
marco social e institucional que favoreció la formación del concepto de delito
de cuello blanco. Dicho de otro modo, es preciso estudiar la obra de Sutherland
en estrecha vinculación con el Departamento de Sociología de la Universidad de
Chicago y con las teorías del delito dominantes en la época, pero es preciso
también tener en perspectiva la gran espiral de delitos de los poderosos y el
alto grado de corrupción que se desencadenaron en los locos años veinte,
especialmente en Chicago, a la sombra de la prohibición.
Son muy numerosos
los trabajos que han puesto de relieve la estrecha relación existente entre la
naciente sociología norteamericana y los movimientos filantrópicos reformistas
surgidos, sobre todo, en el marco de la religión baptista (2).
En Chicago fue también un baptista, Albion Small, quien asumió en 1892 la
dirección del primer Departamento de Sociología de los Estados Unidos de
América. Entre los profesores de sociología del Departamento dominaban los que
compartían proyectos reformistas de inspiración cristiana. Cuando en junio de
1906 el joven Edwin Sutherland ingresó en ese Departamento el clima político e
intelectual que encontró no le debió resultar en absoluto extraño pues su
padre, que había estudiado él mismo en la Universidad de Chicago, era también
un miembro cualificado de la Iglesia baptista, y de hecho desempeñaba el oficio
de profesor de griego en el seminario baptista de Gibbon, en Nebraska.
Precisamente en esa ciudad nació Edwin, el tercero de siete hermanos, el 13 de
agosto de 1883.
La enseñanza de la sociología norteamericana
en Chicago se implantó en un lapso de tiempo relativamente corto a través de
una serie de medidas que se reforzaron entre sí formando parte del proceso de
institucionalización de esta disciplina académica. A la ya mencionada creación
en 1892 del Departamento de Sociología por el historiador y también sociólogo
de formación alemana Albion Small, con la ayuda de fondos privados, hay que
añadir la publicación en 1894 del primer manual de la especialidad, Introduction to the Study of Society,
escrito por George Vincent y por el propio Small. En 1895 se creó el American
Journal of Sociology y, en fin, en 1905 también Small contribuyó a fundar la
American Sociological Society. La sociología era definida por este primer grupo
de pioneros como una ciencia inductiva y de observación, una ciencia
experimental alejada por tanto de la filosofía de la historia.
En la génesis de la sociología de Chicago se
produjo una estrecha vinculación entre sociología y reformismo social. Albion
Small, durante su estancia en Alemania entre 1879 y 1881 había estudiado en
Leipzig y Berlín con los economistas sociales Gustav Schmoller, Adolf Wagner y
Albert Schäffle. El planteamiento de los primeros sociólogos de Chicago estaba
por tanto más próximo de las concepciones de los socialistas de cátedra que de
las teorías revolucionarias de los movimientos sociales radicales. En uno de
sus primeros artículos programáticos Albion Small reclamaba la autoridad de la
joven ciencia social contra aficionados y agitadores especialmente de extrema
izquierda. De hecho esta primigenia sociología norteamericana, si la comparamos
con la sociología europea, surgía marcada por una doble innovación:
1. Abandono de la preocupación central por el
capitalismo, que hasta entonces había estado en la base de la reflexión
sociológica de los sociólogos clásicos europeos. La cuestión social fue
substituida por los problemas sociales.
2. Abandono, en fin, de la sociología histórica para
adoptar como modelo el paradigma ecológico de las ciencias naturales. Las
historias de vida y el análisis circunscrito al presente iban a generar una
deshistorización de la sociología que el funcionalismo en su doble vertiente,
la gran teoría, y el empirismo abstracto, tiñó de tintes aún más radicales.
Sociología es por tanto, se escribe en el
mencionado libro de texto de 1894, la organización de todo el material
proporcionado por el estudio positivo de la sociedad. No se trataba sin embargo
de una pura morfología social pues a esta primera fase descriptiva se añadía
una segunda fase estática o comparativa en la que se analizaba la distancia
entre los procesos reales y la idealidad proclamada. Por último el análisis
sociológico incluía una tercera fase dinámica en la que se analizaban las
condiciones para un cambio social que hiciese real el ideal. No sería justo
hacer de la sociología de Chicago un pleonasmo de la ingeniería social al uso
pues la investigación empírica no estaba en absoluto desvinculada de las
consideraciones éticas (3).
A diferencia de Europa, en donde la
tradición académica heredada no dejaba mucho espacio para la consolidación de
la sociología, desde el momento en el que la sociología se institucionalizó en
la Universidad de Chicago se vio prácticamente libre de obstáculos para su
rápido desarrollo, lo que explica en parte el crecimiento exponencial de la
nueva disciplina que se nutrió en un principio de una estrecha vinculación con
el trabajo social. De hecho sociólogos tan representativos del Departamento de
Sociología como Anderson, Shaw, McKay, Thrasher y Wirth realizaron
investigaciones directamente vinculadas con el trabajo social (4).
El estudio de casos constituía entonces la perspectiva privilegiada del
naciente Social Work. La sociología norteamericana adoptaba así una dimensión
aplicada que por lo general estaba ausente en la tradición sociológica
universitaria de Europa. De hecho la sociología francesa por ejemplo,
capitaneada por Emile Durkheim, se vio asediada a finales de siglo en La
Sorbona por una gran ofensiva de las cátedras de humanidades unidas en una
especie de Santa Alianza. El vitalismo de Bergson y el espiritualismo cristiano
de Peguy hicieron frente común contra el sociologismo de Durkheim y su escuela.
En Chicago, mientras tanto, la sociología se nutrió de la perspectiva
interaccionista introducida por el trabajo social, una perspectiva que se vio
potenciada por el pragmatismo en tanto que escuela de pensamiento genuinamente
norteamericana que se institucionalizó entre 1895 y 1900, es decir,
coincidiendo con la institucionalización de la sociología en Chicago (5).
Los principales representantes del
pragmatismo en Chicago fueron nada menos que John Dewey y George Herbert Mead.
Los pragmatistas asumían, siguiendo a William James, una concepción relacional
de la verdad que en términos sociológicos se tradujo por una mayor sensibilidad
para escuchar el punto de vista de los actores sociales. Fue así como la
historia social europea pasó a verse substituida en la sociología de
Norteamérica por las historias de vida. A diferencia del concepto de
degeneración, que hunde sus raíces en la obra del psiquiatra francés Morel -y
que reenvía a las patologías de la herencia-, los sociólogos de Chicago se
sirvieron más bien del concepto de desorganización social -enraizado en el
darwinismo social- que confiere una mayor importancia al medio ecológico, al
medio social. La ciudad pasaba a convertirse así en el espacio de observación
natural de la naciente ciencia social norteamericana. La ciudad es un mosaico
de pequeños mundos en conflicto.
La desorganización social es más un fenómeno
colectivo que un fenómeno individual. Sin duda la desorganización reenvía a un
orden alterado, trastocado, pero también a una reorganización posible. Y en la
medida en que esos procesos de desorganización y reorganización no son
exclusivamente de naturaleza biológica, sino más bien de naturaleza humana,
urbana, cultural, los sociólogos de Chicago llegaron a conceder una importancia
primordial a las regiones morales, al orden moral. Hacer sociología en Chicago
equivalía a objetivar el clima moral en las distintas áreas sociales de la
ciudad (6).
Cuando el joven
Sutherland ingresó en el Departamento de Sociología de Chicago, en 1906, uno de
sus primeros y más influyentes profesores fue Charles R. Henderson, también
baptista, que impartía un curso sobre el Tratamiento social del delito. Años
más tarde escribía Sutherland a un amigo: Cuando
entré en el curso del Dr. Henderson recibí de él personal atención. Me habló,
me conoció, y se interesó por mi. Concretamente yo me interesé por hacer
sociología y por el tipo de sociología que el profesor Henderson desarrollaba.
Mary Jo Deegan señala que en los anales de sociología de Chicago Henderson es
prácticamente un profesor olvidado, sin embargo fue uno de los sociólogos más
influyentes del Departamento. Estaba especializado en la criminología, la
reforma de las cárceles, la delincuencia juvenil, el seguro de sanidad y la
integración del hombre moderno en un contexto secular y religioso (7). El caso bien conocido de Graham Sumner, que sustituyó el
púlpito por la enseñanza de la ciencia social, no era por tanto una excepción.
Entre 1909 y 1911 nos encontramos ya al
joven Sutherland impartiendo clases de sociología y psicología en el Grand
Island College en el que su padre era el Presidente. En 1911 regresa a la
Universidad de Chicago para culminar sus estudios, y sabemos por toda una serie
de testimonios de la época que estaba bastante decepcionado de la enseñanza de
la sociología (8). De hecho cuando regresa no se incorpora
al Departamento de Sociología sino al de Economía Política con la intención de
trabajar con Thorstein Veblen. Por desgracia Veblen abandonó ese mismo año la
Universidad de Chicago para irse a Stanford por lo que Sutherland pasó a
trabajar con Robert Hoxie, el principal colaborador de Veblen. Su Ph. D. en
Sociología y Economía Política dirigido por Hoxie, y tutorizado por Henderson,
se tituló Unemployment and Public
Employment Agencies y obtuvo la calificación de magna cum laude. Sutherland inauguraba así un campo de estudio
vinculado con la sociología del trabajo en el que se inscribieron años más
tarde otras investigaciones sociológicas de Chicago como The Hobo de Neil Anderson.
Me parece que la relación de Sutherland con
Veblen, aunque fallida en parte, no debe ser pasada por alto. Veblen había
publicado en 1904, el mismo año en el que se imprimió la primera entrega de La
ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber, un libro titulado
The Theory of Business Entreprise. El
análisis de Veblen sobre el espíritu de un capitalismo industrial, cada vez más
movido por el desarrollo de la tecnología y la creciente importancia del
crédito, conducía a conclusiones muy en la línea de los procesos de
petrificación social señalados también por Weber. Por otra parte ya Veblen en
su Teoría de la clase ociosa había
introducido el concepto de depredación para describir los comportamientos de
industriales regidos por un egoísmo voraz propio del salvajismo de las clases
altas. Aún más, en la Teoría de la clase ociosa Veblen establecía
explícitamente una analogía de fondo entre capitalistas y delincuentes: El tipo
ideal de hombre adinerado se asemeja al tipo ideal de delincuente por su
utilización sin escrúpulos de cosas y personas para sus propios fines, y por su
desprecio duro de los sentimientos y deseos de los demás, y carencia de
preocupaciones por los efectos remotos de sus actos; pero se diferencia de él
porque posee un sentido más agudo del status y porque trabaja de modo más
consistente en la persecución de un fin más remoto, contemplado en virtud de
una visión de mayor alcance. Veblen era quizás el único profesor de sociología
de Chicago que mantenía un discurso abiertamente anticapitalista centrado en la
cuestión social (9). El hecho de que Sutherland quisiese
trabajar con él, así como el objeto de su tesis centrada en el paro, indican
que se adscribía a posiciones un tanto alejadas del reformismo social
filantrópico, más próximas por tanto de los planteamientos socialistas.
Entre 1913 y 1919 Sutherland fue profesor de
Sociología en el William Jewell College de Liberty, en Missouri, una vez más
una institución baptista (10). En 1919 pasó a impartir
clases en la Universidad de Illinois. El catedrático de sociología E. C. Hayes
le propuso que escribiese un libro de texto de Criminología que efectivamente
escribió y salió a la luz por vez primera en 1924. Este manual fue múltiples
veces reeditado y ampliado, y también traducido a otros idiomas (11).
En 1926 Sutherland pasó al Departamento de Sociología de Minnesota, que tras
Chicago, Columbia y Wisconsin constituía el cuarto Departamento más importante
de los Estados Unidos. Su interés continuaba centrado en los temas
criminológicos, en la sociología del delito. En una importante carta a su amigo
Luther Bernard (13 de julio de 1927) Sutherland señala que su estudio de la
sociología responde a un interés en los métodos para mejorar las condiciones
sociales. Cuando me convertí en un
officer de la Asociación de Protección Juvenil contemplé por vez primera en mi
vida las condiciones de vida en las zonas de inmigrantes de una gran ciudad.
Esto me impresionó profundamente como había ocurrido con la primera literatura
que había leído (Jacob Riis, etc.) y desarrollé una actitud supuestamente radical.
Estaba impresionado por la escasa modificación que se podía conseguir mediante
organizaciones reformistas, y quería algo así como el socialismo (...) que
podría provocar un cambio a la vez rápido y profundo (12).
Entre 1929 y 1930 Sutherland pasó a trabajar
en el Departamento de Higiene Social de Nueva York, y desde ese año hasta 1935
trabajó en el Departamento de Sociología de la Universidad de Chicago. En el
verano de 1930 visitó seis prisiones en Inglaterra, así como otras cárceles en
el continente y en la península escandinava. Como resultado de la actividad
desplegada en Nueva York y en Europa publicó en 1931 un importante artículo
titulado The Prison as a Criminological
Laboratory. Detengámonos por un momento en este texto poco conocido pues es
una contribución importante de Sutherland a la sociología criminal.
Uno de los presupuestos básicos que parecen
compartir los estudiosos de la criminología es que para luchar contra el mundo
del delito es preciso conocer al criminal, sus costumbres, y los métodos de los
que se sirve para cometer sus fechorías. Como escribió un experto en higiene
mental, a quien Sutherland cita quizás con una cierta ironía, del mismo modo
que cuando en el terreno de la agricultura se produce una plaga de insectos
destructores los biólogos estudian sus características biológicas y su
comportamiento con el fin de acabar con ellos y salvar las cosechas, el estudio
de la personalidad de los delincuentes en la prisión puede proporcionar
conocimientos de vital importancia para atajar los crímenes. Efectivamente en
la prisión el delincuente resulta físicamente accesible y se lo puede observar
durante un largo y continuado periodo de tiempo. En la cárcel muchos presos
refrescan su memoria y están dispuestos a cooperar en proyectos de criminología
científica. Existen sin embargo, escribe Sutherland, dos grandes dificultades
para el estudio de los delincuentes en las prisiones. La primera es que los
delincuentes que se encuentran en las prisiones no son todos los delincuentes,
sino únicamente un selecto grupo de delincuentes. A la cárcel no van todos los
delincuentes, y los que van difieren de los delincuentes que no van por el modo
de pensar, por su status económico, por su estabilidad emocional, raza, lugar
de nacimiento, y otras variables.
Lógicamente los delincuentes más hábiles e
inteligentes, o los que están integrados en el crimen organizado tienen menos
probabilidades de ser detenidos que los delincuentes que son débiles mentales,
por ejemplo. No se trata sin embargo de una dificultad insalvable pues incluso
personajes como Capone y alguno de sus lugartenientes ya habían por esta época
visitado las cárceles. El problema es que hay que ser cauteloso a la hora de
presentar tipologías y servirse de las estadísticas oficiales, y sobre todo a
la hora de generalizar y de extraer conclusiones a partir de datos provenientes
de la observación realizada en las cárceles.
La segunda dificultad se deriva de que la
prisión no es el hábitat natural del delincuente. Para algunos estudiosos del
delito esta es una dificultad que invalida los estudios realizados en las
cárceles pues estudiar la vida del delincuente en la cárcel es como estudiar la
vida de un león en una jaula. Sutherland señala que lo importante no son tanto
las conductas materiales cuanto las interpretaciones que el delincuente elabora
de su propia vida y de sus propios actos por lo que la prisión no invalida el
estudio de los delincuentes, especialmente de los mas viejos, los más difíciles
y los más peligrosos.
A la hora de analizar los trabajos que se
vienen realizando en los centros penitenciarios es preciso distinguir entre los
fines administrativos y los objetivos de control social. Ambos fines no siempre
coinciden, pero en todo caso lo importante de estos estudios realizados en las
prisiones es comprender al delincuente. Cuatro eran entonces, según Sutherland,
las principales líneas de observación y de trabajo en las cárceles, convertidas
en laboratorios sociales para estudiar el mundo del delito. La primera,
dominante en Europa, estaba dirigida por criminólogos y psiquiatras y era una
tendencia biologicista u organicista, centrada en la herencia y en la
constitución física y psicológica del delincuente. Esta tendencia existía
también en los Estados Unidos en donde psicólogos y psiquiatras desarrollaron
test mentales para medir la inteligencia y otros rasgos de la personalidad los
prisioneros. Una vez realizadas estas medidas se contrastaban con la media de
la población considerada normal y se estudiaban las desviaciones a la media. En
Estados Unidos existía sin embargo una segunda tendencia en la que equipos
multiprofesionales, formados por psiquiatras, psicólogos y sociólogos, y
también por criminólogos dependientes del Estado central, adoptaban una
posición relativamente exterior a la institución para estudiar el mundo de los
reclusos. Destaca en este sentido la experiencia de Illinois. Como subraya
Sutherland, una parte verdaderamente interesante del trabajo de este equipo es
la recopilación de biografías de prisioneros realizada bajo la dirección de los
sociólogos. Y añade: Clifford R. Shaw ha publicado dos de estas autobiografías
que parecen especialmente relevantes tanto para los objetivos administrativos
como para una teoría de la conducta criminal, así como para las políticas
generales de control.
Efectivamente el conocido libro de Shaw, la
mítica historia de vida The Jack-Roller,
acababa de ser publicado por la Universidad de Chicago en 1930. La tercera
línea de estudio era la que se llevaba a cabo, por ejemplo en Massachusetts,
por funcionarios de prisiones interesados sobre todo por la vida institucional
y por el control inmediato de los reclusos. El cuarto tipo de
prisión-laboratorio sería una fórmula mixta del segundo y tercer tipo:
especialistas y funcionarios trabajarían juntos en favor de una mejora de la
institución y en favor de un mejor conocimiento del mundo del delito. Trabajos
en esta línea se realizaban entonces en las cárceles de Moscú y también en
alguna institución de Illinois. Para Sutherland se trataba del modelo ideal, un
modelo sin embargo que se encuentra con frecuencia con la resistencia de la
legislación y de la opinión pública. Por otra parte no es fácil encontrar
buenos especialistas ni abundan los funcionarios adecuados para este trabajo.
La formación de unos y otros es deficiente. Sin embargo la tendencia para el
futuro está clara y de ello se derivarán mejoras en el tratamiento de los
reclusos así como teorías más ajustadas sobre la delincuencia y mejores programas
para la prevención del delito (13).
Me parece que en este artículo aparecen ya
de forma clara algunas líneas de fuerza características de la criminología de
Sutherland. Por una parte la distancia con los planteamientos biologicistas de la escuela positiva
italiana de derecho penal era ya manifiesta. Se distancia también de las
teorías psicológicas e individualistas del delito, y muy especialmente de los
test mentales. Cuando psiquiatras, psicólogos y criminólogos, andaban
obsesionados por cuantificar la incidencia de la herencia y del medio en las
conductas criminales, cuando expertos de todo tipo entraban a saco en las
cárceles con el fin de realizar el retrato-robot del tipo delincuente en estado
puro, Sutherland se atreve a invalidar las elaboraciones teóricas sustentadas
en las estadísticas criminales oficiales porque realmente no son delincuentes
todos los que están en las cárceles y sobre todo porque no están en las
cárceles todos los que son delincuentes. Pero hay algo más, Sutherland asume un
punto de vista sociológico, un punto de vista en el que la variable clase
social va a resultar decisiva para comprender el entramado jurídico-penal.
Opta, en fin, por comprometerse en la búsqueda de una teoría del delito que sea
a la vez explicativa y que concurra a prevenir los actos delincuentes. Las
principales condiciones para la formación del concepto de delito de cuello
blanco estaban dadas. Para avanzar era preciso verificar empíricamente que los
criterios de selección del sistema penal son socialmente selectivos. En este
sentido resultó decisivo su encuentro con un ladrón profesional. Era un ladrón
alto, bien vestido, de buena presencia y modales afables, locuaz y observador,
un ladrón al estilo de los que aparecen en alguna películas de amor y lujo. Su
seudónimo era Chick Conwell, pero su nombre de pila era Broadway Jones. La
Universidad de Chicago pagó a Jones cien dólares por mes, durante tres meses,
para que contase a Sutherland la historia de su experiencia en la profesión. El
trabajo se inició en 1932 pero The
Professional Thief no se llegó a publicar hasta 1937 cuando ya Sutherland
había abandonado Chicago en 1935 para incorporarse como catedrático de
sociología y director de Departamento de la Universidad de Indiana.
Una de los capítulos más llamativos del
trabajo de Sutherland y Conwell es el dedicado al asesor jurídico. En él se
pone muy claramente de manifiesto que los ladrones profesionales eluden casi
siempre la acción de la justicia y por tanto no sufren condenas en las
cárceles. Basta un somero conocimiento de las poblaciones reclusas para darse
cuenta que a las cárceles van sobre todo delincuentes comunes procedentes de
las clases bajas que se sirven fundamentalmente de métodos intimidatorios para
perpetrar los delitos. Pero si los ladrones profesionales, los ladrones de
clase media, casi nunca van a las cárceles ¿qué ocurre entonces con los
delincuentes de clases altas?, ¿cuáles son los delitos de las clases altas?,
¿cómo consiguen evitar los delincuentes de clases altas las condenas penales y
la reclusión? Cuando se crean las condiciones intelectuales para objetivar un
problema se abre también la vía a soluciones posibles. Pero en este caso esas
condiciones intelectuales no estaban muy distantes de la vida cotidiana de
Chicago. La ciudad era entonces el laboratorio social que alimentaba la
reflexión sociológica de la Universidad.
Durante su estancia en Chicago Sutherland
tuvo tiempo suficiente para darse cuenta de que las conexiones entre el crimen
organizado y los poderes públicos corruptos estaban muy extendidas, tanto en
los medios policiales como en la magistratura y la administración. Por otra
parte, Frederik Thraser, también sociólogo formado en Chicago por la misma
época, había puesto claramente de manifiesto en su investigación sobre las
bandas -The Gang (1927)- las redes
existentes entre las autoridades honorables y los gansters.
Cuando en 1892 se
abría el primer Departamento de Sociología de una Universidad Norteamericana
Chicago era ya una ciudad industrial en plena expansión. Entre 1887 y 1897 la
superficie de la ciudad se multiplicó por cinco y la población por cuatro. Sin
embargo entre 1900 y 1930, la superficie de la ciudad creció únicamente un 10%
en extensión mientras que la población se duplicó. La densidad de la población
pasó así a ser un factor decisivo de la morfología urbana. En 1920 de los dos
millones setecientos mil habitantes casi un tercio (805.482) eran inmigrantes.
Los blancos norteamericanos representaban un 23,7 % de la población total.
Treinta y nueve líneas de ferrocarril surcaban la ciudad y a ella afluían sin
cesar emigrantes y trabajadores de paso. Más de mil iglesias daban cobijo a
organizaciones religiosas y filantrópicas mientras que el periódico Tribune, en marzo de 1928, cuando se
aproximaba el gran proceso contra Al Capone, había censado 215 casas de juego
con una cifra de negocios diaria estimada en más de dos millones y medio de
dólares. Las cifras oficiales indican que en ese año se produjeron en Chicago
un total de 367 asesinatos por muerte violenta.
En 1920 la suma de emigrantes rusos,
alemanes y polacos pasaba de 350.000 y la de suecos, irlandeses, italianos y
checos de los doscientos mil. Como señaló el sociólogo francés Maurice Halbwachs,
de quien retomo algunos de estos datos, el hecho de que exista en la
Universidad de Chicago una escuela de sociología original se debe en parte a
que los sociólogos ansiosos de materiales empíricos no tenían que alejarse
demasiado de sus despachos para encontrarse con su objeto de estudio (14). Ante ellos se desplegaba una gran ciudad industrial en
progresivo crecimiento acelerado en donde se daban cita los problemas urbanos,
la miseria, el fraude, las salas de baile de las taxi-dance, las apuestas
trucadas en las carreras de galgos, el contrabando de licores y el gansterismo,
con los centros de trabajo social, las asociaciones filantrópicas, las ligas
contra la depravación y el vicio, y también las agencias públicas y privadas de
colocación. En 1920 se inició también la prohibición que duró hasta diciembre
de 1933 y con ella Chicago pasó a ser el paradigma de las ciudades sin ley, el
epicentro del Imperio del crimen, el símbolo por antonomasia de las ciudades
peligrosas.
John
Torrio, que llegó a Chicago en 1915, fue el primer rey de los prostíbulos, el
gran empresario del negocio de la trata de blancas, y también el primer ganster
fiel a la idea de que más vale hacerse amigo de los hombres de la ley que
combatirlos. El mismo podría muy bien encarnar el ideal ascético propio del
empresario capitalista descrito con trazos firmes por Max Weber: rostro
descarnado y huesudo de una palidez monástica, metódico, austero, sigiloso,
puntual en el pago de sus deudas, astuto, previsor, de energía indomable,
escrupuloso en la contabilidad de sus diversos y prósperos negocios, pacífico,
pues jamás empuñó una pistola, en fin, amante de la música pues las arias de
las operas italianas embargaban sistemáticamente de visible emoción su alma. Su
esposa, una acaudalada dama de Kentucky de rancia estirpe norteamericana, lo
consideraba el mejor de los maridos pues convirtió su vida de casada en una
larga y serena luna de miel. Torrio urdía los asesinatos desde el misterio de
la sombra. Rodeado de borrachos no probaba una gota de alcohol. Envuelto en
toda clase de disipaciones, no se mezclaba en ninguna. Jamás cruzó sus labios
una palabra obscena u ofensiva. Por la mañana, al salir de su hogar, situado en
la Avenida Michigan, despedía a su esposa con un beso. Terminado su trabajo
diurno, regresaba en su coche, almorzaba en babuchas y se pasaba la tarde
tranquilamente en una butaca. Tal era su rutina (...) Era amante de la música y
conocía a fondo las obras de los grandes compositores.(...) Se comportaba con
dulzura, reserva y dignidad.(...) El que se topara con él sin conocer su
verdadera personalidad hubiera llevado la impresión de un caballero distinguido
(15). Cuando el gran Colossimo (Big Jim) fue asesinado en
1920 Johnny Torrio asumió el mando supremo del hampa en Chicago. Durante su
reinado setenta y cinco cervecerías, algunas de ellas de su exclusiva
propiedad, funcionaron a pleno rendimiento. Con la ayuda de Al Capone los
negocios de Torrio fueron aun mucho más viento en popa. Al comercio de alcohol
y de cerveza se sumaban los garitos de juego y las casas de prostitución. Todo
este ingente negocio, claro está, no se podía mantener en activo más que con el
concurso que le prestaban las maquinarias políticas, judiciales y policiales de
la ciudad. En 1925, cuando las cosas empezaban a ponerse más difíciles, Torrio
se fue definitivamente de Chicago y Capone se vio entronizado como el nuevo
Napoleón del hampa. Convirtió el Hotel Levingston en su cuartel general y allí,
escribe Burns, celebraba sus conferencias
diarias bajo los retratos de Lincoln y Washington: en su forma externa se
parecía mucho al Consejo de administración de alguna gran sociedad exportadora
o casa bancaria de la calle La Salle. Elegantemente vestidos, las cabezas
lamidas por el peine, y una flor en el ojal de la solapa, los miembros del
Consejo echaban displicentemente bocanadas de humo, bostezaban de cuando en
cuando, y a veces asentían con la cabeza.
Al Capone, que consideraba la bolsa de Wall
Street un juego fraudulento, algo así como una mesa de ruleta trucada, sentía
sin embargo una gran pasión por las apuestas en las carreras de caballos. En el
hipódromo se paseaba entre los gentlemen
rodeado de guardaespaldas luciendo en su mano una sortija con un diamante de
once quilates que le había costado cincuenta mil dólares. Hice mi fortuna,
decía, prestando un servicio público. Si yo violé la ley, mis parroquianos,
entre los que se encuentra la mejor sociedad de Chicago, son tan culpables como
yo. La única diferencia entre nosotros consiste en que yo vendí y ellos
compraron. Cuando yo vendo licores el acto se llama contrabando. Cuando mis
clientes se los sirven en bandeja de plata se llama hospitalidad (16).
La alianza ente los poderes públicos
corruptos y las mafias dio paso a la impunidad. Las cárceles se llenaban de
pequeños y pobres rateros mientras los grandes delincuentes se paseaban
desafiantes acompañados de las autoridades de la ciudad que ellos mismos habían
contribuido a hacer elegir. Pero las cosas no podían seguir así
indefinidamente.
El 9 de julio de 1930 Jake Lingle, un
periodista nacido en el West Side que había entrado de botones en el Chicago Tribune y que gracias a Al
Capone se había convertido en el reportero de moda, en el principal cazador de
noticias del mundo del hampa, caía asesinado por un asesino alto, rubio y de
ojos azules, en un paso subterráneo cuando se dirigía al hipódromo de
Washington Park. La prensa de Chicago ofreció 55.000 dólares a quien proporcionase
las pistas que condujesen a descubrir al asesino. Las montañas de papeles
removidas permitieron, entre otras cosas, formular una acusación contra Capone
por fraude fiscal. El proceso comenzó el 6 de octubre de 1931, cuando la
popularidad de Capone había llegado a lo más alto. Los efectos de Gran
Depresión eran entonces devastadores y Capone no dudó en recurrir a medidas
filantrópicas para ganar popularidad. Y así, en 1930, en un edificio del South
Side, se distribuyeron en seis semanas ciento veinte mil comidas a los parados,
y el Día de acción de gracias Capone regaló cinco mil pavos a los pobres.
Cuando aparecía en público con su frac y su sombrero flexible gris de
doscientos dólares, muchas mujeres se echaban a sus pies e insistían en besarle
la mano. Cuando aparecía en los partidos de beisbol, deporte que le apasionaba,
el público prorrumpía en aplausos y saludos (...). Los periodistas estaban
fascinados por su personalidad (17). Pero Capone no tuvo
tiempo de peregrinar al Vaticano para lavar definitivamente su cara de asesino
por el módico precio de entregar una generosa limosna al Banco del Santo
Espíritu, ni tampoco consiguió abrirse un hueco en el mundo de las finanzas
legales. Sus abogados, entrenados en el arte de los arreglos y los manejos con
jueces y jurados, no pudieron hacer frente al moralismo del juez Wilkerson que
lo condenó a diez años de cárcel por evasión fiscal. Fue entonces cuando sus
abogados pusieron el grito en el cielo y, refrendados por algunos juristas
eminentes, declararon que la sentencia constituía una monstruosidad jurídica.
Pero todo fue en vano. Capone ingresó en la cárcel de Chicago y de esta pasó a
la de Atlanta para terminar al fin ingresando en la mítica Alcatraz. Cuando en
la primavera de 1929 fue detenido en Filadelfia por tenencia ilícita de armas
había declarado al director de la seguridad pública su incapacidad para
abandonar el mundo del hampa: Durante los
dos últimos años he estado tratando de salirme, pero una vez que uno está en el
racket se queda en él para siempre. Los parásitos te siguen por donde vayas,
solicitando favores y dinero, y no puedes librarte jamás de ellos, vayas donde
vayas. Sin embargo gracias también a esas redes densas Capone logró
sobrevivir a cuatro jefes de policía, dos administraciones municipales, tres
fiscales federales de distrito y un regimiento de agentes federales
prohibicionistas; había sobrevivido a innumerables campañas contra el crimen,
investigaciones de jurados de acusación, cruzadas de reforma, campañas
electorales para la limpieza general, cambios de personal en la policía y
pesquisas y debates del Congreso. Al fin en la celda de la cárcel pudo dormir
tranquilo. La hora de los grandes héroes del hampa, vanidosos y dados a la
exhibición de su fortuna, había pasado. Pero Capone dejó detrás de si ciertas
lecciones para la Mafia y la Cosa Nostra y para las bandas interestatales que
le sucedieron. Y la primera lección fue la de evitar la publicidad. (18). Comenzaba entonces una nueva etapa para América. Franklin
Delano Roosevelt abría con el New Deal un nuevo espacio para la democracia
social y una ley del 5 de diciembre de 1933 abolía de raíz la prohibición. El
crimen organizado pasaba a refugiarse en el juego y en el anonimato, los capos
de la mafia intentaban adoptar la apariencia de legalidad. ¿Qué ocurría en
realidad bajo el manto prestigioso y protector del mundo de los negocios
honorables, allí donde el tipo ideal de hombre adinerado, el capitalista -que
para Veblen se asemeja al tipo ideal del delincuente-dispone sin escrúpulos de
cosas y personas para sus propios fines? ¿Iban estos personajes a seguir
gozando de un espacio de opacidad al margen de toda consideración ética y
jurídica? Fue preciso que un sociólogo como Edwin Sutherland hiciese acopio de
sensibilidad, inteligencia, valor y entereza moral, para poder pensar, y a la
vez investigar, cómo el mundo de delito no era ajeno al mundo caliginoso y
secreto de las sociedades anónimas.
Chicago, la ciudad
del crimen organizado, era al mismo tiempo una ciudad fascinante por la
diversidad de una población caracterizada por la multiculturalidad y por la
afluencia incesante del dinero y de la fuerza de trabajo. Esta ciudad, que hizo
posible el nacimiento y desarrollo de la sociología norteamericana, y en la que
se inscribe la obra de E. Sutherland, fue también el caldo de cultivo que hizo
posible el nacimiento de la novela negra.
Cosecha roja se publicó por
entregas entre noviembre de 1927 y febrero de 1928 y La llave de cristal en
1931. Conviene no olvidar que Dashiel Hammett además de ser un libertario
radical, y el gran escritor creador la novela negra, extraía sus fuentes
literarias de la vida cotidiana de Chicago, y más concretamente de las tramas
que iban desde los bajos fondos hasta las cumbres borrascosas, tramas que él
mismo conoció practicando como detective para la agencia Pinkerton la técnica
de la observación participante. Como escribió Raymond Chandler Hammett trataba
de ganarse la vida escribiendo de algo acerca de lo cual contaba con
información de primera mano. Una parte la inventó; todos los escritores lo
hacen; pero tenía una base en la realidad; estaba compuesta de cosas reales.
La realidad descrita por Hammett desplazaba
la trama de la novela policiaca de los espejos venecianos y de los bombones de
chocolate envenenados con cianuro hacia el mundo del hampa, entraba en los
callejones oscuros y en los garitos de juego, allí donde la crema de la
sociedad se codea con los matones y los asesinos a sueldo. De hecho uno de los
primeros encargos que recibió Hammett de la agencia fue informar sobre una
huelga de los trabajadores de la compañía minera Anaconda Cooper en Montana. La
empresa le ofreció a Hammett 5.000 dólares para que matara al líder sindical
Frank Little, y a pesar de que se negó, pero su negativa no pudo impedir el
asesinato que efectivamente se produjo. Hammett tenía 23 años y desde entonces
su vida cambió. Cuando desde 1922 comienza a escribir para la revista Black
Mask escribe sobre un mundo en el que los pistoleros pueden gobernar naciones y
casi gobernar ciudades, en el que los hoteles, casas de apartamentos y célebres
restaurantes son propiedad de hombres que hicieron su dinero regentando
burdeles; en el que un astro cinematográfico puede ser el jefe de una pandilla,
y en el que ese hombre simpático que vive dos puertas más allá en el mismo
piso, es el jefe de una banda de controladores de apuestas; un mundo en el que
un juez con una bodega repleta de bebidas de contrabando puede enviar a la
cárcel a un hombre por tener una botella de un litro en el bolsillo; en el que
un alto cargo municipal puede haber tolerado el asesinato como instrumento para
ganar dinero; en el que ninguno puede caminar tranquilo por una calle oscura
porque la ley y el orden son cosas sobre las cuales hablamos, pero que nos
abstenemos de practicar; un mundo en el que uno puede presenciar un atraco a
plena luz del día, y ver a quien lo comete, pero retroceder rápidamente a un
segundo plano, entre la gente, en lugar de decírselo a nadie, porque los
atracadores pueden tener amigos de pistolas largas, o a la policía no gustarle
las declaraciones de uno, y de cualquier manera el picapleitos de la defensa
podrá insultarle y zarandearle a uno ante el tribunal, en público, frente a un
jurado de retrasados metales, sin que un juez político haga algo más que un
ademán superficial para impedirlo. No es un mundo muy fragante, pero es el
mundo en el que vivimos y ciertos escritores de mente recia y frio espíritu de desapego
pueden dibujar en él tramas interesantes y hasta divertidas (19)
Como buen amante de la literatura y liberal
es muy probable que Sutherland fuese también un seguidor de las novelas de
Dashiell Hammett, pues sabemos por alguno de sus biógrafos que era un asiduo
lector de novelas Por otra parte, a diferencia de su maestro Henderson, que
según Thomas nunca llegó a entrar en un salón, no es descabellado pensar que
también a Sutherland, durante su estancia en Chicago, le gustase perderse por
los vericuetos de la gran ciudad -siguiendo en esto las recomendaciones que
sistemáticamente repetía Robert Park a sus estudiantes-. Se da además la
circunstancia de que, según nos cuenta Jon Snodgrass, uno de sus mas
meticulosos biógrafos, lejos del rigorismo puritano de su padre, le gustaba
jugar a la baraja, hacer deporte, era fumador, amante del cine y de los
semanarios, gustos todos que en la época se asociaban a los inconformistas; no
era una persona especialmente religiosa y se sentía comprometido, más
radicalmente que otros muchos sociólogos de Chicago, en la defensa de la
justicia y en la profundización de los valores democráticos.
Por esta misma época veía la luz un libro
sobre los barones ladrones que ejerció una gran influencia en Sutherland (20). El acta de nacimiento del concepto de delito de cuello
blanco tuvo lugar sin embargo en la ya mencionada Presidential adress del 27 de diciembre de 1939, un mes mas tarde
de que Al Capone, -tras redimir varios años de condena por su buena conducta y
por su eficiencia en el trabajo carcelario-, abandonase la prisión para
ingresar en el Union Memorial Hospital de Baltimore.
Así debió de comenzar Sutherland su
histórica conferencia: Los economistas suelen estar muy familiarizados con los
métodos utilizados en el ámbito de los negocios, pero no están acostumbrados a
considerarlos desde el punto de vista del delito. Muchos sociólogos, por su
parte, están familiarizados con el mundo del delito, pero no están habituados a
considerarlo como una de las manifestaciones de los negocios. Esta conferencia
intenta integrar ambas dimensiones del conocimiento o, para decirlo de forma
más exacta, intenta establecer una comparación entre el delito de la clase alta
-delito de cuello blanco- compuesta por personas respetables o, en último
término respetadas, hombres de negocios y profesionales, y los delitos de la
clase baja compuesta por personas de bajo status socio-económico (21).
Los empresarios, que se sirven de la falsa
publicidad para mejor vender sus productos, y que por tanto atentan contra las
normas legalmente establecidas, ¿actúan así porque poseen un bajo cociente
intelectual, porque su nivel de lectura es muy deficiente, porque han vivido
una infancia desgraciada y sin padre, porque no son suficientemente ricos,
porque poseen algunos rasgos criminaloides de personalidad, por la combinatoria
de determinados cromosomas, o se debe quizás a que no han resuelto
correctamente su complejo de Edipo? A Sutherland le gustaba ironizar sobre el
valor explicativo de las teorías al uso sobre la delincuencia que quedaban
mudas ante el delito de cuello blanco. El concepto de delito de cuello blanco
obligaba a todo un desplazamiento teórico para explicar las raíces del delito.
Sutherland agudizó particularmente sus críticas contra el determinismo
biológico, el individualismo extremo de psicólogos y psiquiatras, y también
contra las explicaciones económicas del delito que tendían a identificar el
delito con la pobreza. Me parece que en gran medida la fuerza del concepto de
delito de cuello blanco creado por Sutherland no solo deriva de abrir todo un
inmenso espacio para la observación y la reflexión de la sociología criminal
sino que también procede de invalidar para siempre las teorías tradicionales
del delito. En realidad el nuevo concepto de delito de cuello blanco es
inseparable de la teoría también elaborada por Sutherland sobre la asociación
diferencial. El hecho de que esa teoría fuese formulada también en 1939, en la
nueva edición de su libro de Criminología no es, en este sentido, una
casualidad. Delito de cuello blanco y asociación diferencial forman entre si
una pareja dialéctica pues en este caso el descubrimiento de un nuevo
continente -un mundo delictivo oculto y desconocido- obligaba a remodelar el
mapa general y por tanto las teorías explicativas de la delincuencia. El año
1939 marca un antes y un después en la criminología de Sutherland. Fue también
el año en el que Capone abandonó la cárcel, el año, en fin, en el que Raymond
Chandler publicaba El sueño eterno.
En la 3ª edición de
los Principios de Criminología, que
se publicó también en 1939, Sutherland desarrollaba su teoría de la asociación
diferencial, una teoría que, como ya hemos señalado, venía exigida por la
ruptura operada en el campo de la sociología del delito por el concepto de
delito de cuello blanco. Las teorías lombrosianas del delincuente nato, las
explicaciones psicológico-psiquiátricas sobre los tipos criminales, la
aplicación de test mentales a los reclusos, así como de la identificación del
mundo del delito con el mundo de la pobreza, junto con las políticas de
prevención basadas en la eugenesia, conocieron entonces un descrédito total.
Sutherland desplazó el crimen del callejón para introducirlo en los consejos de
administración. Hay delincuentes pobres pero los delincuentes pobres no son los
únicos delincuentes. Las altas tasas de la delincuencia de cuello blanco se dan
precisamente en las zonas residenciales ajardinadas en donde viven los magnates
de las grandes empresas rodeados de un lujo ostentoso. En contrapartida áreas
pobres de la ciudad pueden ser áreas con bajas tasas de delincuencia como
ocurre con las zonas de asentamiento de los inmigrantes chinos. En fin, las
teorías psicológicas y de la personalidad se habían mostrado además incapaces
de explicar las razones de las bajas tasas de delincuencia femenina.
La teoría de la
asociación diferencial es el resultado de aplicar el procedimiento de la
inducción analítica que Sutherland retomó de su discípulo Alfred R. Lindesmith.
Los pasos a dar para la elaboración de la teoría eran los siguientes:
1. Se define el tipo de conductas que se quieren
explicar, en este caso las conductas delincuentes.
2. Se formula una conjetura o hipótesis explicativa de
este tipo de conductas.
3. Se estudia caso por caso a la luz de la hipótesis
avanzada con el fin de proceder a la validación, rectificación o falsación de
la hipótesis de partida.
4. Si la hipótesis no da cuenta de los hechos debe ser a
su vez modificada para explicar el caso negativo.
5. Se repite este procedimiento de modificar la hipótesis
hasta que se logra la certeza práctica de que se ha establecido una teoría
explicativa válida. En el caso de Sutherland el resultado fue la teoría de la
asociación diferencial.
En la primera
versión de la teoría esta se resumía en siete proposiciones que se convirtieron
en nueve en la edición de los Principios
de Criminología de 1947, justo cuando el manuscrito del libro sobre El delito de cuello blanco estaba casi
listo para la imprenta. Las proposiciones aparecen en el capítulo IV dedicado a
una teoría sociológica del comportamiento criminal, y son las siguientes:
1. El comportamiento criminal se aprende.
2. El comportamiento criminal se aprende en contacto con
otras personas mediante un proceso de comunicación.
3. El comportamiento criminal se aprende sobre todo en el
interior de un grupo restringido de relaciones personales.
4. Cuando se ha adquirido la formación criminal ésta
comprende: a) la enseñanza de técnicas para cometer infracciones que son unas
veces muy complejas y otras veces muy simples, b) la orientación de móviles, de
tendencias impulsivas, de razonamientos y de actitudes.
5. La orientación de los móviles y de las tendencias
impulsivas está en función de la interpretación favorable o desfavorable de las
disposiciones legales.
6. Un individuo se convierte en delincuente cuando las
interpretaciones desfavorables relativas a la ley prevalecen sobre las
interpretaciones favorables.
7. Las asociaciones diferenciales pueden variar en lo
relativo a la frecuencia, la duración, la anterioridad y la intensidad.
8. La formación criminal mediante la asociación con
modelos criminales o anticriminales pone en juego los mismos mecanismos que los
que se ven implicados en cualquier otra formación.
9. Mientras que el comportamiento criminal es la
manifestación de un conjunto de necesidades y de valores, no se explica por
esas necesidades y esos valores puesto que el comportamiento no criminal es la
expresión de las mismas necesidades y de los mismos valores.
Y concluye Sutherland estas proposiciones
con el siguiente comentario:
El postulado sobre el que reposa esta
teoría, independientemente de cómo se la denomine, es que la criminalidad está
en función de la organización social, es la expresión de la organización
social. Un grupo puede estar organizado bien para favorecer la eclosión del
comportamiento criminal, bien para oponerse a ese comportamiento. La mayor
parte de los grupos son ambivalentes, y las tasas de la criminalidad son la
expresión de una organización diferencial de grupo. La organización diferencial
del grupo, en tanto que explicación de las variaciones de las tasas de criminalidad,
corresponde a la explicación por la teoría de la asociación diferencial del
proceso mediante el cual los individuos se convierten en criminales (22). Para el sociólogo norteamericano una persona accede al
comportamiento delictivo porque mediante su asociación con otros,
principalmente en el seno de un grupo de conocidos íntimos, el número de
opiniones favorables a la violación de la ley es claramente superior al número
de opiniones desfavorables a la violación de la ley.
La teoría de la asociación diferencial, al
sustituir el concepto de desorganización social, sobre el que reposa una buena
parte de la sociología de Chicago, por el de organización social diferencial,
abría la vía al estudio de los valores, las culturas y subculturas en
conflicto. A partir de entonces ya era posible preguntarse ¿quién impone las
reglas y en beneficio de quienes? Pero a la vez, en la medida en que se trataba
de una teoría sociológica fue leída, en lo que se refiere a las políticas de
prevención de la delincuencia y a las políticas de reinserción, como un sistema
de referencia para una forma compleja de intervención social comunitaria. De
hecho Sutherland se interesó por el trabajo que estaban realizando en Chicago
los sociólogos Clifford R. Shaw y su amigo Henry D. McKay que compartían en
buena medida con él la teoría de la asociación diferencial (23)
Las reacciones contra el concepto de delito
de cuello blanco y la teoría de la asociación diferencial no se hicieron sin
embargo esperar. Desde posiciones próximas al marxismo se le reprocho a
Sutherland que no se sirviese de conceptos tales como capitalismo, lucha de
clases y otros. Desde los presupuestos tradicionales de la criminología, la
psiquiatría y la psicología se le acusó de diluir los procesos de decisión de
los sujetos en las interacciones sociales y de prescindir de la idea de una
personalidad delincuente. A juicio de estos teóricos del delito la teoría
sociológica relegaba tanto los factores internos como los individuales. A ello
se sumaba el hecho de que Sutherland puso más énfasis en los procesos de
transmisión de los comportamientos delincuentes que en los de recepción y
elaboración personal.
Entre las críticas propiamente sociológicas
destaca la réplica temprana de Paul Tappan a la que Sutherland pudo responder
en su libro, así como la crítica realizada por Edwin Lemert a partir del
estudio de la conducta del falsificador de cheques sistemático, crítica a la
que no pudo responder Sutherland pues el artículo se publicó en 1958, con
posterioridad por tanto a la muerte de Sutherland que se produjo en 1950, un
año después de la publicación de El
delito de cuello blanco (24).
Para Tappan, delincuente es el que es
definido como tal por los tribunales de justicia mediante condenas formales. Se
sumaba así a la opinión defendida por los abogados de la editorial Dryden Press
que temían que, si el libro hacía públicos los nombres de las setenta grandes
empresas, la casa editorial podría ser acusada de promover un libelo al llamar
delincuentes a las grandes compañías. La réplica de Sutherland parece sin
embargo convincente pues, entre otras cosas, se basa en la impunidad, puesta de
manifiesto por el propio Sutherland en The
Professional Thief, de la que gozan los ladrones profesionales: delincuente
es quien transgrede las leyes, sea objeto o no el transgresor de procedimientos
posteriores de condena. Sutherland llegó a considerar delincuentes no solo a
los que atentan contra la letra de la ley sino también a quienes vulneran el
espíritu de la ley puesto de manifiesto por el legislador. Aún más, se podría
afirmar que su trabajo científico sobre los delitos de cuello blanco
proporciona una información de primera mano a los jueces para condenar a los
delincuentes de cuello blanco ateniéndose no solo a los hechos, sino también al
espíritu de la ley, a la reincidencia, y sobre todo al modus operandi.
Sutherland entendía que el excesivo
juridicismo y garantismo en lo que se refiere a los delitos de cuello blanco
lejos de propiciar un sistema de defensa de los derechos ciudadanos, como
tantas veces se afirma, en realidad, lo que crea es una doble balanza de la
justicia: de un lado la balanza que penaliza sistemáticamente los delitos de
los pobres y de otro la que se muestra complaciente y condescendiente con los
delitos de los ricos.
Los trabajos de Edwin Lemert sobre el
falsificador de cheques sistemático, basado en 62 falsificadores que cumplían
condenas por falsificación de cheques y por firmar cheques sin fondos, asi como
en tres entrevistas a falsificadores en libertad, mostraban que estos
delincuentes profesionales improvisan sus golpes, van con gran frecuencia a la
cárcel y que por lo general actúan en solitario. Como declaraba uno de estos
falsificadores a Lemert de cada diez falsificadores de cheques nueve son lobos
esteparios. Quienes trabajan en bandas no son verdaderos falsificadores pues
actúan por dinero. Nosotros lo hacemos por algún otro motivo. El trabajo nos da
algo que necesitamos. Quizás estamos locos...
La teoría de la asociación diferencial, que
reposaba en la inducción analítica, parecía así derrumbarse ante la
imposibilidad de explicar la conducta del falsificador de cheques. Lemert
insistía en sus textos en la tensión interior, en la soledad y el secreto con
el que estos ladrones rodean sus golpes, algo que entraba en abierta
contradicción con las declaraciones de Chick Conwell a Sutherland. La tesis de
Lemert es que el arte de la falsificación ha cambiado históricamente. La
falsificación organizada parece haberse originado en Inglaterra, en el siglo
XIX, cuando un abogado de sólida reputación montó su banda de profesionales.
Era un arte complicado que exigía cooperación y división social del trabajo. El
falsificador de cheques de mediados del siglo XX, por el contrario, actúa solo,
no se asocia con otros delincuentes. Procedentes de la clase media tradicional,
o de la clase alta, estos delincuentes se presentan a si mismos como ovejas
negras. Por otra parte parecen estar situados en una especie de tierra de
nadie, a medio camino entre los delincuentes profesionales y los delincuentes
de cuello blanco, como si se tratara de una especialidad a punto de
desaparecer. Esa posición singular y coyuntural priva de fuerza al argumento de
Lemert. Por otra parte para Sutherland el aprendizaje se produce en un proceso
de interacción, y Lemert, en la medida en que no analiza la carrera de estos
falsificadores hacia el mundo del delito, nada nos dice de ese proceso de
aprendizaje en cooperación (25).
En todo caso en los años cincuenta la
sociología de la desviación y la psicología del delincuente se tendieron a
bifurcar en los Estados Unidos: de un lado las teorías del control social, del
otro las teorías psicológicas de la delincuencia basadas en factores de
personalidad. La propia teoría de la asociación diferencial se vió también
atrapada en esta dinámica contradictoria, de modo que mientras que los análisis
marxistas procedían a una lectura en términos de lucha de clases y crímenes de
los poderosos en el otro polo se produjeron lecturas psicosociológicas, por
ejemplo la teoría de la identificación diferencial y lecturas abiertamente
psicológicas, y en algunos casos manifiestamente contrarias al propio concepto
de aprendizaje de Sutherland, como es el caso de la teoría del estímulo
reforzador diferenciado, de claro sesgo conductista (26).
En realidad diluida en la globalidad de la estructura social o reducida a
procesos de subjetivación la teoría de Sutherland se vio de hecho reconducida
hacia otras posiciones o reducida al silencio. Con la guerra fría comenzaban
unos años de plomo en los que se produjo la gran ofensiva del McCarthysmo. El
Comité de Actividades Antinorteamericanas iniciaba la caza de brujas, una
cacería de la que no se libró el propio Dashiel Hammett que cumplió seis meses
de cárcel y vió como confiscaban sus ingresos por negarse a denunciar a
compañeros y amigos que militaban activamente en el Partido Comunista.
Sutherland, a pesar de su lenguaje prudente
y meditado, pasaba por ser un radical que efectivamente arremetía contra las
injusticias de las agencias oficiales de la justicia. Su concepción de la
justicia no coincidía puntualmente con las leyes y menos aún con los
procedimientos penales, de modo que su teoría parecía demasiado crítica como
para ser socialmente asumida en un clima político militarizado y atravesado por
la dialéctica infernal del amigo y el enemigo. Quizás la muerte lo liberó de
ser acusado y perseguido por sus ideas políticas. En todo caso, y pese a que
sus discípulos prolongaron su obra, el cuestionamiento de los delitos de cuello
blanco quedó como en sordina. A ello quizás contribuyó una cierta ambigüedad en
la definición del delito ya que comprende a la vez los delitos de los
profesionales y los delitos de las corporaciones (27). Fue
preciso que en 1975 se publicase el libro de Michel Foucault Vigilar y
castigar. Nacimiento de la prisión, un libro que conmocionó profundamente el
panorama de la sociología del delito, para que el concepto de delito de cuello
blanco recibiese un nuevo y decisivo impulso (28).
Foucault, a diferencia de Sutherland que
puso entre paréntesis los procesos históricos, pudo ir más lejos en el análisis
pues llevó a cabo una investigación de genealogía del poder, un trabajo de
sociología histórica sobre la prisión en el que puso de manifiesto la
disimetría de clase con la que operan la ley y las agencias judiciales. La
prisión contribuye a hacer visible y útil un tipo de ilegalismo, los
ilegalismos populares, y a mantener en la sombra lo que se debe o se quiere
tolerar: el tráfico de armas, el tráfico de drogas, la evasión de impuestos, y
otros crímenes de los poderosos. Aún más, desde las cumbres borrascosas, desde
las heladas cimas del poder y la gloria, la delincuencia común, que tanto las
prisiones como determinadas teorías de la delincuencia tienden a convertir en
un pleonasmo de la delincuencia, se ve instrumentalizada de forma que los
delincuentes profesionalizados por las cárceles pasan a engrosar las listas de
esa población de agentes que corren riesgos y están expuestos a ser detenidos
por trabajar al servicio de los ilegalismos de los grupos dominantes. El capítulo
de Vigilar y castigar sobre
"ilegalismos y delincuencia" quedó no obstante en un segundo plano,
eclipsado por el análisis de la sociedad disciplinaria y del panoptismo. Era
preciso que en los años ochenta irrumpiese con fuerza la marejada neoliberal
para que los llamados delitos económicos pasasen a ocupar el primer plano de la
escena social, y para que los discípulos de Sutherland sintiesen la necesidad
de reeditar la versión íntegra, no censurada, de El delito de cuello blanco.
En los años ochenta
se produjo el punto álgido de la resaca neoliberal y también el inicio de una
especie de reflujo (29). Los escándalos políticos y
financieros hacían estragos en la mayor parte de los países industriales
avanzados precisamente cuando los amantes del misterio conmemoraban el
centenario de los crímenes de Jack el Destripador. Mientras se sucedían las
hipótesis más descabelladas sobre la verdadera identidad del asesino que sembró
de escalofríos y terror las calles del East End londinense, el sensible corazón
de Wall Street se sobresaltaba cada día con la práctica de los leverages buy out, la más refinada
fórmula de especulación capitalista. El tráfico de influencias, la información
confidencial, las operaciones irregulares o manifiestamente ilegales
constituían por lo general el reverso de las opas hostiles, la compra de
paquetes de acciones que permitían tomar por asalto los consejos de
administración, las fusiones, 'el saneamiento' y la venta de los activos de las
empresas hasta descapitalizarlas convirtiéndolas en meras cáscaras sin
contenido. Los bonos basura, que sirvieron de puente para inesperados
desembarcos financieros, pasaron así a constituir el otro polo de los basureros
sociales. Los amos del universo, amantes del golf, de los deportes de vela y de
las limusinas, no eran sino el reverso de los tirados, de los homeless, de
vagabundos afincados en las estaciones entre latas de cerveza, dispuestos a
emprender el viaje a ninguna parte. Durante 1988 se calcula que se produjeron
en Estados Unidos fusiones y adquisiciones por valor de mas de 129.000 millones
de dólares.
En 1989 Michael Milken, el rey de la
especulación, el empleado de lujo de la empresa Drexel especializada en
inversiones e intermediación en bolsa, en fin, el mago de las finanzas que
desde su despacho de Beverly Hills creó un mercado de bonos basura de 180.000
millones de dólares,- y que simplemente en 1987 obtuvo unos ingresos calculados
de 550 millones de dólares, es decir más de 1,5 millones de dólares cada día-,
fue al fin procesado por un gran jurado de Manhattan acusado de haber
perpetrado 98 delitos por los que el fiscal pedía una pena de más de treinta
años de cárcel. En realidad el proceso contra este empleado ejemplar fue
propiciado por la detención previa de Ivan Boesky, otro tiburón de las finanzas
que, en un arreglo con la justicia, vendió a Milken para preservar su propio
pellejo. La judicatura norteamericana había comprendido que para salvar al
capitalismo de su propia voracidad era preciso intervenir ya que el auge de
operaciones financieras de carácter especulativo minaba las bases del
capitalismo productivo. La Ley contra Organizaciones Corruptas y contra el
Fraude Organizado permitió al Estado embargar todos los beneficios derivados de
delitos probados y sirvió de punta de lanza para devolver una cierta
tranquilidad al siempre agitado mundo de los negocios.
Durante el franquismo se produjeron en los
tribunales españoles dos grandes procesos por delitos económicos: el caso de la
quiebra de la Barcelona Traction (1948) y el Affaire Matesa (1969). El hecho de
que estos dos asuntos hiciesen correr ríos de tinta prueba su carácter
excepcional. Pero la transición democrática fue lenta a la hora de tipificar
los delitos económicos hasta el punto, por ejemplo, de que la Ley de Reforma
del Mercado de Valores de 1988 no arremetía contra la práctica de la
información confidencial en la bolsa. En España, por estas mismas fechas, la
prensa daba cuenta de irregularidades y de crímenes de los poderosos, pero el
aparato judicial no estaba suficientemente equipado para hacer frente a los
delitos económicos, entre otras cosas porque la reflexión teórica sobre los
delitos de cuello blanco apenas comenzaba a esbozarse. Era la época en que
nuestro país era un paraíso en el uso de la información confidencial -insider trading- objeto únicamente de
sanciones administrativas, pero no penales (30). Por
entonces las audiencias absolvían los delitos fiscales recurriendo al vacío
normativo. Las rentas tributarias no declaradas a la Hacienda Pública en 1986
se estimaban en más de 9 billones de pesetas. El periódico Cinco días (1 de junio de 1988) calculaba en que en torno al 60% de
los rendimientos no salariales escapaban al control fiscal. Recuérdese que,
cuando la especulación inmobiliaria estaba en su apogeo, nada menos que el
Tribunal Constitucional declaraba inconstitucional la Ley de cambios 40/79 lo
que equivalía de hecho a deslegitimar la solicitud de penas de cárcel
presentada por el fiscal para diplomáticos, aristócratas y conocidos
profesionales del derecho envueltos en el caso Palazón. Las recalificaciones
especulativas de terrenos, las urbanizaciones piratas, las adjudicaciones
directas de contratos por parte de la Administración, el reparto de las
licencias de juego, el blanqueo de dinero procedente de la venta de drogas en
el que, según todos los indicios, participaron algunos bancos españoles, la
impunidad de la que gozaron los suscriptores de primas únicas -refugio del
dinero negro y también de grandes sumas de dinero amasadas por conocidos capos
del narcotráfico-, la publicidad engañosa, el robo de patentes, los atentados
ecológicos y las astillas en los juzgados estaban entonces a la orden del día.
Esos desmanes no fueron suficientemente atajados a tiempo y crearon un clima de
impunidad que minó la moral social. Aquellos polvos trajeron estos lodos.
Los grandes duelos se produjeron sin embargo
en torno a lo que los periódicos denominaron por entonces la gran batalla
bancaría. Un artículo de El País
(12-II-1989) levantaba acta de la contienda: Se está produciendo una auténtica
carnicería financiera en la que rancias familias, nuevos ricos, tecnócratas
reciclados y aprendices de brujo saltan a la yugular del balance enemigo con un
frenesí nunca visto. Lo que fue un intemporal Olimpo se ha convertido en un
circo abierto al público, en una gran cacería, en una escopeta nacional, en la
que abundan las pasiones de todo tipo.
Los años ochenta fueron para los mercados
financieros algo semejante a las ciudades sin ley del lejano y salvaje Oeste.
Pistoleros a sueldo con pelo engominado pasaron a denominarse a si mismos
banqueros u hombres de negocios. Las opas hostiles, las jugadas de poker en el
mercado de valores y las fusiones empresariales a espaldas de los pequeños
accionistas eran moneda corriente. Un capitalismo voraz comenzó a destruir,
como un plaga de langosta, el viejo tejido industrial y comercial. Los muertos
se contaban por millares pero eran en realidad personas sin importancia, casi
siempre ahorrativos inversores y pequeños industriales indefensos. Bordeando
las leyes, burlándolas, e incluso abiertamente transgrediéndolas, proliferaron
los ladrones de etiqueta, los chorizos con chistera y guante blanco capaces de
combinar las maquinaciones con el chantaje, el encubrimiento y la falsedad con
las redes clientelísticas, la arrolladora simpatía natural y los paseo en yates
de ensueño con los poderes y las influencias. Banqueros, especuladores, prestamistas
siniestros, políticos a sueldo, especialistas en derecho mercantil sin
escrúpulos, organizadores de estafas maquinadas en la letra pequeña de los
contratos, abogados del Estado que asesoran a quienes se lucran del Estado,
funcionarios corruptos y oportunistas de toda laya se han dado cita en un
carnaval de asociaciones diferenciales para constituirse en bandas organizadas
de malhechores que atentan impunemente contra los intereses de la sociedad,
entre otras cosas porque destruyen cualquier vestigio de una moral compartida.
En un mercado de valores convertido en un saloon
en el que ni tan siquiera está prohibido disparar contra el pianista cunde la
inseguridad y se incrementa aún más entre los ciudadanos la sensación de
perplejidad.
En un país en el que quien no se enriquece
es porque no quiere, como comentó torpemente Carlos Solchaga, Ministro
socialista de Hacienda, los pobres pueden o no ser honrados, pero en todo caso
son sospechosos de debilidad mental. En un país en el que únicamente los pobres
van a la cárcel, los ricos pueden o no ser delincuentes, pero en todo caso
gozan de la patente de la impunidad. En un país en el que los pobres son
sospechosos de debilidad mental y los ricos gozan de impunidad se produce
necesariamente un proceso de deslegitimación democrática pues quienes dicen
gobernar para promover la igualdad social se convierten en realidad
encubridores o socios de sus más declarados enemigos. Hacer coincidir el
derecho con la justicia es hoy la única vía para evitar que el incremento de
las desigualdades y el autoritarismo amenacen a la sustancia misma de la
sociedad.
Los delitos comunes y los delitos de cuello
blanco son objeto de un tratamiento procesal distinto, y también de un
diferente tratamiento policial y penitenciario. Las redes del control social se
tejen en una trama densa para luchar contra los delitos comunes, pero las
tramas se agigantan para dejar impunes los delitos de los delincuentes de
cuello blanco.
La internacionalización de la economía
propiciada por las nuevas tecnologías, por las redes de información e
informatización, aceleró los intercambios y los intensificó. Los mercados
estaban por tanto más expuestos a las irregularidades y las actividades al
margen de la legalidad. Los gobiernos, que a través de industrias estratégicas
de carácter nacional, de los bancos centrales y del sistema fiscal jugaban un
papel central en las economías regionales se vieron necesariamente envueltos en
una dinámica que los desbordaba y para la que no contaban con soluciones experimentadas.
El deseo de especular en el mercado internacional echando mano de los tipos de
interés e interviniendo en el mercado de divisas -jugando a la baja o a la alza
con la cotización de las monedas- se hizo irresistible entre otras cosas porque
el auge de los nuevos mercados y el empuje de las multinacionales significaba
el declive de la vieja sociedad industrial, una crisis que se manifestaba de
forma brutal con la quiebra tendencial de la condición salarial como eje de la
integración social.
La vieja dialéctica entre liberalismo y
socialismo parece en la actualidad estar llegando a su fin. La pérdida de
fundamento del ascetismo intramundano de carácter liberal así como el abandono
de la moral socialista de la solidaridad condujo finalmente a la lógica del
sálvese el que pueda. Ahora la accidental caída de algunos ángeles
exterminadores, especializados en la especulación rápida, en su irresistible
ascensión hacia las cumbres heladas del poder y la gloria amenaza no sólo con
arrastrar a algunos de los alpinistas que compartieron con ellos sus fatigas
sino también con desvelar una parte de esas asociaciones diferenciales y con
proyectar luz sobre las cumbres borrascosas que se perpetúan de hecho gracias a
la opacidad y el secreto.
Gracias a los
trabajos de Sutherland, y a los estudios realizados por sus continuadores,
conocemos mejor la mecánica que facilita la impunidad de los delincuentes de
cuello blanco. Los grandes procesos de estos delincuentes presentan la
apariencia de la singularidad que les otorga el prestigio social del acusado
pero en realidad no pueden ser más repetitivos y rituales. En un primer momento
el presunto delincuente, cuando se produce la orden de detención, se declara
inocente y víctima de una maquinación. Como se creen situados en el centro del
mundo confunden su caída con la caída del mundo. Unos, los más débiles,
formulan en voz alta el chantaje: si me detienen tiraré de la manta. Otros, los
que cuentan con más apoyos, guardan un significativo silencio. Saben que sus
amigos no cesan de actuar en la sombra. Esto les da fuerzas para proclamar ante
el juez su inocencia. Para probarla echan mano de famosos abogados
especializados en delitos económicos que ponen en actividad febril a todos los
subalternos de su bufete. Si es preciso se acude a otro u otros bufetes de
abogados, -siempre de reconocido prestigio- con específicas cualificaciones.
Las llamadas de teléfono se suceden y se intensifican las redes de cableado que
llegan siempre a los llamados líderes de opinión pero que pasan también por
informantes en los juzgados y por tocar a los responsables de las altas esferas
de la judicatura y de la política. Los socios del presunto delincuente, los
miembros de la asociación diferencial, tratan por todos los medios de
informarse sobre cómo está la situación y de ponerse también a a buen recaudo.
La caída de un pez gordo es como una revolución en un hormiguero. Significa que
las reglas del juego se han alterado, que ha cambiado de signo el clima de
bonanza del que gozaba uno de los socios y por tanto que ya nadie está a salvo
de las tormentas. Como medida preventiva los socios más próximos proceden al
cambio de titularidad de sus bienes o a hipotecarlos -a no ser que cuenten con
la cobertura de una fundación inembargable-. Esta primera fase de la
instrucción del sumario es muy importante y quizás la más grave para este tipo
de delincuentes, y para sus defensores, pues el efecto sorpresa de la detención
pesa sobre ellos como una losa. Los abogados tienen que recorrer a gran
velocidad el camino recorrido por la justicia para darle la vuelta. Por esto,
en este preciso momento, jueces y fiscales son sometidos a una gran presión.
Para los abogados es muy importante ganar tiempo, parar el primer golpe, lo que
requiere entre otras cosas conseguir la libertad provisional del acusado. Saben
que ejecutivos y hombres de negocios son predominantemente condenados en
tribunales penales cuando usan métodos delictivos similares a los métodos
empleados por los delincuentes de las clases bajas. De hecho la manifiesta
intervención de delincuentes comunes en los delitos de cuello blanco es un buen
indicador de la extrema gravedad de los delitos cometidos. Los delincuentes
especializados en el mundo de los negocios son muy conscientes de que
únicamente cabe recurrir a esta medida extrema en situaciones muy desesperadas
y casi siempre para hacer desaparecer papeles y pruebas comprometedoras.
Históricamente se han dado casos en los que documentos comprometedores claves,
e incluso hasta el propio sumario y sus copias, se volatilizaron. En la
actualidad, con la informatización de los juzgados, la introducción de virus en
los programas de ordenador podría jugar, de forma más limpia, el papel de los
antiguos robos de documentos.
La cárcel, esa institución punitiva por
antonomasia para las clases populares, estigmatiza, desvaloriza las
alegaciones, marca con la infamia al reo, y tiñe todo el proceso de verdadera
criminalidad. Por esto el objetivo fundamental de familiares, abogados, y allegados
del acusado, es hacer salir al delincuente "honrado" de la cárcel cuanto antes, aunque para ello sea
preciso echar mano, como los magos, de una chistera.
Una de las estrategias mas socorridas de los
abogados de los delincuentes elegantes es proceder a la inundación documental
de los juzgados señalando falsas pistas, abriendo nuevos frentes y nuevas
alegaciones. Las ramificaciones internacionales pueden ser en este sentido muy
útiles. Se trata de hacer aun más complejos los delitos y aun más difusos sus
efectos, aunque para ello haya que recurrir a la incomparecencia de los
testigos, a dilaciones, pruebas falsas, cambio de manos del sumario, traslados
de jueces y fiscales, y, en fin, a los incontables e inconfesables medios para
lograr archivar la causa.
Decía Michel Foucault, -quien en Vigilar y castigar mostró cómo las
cárceles permiten entre otras cosas regular de forma diferenciada los
ilegalismos populares de los ilegalismos de las clases altas-, que la
complejidad del aparato judicial, la parafernalia que rodea al tribunal en el
acto de juzgar, la teatralidad de los estrados, no tiene tanto por objeto
probar la inocencia o culpabilidad del reo cuanto mostrar la inocencia del
propio tribunal. La elevada impunidad de la que aún hoy siguen gozando los
delincuentes de cuello blanco parece confirmar su opinión. Es como si estos
chorizos de las altas finanzas extrajesen de las tarjetas de crédito y de sus
tarjetas de visita su inocencia. Algo funciona mal en nuestro sistema judicial
cuando la justicia resulta estar tan divergente y distante del derecho. Sin
embargo cualquier gobierno, en un sistema de democracia representativa, durante
el tiempo en que ocupe el poder, tiene la obligación moral de atajar los
delitos de cuello blanco, los crímenes de máxima peligrosidad social, ya que lo
que está en juego en esta lucha por la justicia es la legitimidad misma del
Estado de derecho (31).
Al comienzo de esta
presentación me preguntaba cómo llegó Sutherland a elaborar este nuevo concepto
clave de la sociología del delito, qué efectos se derivaron de la introducción
de esta nueva categoría en la percepción del mundo del delito, y si sigue
teniendo vigencia en la actualidad un libro que cuenta ya con cincuenta años de
existencia desde su primera publicación. He intentado responder a estas
cuestiones un tanto apresuradamente. Sin embargo no me gustaría dar fin a esta
presentación sin rendir un homenaje a la obra de Edwin H. Sutherland, una
sociología crítica al servicio de una sociedad democrática. Creo que su trabajo
resulta no solo admirable, sino también modélico. Toda una vasta zona que se
mantenía en penumbra, y que servía de amparo a los crímenes de los poderosos,
se ha iluminado. El concepto de delito de cuello blanco significa un punto de
no retorno, un camino parcialmente trillado por el que podemos avanzar para
detectar las debilidades de la justicia y ponerles remedio, un camino por tanto
que permite avanzar hacia sociedades más justas. Este concepto es en gran
medida la obra de un sociólogo lúcido, paciente y constante que ha trabajado
sin abdicar de su compromiso intelectual y sin romper las amarras que lo unen
con la sociedad en la que le ha correspondido vivir. Sutherland es un sociólogo
que lucha contra todo tipo de fraudes, incluido el fraude científico. Hay en su
obra un ingente esfuerzo de generosidad y de pasión contenida, de valor y de
virtud que convierten a este sociólogo formado en Chicago en un referente
clásico, en un sociólogo de nuestro tiempo, es decir, en un maestro.
Creo que Sutherland ha hecho del sociólogo
del delito algo semejante al héroe de la novela negra. Al igual que el héroe de
la novela negra el sociólogo comprometido con la verdad incomoda a los poderosos.
No es extraño que la sociología criminal, pese a su capacidad analítica y
explicativa, y pese a las posibilidades que abre al cambio social e
institucional, tienda a ser sustituida por la psicología jurídica y/o la
filosofía del derecho, saberes mucho más acomodaticios e instrumentalizables.
Las palabras de homenaje que Raymond
Chandler en realidad dedica a los personajes de Hammett, e incluso a Philip
Marlowe, se le podrían aplicar Sutherland y a los sociólogos que, como él,
hacen de la sociología la verdadera investigación-acción, aunque para ello no
tengan ninguna necesidad de confundir su profesión con la animación
socio-cultural. Me permito así introducir el término sociólogo allí donde
Chandler dice investigador privado. Creo que estos hermosos párrafos dedicados
al héroe de la novela negra expresan bien el riesgo que asumió conscientemente
y silenciosamente Edwin Sutherland con su investigación pionera: El sociólogo de esta clase de relatos tiene
que ser un hombre así. Es el protagonista, lo es todo. Debe ser un hombre
completo y un hombre común, y al mismo tiempo un hombre extraordinario. Debe
ser, para usar una frase más bien trajinada, un hombre de honor por instinto,
por inevitabilidad, sin pensarlo, y por cierto que sin decirlo. Debe ser el
mejor hombre de este mundo, y un hombre lo bastante bueno para cualquier mundo.
Su vida privada no me importa mucho; creo que podría seducir a una duquesa, y
estoy muy seguro de que no tocaría a una virgen. Si es un hombre de honor en
una cosa, lo es en todas las cosas.
Es un hombre
relativamente pobre, porque de lo contrario no sería sociólogo. Es un hombre
común, porque si no, no viviría entre gente común. Tiene un cierto conocimiento
del carácter ajeno, o no conocería su trabajo. No acepta con deshonestidad el
dinero de nadie, ni la insolencia de nadie sin la correspondiente y
desapasionada venganza. Es un hombre solitario y su orgullo consiste en que uno
lo trate como a un hombre orgulloso o tenga que lamentar haberle conocido.
Habla como habla el hombre de su época, es decir, con tosco ingenio, con un
vivaz sentimiento de lo grotesco, con repugnancia por los fingimientos y con
desprecio por la mezquindad.
El trabajo de
investigación sociológica es la aventura de este hombre en busca de una verdad
oculta, y no sería una aventura si no le ocurriera al hombre adecuado para las
aventuras. Tiene una amplitud de conciencia que le asombra a uno, pero que le
pertenece por derecho propio, porque pertenece al mundo en que vive. Si hubiera
bastantes hombres como él, creo que el mundo sería un lugar muy seguro en el
que vivir, y sin embargo no demasiado aburrido como para que no valiera la pena
habitar en él.
* Un resumen de
este texto de Presentación fue publicado en la revista Claves de la razón práctica, en el número de junio de 1999.
(1)
La conferencia, un texto que roza la perfección, fue publicada por vez primera
en forma de artículo en la American Sociological Review (nº 5, 1940). Le hemos
traducido al español y publicado como anexo en la edición y traducción que
hemos realizado Julia Varela y yo mismo de la monografía dedicada por Edwin H.
Sutherland a un ladrón profesional: E.H. SUTHERLAND, Ladrones profesionales, La
Piqueta, Madrid, 1988, 219-236.
(2) He aquí la referencia de algunos libros que se ocupan de la génesis de la sociología norteamericana en Chicago: S. PARK TURNER y J.H.TURNER, The impossible science. An institutional analysis of american sociology, Sage Publications, Newbury Park, California 1990; D. ROSS, The origins of american social science, Cambridge University Press, Cambridge, 1991; H. SCHWENDINGER y J. R. SCHWENDINGER, The sociologist of the chair, A radical analysis of the formative years of Nort American sociology (1883-1922), Basic Books, Nueva York, 1974. Véase también el ya clásico libro de Fred H. MATTHEWS, Quest for an American Sociology, Robert E. Park and the Chicago School, McGill-Queen’s University Press, Montreal, 1977 asi como el libro de Denis SMITH, The Chicago School. A liberal critique of Capitalism, Macmillan Education, Londres, 1988. Alain COULON, L’Ecole de Chicago, PUF, Paris, 1992. De los libros traducidos al español destaca el estudio de Ulf HANNERZ, Exploración de la ciudad. Hacia una antropología urbana, F.C.E., México,1986 (edición inglesa de 1980).
(3) En el American Journal of Sociology de marzo de 1896 A. Small distinguió con trazos firmes las diferencias entre scholarship y social agitation pero parece un tanto injusta y mecánica la tesis pretendidamente marxista defendida por los Schwendinger que no ven en la naciente sociología de Chicago más que una apología apenas encubierta del capitalismo. Por otra parte el Departamento de Sociología distaba de ser una entidad monolítica como señala H. KUKLICK, "Chicago sociology and urban planning policy. Sociological theory as occupational ideology", Theory and society, 9, 1980, 821-845, p. 825. Sobre el importante papel jugado por Small en la institucionalización de la sociología norteamericana reproduce documentos originales y cartas de gran interés el minucioso trabajo de Vernon K. DIBBLE, The legacy of Albion Small, The University of Chicago Press, Chicago, 1975. Cf. tambien Thomas L. HASKELL, The emergence of professional social science. The american social science association and the nineteenth-century crisis of authority, University of Illinois Press, Urbana, 1977, asi como el artículo de H. E. BARNES, The place of Albion Small in Modern Sociology, American Journal of Sociology, 31, 1, 1926, pp. 15-48
(4) Gracias al minucioso estudio de Mary Jo Deegan son bien conocidos en la actualidad los estrechos vínculos entre Henderson, Thomas y el propio Small con Jane Addams y las trabajadoras sociales de Hull House, hasta el punto de que Ch. H. Cooley llegó a comparar al Departamento de Sociología de Chicago con una especie de guardería de trabajadores sociales. Cf. H. KUKLICK op.c. p.825. La propia Jane Addams, que se instaló en Hull House en septiembre de 1889 y fundó al año siguiente el The Working People’s Social Science Club, describe bien las relaciones con Small y el Departamento de Sociología: Jane ADDAMS, Twenty Years at Hull-House. With autobiographical notes, Nueva York,1940. Cf, Mary Jo DEEGAN, Jane Addams and the men of the Chicago School, 1892-1918, Transaction Books, New Brunswick, 1990.
(5) Sobre los enfrentamientos en La Sorbona cf. Wolf LEPENIES, Las tres culturas. La sociología entre la literatura y la ciencia, F.C.E., México, 1994.
(6) Sobre los conceptos de desorganización social y orden moral véase el trabajo de Peter JACKSON, Social disorganization and moral order in the city, Trans. Inst. British Geography 9, 1984, 168-180.
(7) Mary Jo DEEGAN, op. c. pp.18-19.
(8) Son numerosos los trabajos sobre la vida y el itinerario intelectual de Sutherland. Para este apartado me he basado sobre todo en datos proporcionados en la documentada Introducción que hicieron Gilbert Geis y Colin Goff de la versión íntegra de El delito de cuello blanco de la Universidad de Yale en 1983.
(9) Cf. Thorstein VEBLEN, Teoría de la clase ociosa, FCE. Mexico, 1944, p.243 (La edición original es de 1899).
Sabemos que Sutherland concedió importancia a este texto pues él mismo lo cita en este libro y también en los Principios de criminología en el capítulo dedicado a "La criminalidad y la organización social". Sobre la relación de Veblen y Weber con el capitalismo véase P. A. SARAM, Veblen and Weber, on the Spirit of Capitalism, Journal of Historical Sociology, Vol 5, nº 2, June, 1992, 234-252.
(10) En estos años únicamente publica en junio de 1916 un artículo sobre What Rural Health Surveys Have Reported?
(11) Ernest W. BURGESS realiza una reseña del libro en el American Journal of Sociology (30 January,1925) y dice de él que es el primer libro de texto sociológico en este campo (p. 491).
(12) Citado en M. S. GAYLORD y J. F. GALLIHER, The Criminology of Edwin Sutherland, Transaction Books, New Brunswick, 1988, p. 12.
(13) Edwin H. SUTHERLAND, The Prison as a Criminological Laboratory, The Annals of the American Academy of Political and Social Science, 157, Sep.1931, 131-136.
(14) Cf. Maurice HALBWACHS, "Chicago, expérience éthnique", retomado en VV.AA. L’Ecole de Chicago. Naissance de l’écologie urbaine, Aubier, Paris, 1979, p. 287.
(15) Cf. Walter Nuble BURNS, Los gangsters de Chicago, Espasa Calpe, Madrid, 1972, pp. 24 y ss.
(16) Walter Nuble BURNS, op. c. p.42 y 34.
(17) Historia secreta de la mafia, Sedmay S.A. Buenos Aires, 1974, T.II, p. 149.
(18) Cf. F. D. PASLEY, Al Capone, Alianza, Madrid, 1970, p.301 y 311-12.
(19) Raymond CHANDLER, El simple arte de matar, Bruguera, Barcelona, 1980, pp. 214-215. En un curso de doctorado que impartí en los años ochenta sobre El delito de cuello blanco, en el Programa del Departamento de Sociología IV de la Universidad Complutense, una de mis estudiantes -a quien agradezco su mediación con Rosa del Olmo para la publicación de este libro- realizó un estudio comparativo entre el análisis de la corrupción y del gansterismo realizado por los sociólogos de Chicago, especialmente por Thrasher en The gang, y las novelas de Dashiell Hammett, especialmente Cosecha roja y La llave de cristal, y concluía afirmando razonadamente la mayor capacidad analítica y explicativa de la literatura de Hammett. Lila Cristina MATEO RUIZ, Los gansters, la novela negra y la Escuela de Chicago (texto inédito). Cristina Mateo es actualmente profesora de sociología en la Universidad de Caracas.
(20) Se trata del libro de Matthew JOSEPHSON, The Robber Barons, 1934. Sobre el influjo de este libro cf. Gilbert GEIS (Ed), White Collar Criminal. The Offender in Business and the Professions, Atherton Press, New York, 1968 p.57 y ss.
(21) Así comienza el texto que Sutherland publicó en la American Sociological Review en febrero de 1940, artículo que hemos traducido e incluido en el anexo a Ladrones profesionales. En ese texto, al igual que en ya citado artículo sobre las cárceles, Sutherland hace referencia explícita a Al Capone para mostrar que se sitúa en un terreno nuevo, el de los negocios honorables.
(22) Mi traducción procede de la edición francesa: Edwin H. SUTHERLAND y Donald R. CRESSEY, Principes de criminologie, Ed. Cujas, Paris, 1966, p. 88-90. Existe en francés una amplia literatura sobre los delitos económicos. He aquí algunas referencias: Jean COSSON, Les industriels de la fraude fiscale, Seuil, Paris, 1971 K. TIEDEMANN, 'Phenomenologie des infractions economiques' en Aspects criminologiques de la délinquence d' affaires, Consejo de Europa, Estrasburgo, 1977. G.KELLENS y P. LASCOUMES, Moralisme, juridisme et sacrilège; la criminalité des affaires. Analyse bibliographique, Deviance et Societé, 1, 1977, 119-133 G.KELLENS, Crise economique et criminalité economique, L' Année Sociologique, 1978, 194-208. Jean COSSON, Les grands escrocs en affaires, Seuil,Paris, 1979 Ph. ROBERT y C. FAUGERON, Les forces cachées de la justice: la crise de la justice penale, Le centurion, Paris,1980. H. D. BOSLY, 'Du Droit penal des affaires" Revue de l' Université de Bruxelles,1-3,1984,186-207.Es interesante, por sus abundantes referencias bibliográficas, el libro más reciente de Pierre LASCOUMES, Elites irrégulières. Essai sur la délinquence d’affaires, Gallimard, París,1997, en donde se dedica todo un capítulo ( pp. 49-80) a la censura del libro de Sutherland, en versión novelada.
(23) Sutherland reseñó el libro Juvenile delinquency and urban areas. A study of rates of delinquents in relation to differential characteristics of local communities in American cities en el que participaron muy activamente Shaw y McKay junto con Paul Cressey y otros sociólogos (American Journal of Sociology, 49, 1943, pp. 100-101). En esta reseña se refiere una vez más a los delitos de cuello blanco y critica la identificación del delito con la pobreza. Es muy probable que en la sustitución del concepto de desorganización social por el de organización social diferencial haya influido la lectura de Sutherland del ya clásico libro de William Foote WHITE, Street Corner Society que el propio Sutherland también reseñó (Cf. American Journal of Sociology, 50, 1944, 76-77). Sobre la centralidad del concepto de desorganización social construido fundamentalmente por Thomas y Park, véase Peter JACKSON, Social disorganization and moral order in the city, Trans. Inst. Br. Geogra. 9, 1984, pp. 168-180.
(24) Para un seguimiento más puntual de los debates en torno al delito de cuello blanco pueden consultarse las siguientes publicaciones: M. S. GAYLORD y J. F. GALLIHER, The Criminology of Edwin Sutherland, Transaction Books, New Brunswick, 1988; Karl SCHUESSLER Ed. Edwin H. Sutherland: On analyzing crime, Chicago University Press, Chicago1973; P.BEIRNE De. The origins and growth of Criminology. Essays on intelectual history 1760-1945, Darmouth, Aldesshot, 1994; R. MARTIN, R.J. MUTCHNICK y W.T. AUSTIN, Criminological thought. Pioneers. Past and present, New York, 1990 en donde se recogen también las críticas a la asociación diferencial en las pp.163 y ss.
(25) Edwin M. LEMERT, "The behavior of the systematic check forger", Social Problems, 6,1958,141-148. El artículo fue recogido más tarde con otros textos en Edwin M. LEMERT, Human Deviance, Social Problems and Social Control, Prentice Hall, Nueva York, 1967, pp.109 y ss. En esta recopilación Lemert incluye otro texto sobre los falsificadores de cheques titulado "An isolation and closure theory of naïve check forgey" (original de 1953).
(26) Cf. Daniel GLASER, "Differential association and criminological prediction", Social Problems, VIII, 1, verano 1960, pp.6-14, asi como R. L. BURGUES y R. L. AKERS, "A differential association reinforcement theory of criminal behavior", Social Problems, XLV, Otoño 1966, pp.123-147. Véase también H.D.McKAY, Differential association and crime preventions: problems of utilisation, Social Problems, VIII, 1, verano 1960, pp. 25-37. Un buen resumen realizado bajo el epígrafe de "recientes reformulaciones de la teoría de la asociación diferencial" ha sido realizado por Tamar PITCH, Teoría de la desviación social, Ed. Nueva imagen, México, 1980, pp.63 y ss.
(27) La ambigüedad ha sido señalada por el sociólogo Gresham M. SYKES, Crimonology, Harcourt Brace Javanovich inc. Nueva York, 1978, p. 99. Entre los discípulos de Sutherland figuran los nombres de importantes sociólogos del delito tales como Albert Cohen, Marshal Clinard, Donald Cressey, Lloyd Ohlin, Alfred Lindesmith, Karl Schuessler, Donald Glaser... He aquí algunas de las obras publicadas por ellos que se inscriben en el marco de el delito de cuello blanco: D. R. CRESSEY, Other people’s money, The Free Press, New York, 1953. D. R. CRESSEY, Theft of the nation, Harper and Row Publishing, New York, 1969. M. B. CLINARD,The Black Market: A Study of Whyte Collar Crime, Rinehart and Winston, Nueva York, 1952. M. B. CLINARD y P. C. YEAGER, Corporate Crime, Free Press, Nueva York, 1980. M. B. CLINARD, Corporate Ethics and Crime. The Role of the Middle Management, Sage Publications, Beverly Hills, 1983. J. F. SHORT Ed. Delinquency, Crime and Society, Free Press, Nueva York, 1976.
(28) De esa época data por ejemplo el trabajo pionero de Pavarini sobre los delitos económicos, asi como el auge del movimiento de la criminología crítica liderado, desde una perspectiva marxista, por Taylor, Walton y Young: M. PAVARINI, Ricerca su tema di criminalitá economica, La questione criminale,1,1975,537-545. Para una evaluación de ese movimiento véase Elena LARRAURI, La herencia de la criminología crítica, Siglo XXI, Madrid, 1991.
(29) Retomo en este apartado reflexiones que fueron objeto de análisis más amplios. Cf. Fernando ÁLVAREZ-URIA, Los bajos fondos del delito. Comunicación presentada en el I Congreso/Asamblea de gentes del derecho del Estado español, Madrid 21 y 22 de noviembre de 1987, asi como Fernando ÁLVAREZ-URIA, Delitos de máxima peligrosidad, Viento Sur, 17, septiembre-octubre 1994, pp. 115-121.
(30) Cf. C. SÁNCHEZ y L. FIDALGO, Abuso. España, paraíso del ‘insider trading’, El Globo, 5 de septiembre 1988, pp. 44-48. He aquí algunos títulos en español a los que se podía acceder a comienzos de los años ochenta sobre estos asuntos: A. RODRÍGUEZ SASTRE, Los delitos financieros, Madrid, 1934 (Pról. de Jiménez de Asúa). D. BELL, 'El crimen, una forma americana de vida. Una extraña escalera de movilidad social' en El fin de las ideologías, Tecnos, Madrid, 1964, pp. 157-188. K. TIEDEMANN, El concepto de delito económico y de derecho penal económico, Nuevo Pensamiento Penal, 2, 1975, 461-475. R. J. DE LA RÚA, Los delitos contra la confianza en los negocios, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1980. F. PEARCE, Los crímenes de los poderosos. El marxismo, el delito y la desviación, Siglo XXI, Madrid, 1979, J. BUSTOS, Pena y Estado, Papers, 13,1980. C. VILADAS, Los delitos de quiebra. Norma jurídica y realidad social, Península, Barcelona, 1982. C. VILADAS, "La delincuencia económica" en R. BERGALLI, J. BUSTOS y T. MIRALLES, El pensamiento criminológico, Península, Barcelona, 1983, TII. pp. 221-243. Véase también en inglés el artículo de Carlos VILADAS ‘Business Crime in Spain’ en L. H. LEIGH, Economic Crime in Europe, London School of Economics, Londres, 1980, pp. 1-14. La temprana traducción del libro de Sutherland por Rosa del Olmo no produjo, tampoco en lengua española, una gran progresión de trabajos de sociología del delito de cuello blanco.
(31) La democratización de la justicia dista de ser hoy una realidad. En este sentido es importante el desarrollo de la sociología del delito y más concretamente la investigación sobre los delitos de cuello blanco. He aquí algunas referencias bibliográficas complementarias que pueden ser útiles a quienes deseen profundizar más en este campo:
(2) He aquí la referencia de algunos libros que se ocupan de la génesis de la sociología norteamericana en Chicago: S. PARK TURNER y J.H.TURNER, The impossible science. An institutional analysis of american sociology, Sage Publications, Newbury Park, California 1990; D. ROSS, The origins of american social science, Cambridge University Press, Cambridge, 1991; H. SCHWENDINGER y J. R. SCHWENDINGER, The sociologist of the chair, A radical analysis of the formative years of Nort American sociology (1883-1922), Basic Books, Nueva York, 1974. Véase también el ya clásico libro de Fred H. MATTHEWS, Quest for an American Sociology, Robert E. Park and the Chicago School, McGill-Queen’s University Press, Montreal, 1977 asi como el libro de Denis SMITH, The Chicago School. A liberal critique of Capitalism, Macmillan Education, Londres, 1988. Alain COULON, L’Ecole de Chicago, PUF, Paris, 1992. De los libros traducidos al español destaca el estudio de Ulf HANNERZ, Exploración de la ciudad. Hacia una antropología urbana, F.C.E., México,1986 (edición inglesa de 1980).
(3) En el American Journal of Sociology de marzo de 1896 A. Small distinguió con trazos firmes las diferencias entre scholarship y social agitation pero parece un tanto injusta y mecánica la tesis pretendidamente marxista defendida por los Schwendinger que no ven en la naciente sociología de Chicago más que una apología apenas encubierta del capitalismo. Por otra parte el Departamento de Sociología distaba de ser una entidad monolítica como señala H. KUKLICK, "Chicago sociology and urban planning policy. Sociological theory as occupational ideology", Theory and society, 9, 1980, 821-845, p. 825. Sobre el importante papel jugado por Small en la institucionalización de la sociología norteamericana reproduce documentos originales y cartas de gran interés el minucioso trabajo de Vernon K. DIBBLE, The legacy of Albion Small, The University of Chicago Press, Chicago, 1975. Cf. tambien Thomas L. HASKELL, The emergence of professional social science. The american social science association and the nineteenth-century crisis of authority, University of Illinois Press, Urbana, 1977, asi como el artículo de H. E. BARNES, The place of Albion Small in Modern Sociology, American Journal of Sociology, 31, 1, 1926, pp. 15-48
(4) Gracias al minucioso estudio de Mary Jo Deegan son bien conocidos en la actualidad los estrechos vínculos entre Henderson, Thomas y el propio Small con Jane Addams y las trabajadoras sociales de Hull House, hasta el punto de que Ch. H. Cooley llegó a comparar al Departamento de Sociología de Chicago con una especie de guardería de trabajadores sociales. Cf. H. KUKLICK op.c. p.825. La propia Jane Addams, que se instaló en Hull House en septiembre de 1889 y fundó al año siguiente el The Working People’s Social Science Club, describe bien las relaciones con Small y el Departamento de Sociología: Jane ADDAMS, Twenty Years at Hull-House. With autobiographical notes, Nueva York,1940. Cf, Mary Jo DEEGAN, Jane Addams and the men of the Chicago School, 1892-1918, Transaction Books, New Brunswick, 1990.
(5) Sobre los enfrentamientos en La Sorbona cf. Wolf LEPENIES, Las tres culturas. La sociología entre la literatura y la ciencia, F.C.E., México, 1994.
(6) Sobre los conceptos de desorganización social y orden moral véase el trabajo de Peter JACKSON, Social disorganization and moral order in the city, Trans. Inst. British Geography 9, 1984, 168-180.
(7) Mary Jo DEEGAN, op. c. pp.18-19.
(8) Son numerosos los trabajos sobre la vida y el itinerario intelectual de Sutherland. Para este apartado me he basado sobre todo en datos proporcionados en la documentada Introducción que hicieron Gilbert Geis y Colin Goff de la versión íntegra de El delito de cuello blanco de la Universidad de Yale en 1983.
(9) Cf. Thorstein VEBLEN, Teoría de la clase ociosa, FCE. Mexico, 1944, p.243 (La edición original es de 1899).
Sabemos que Sutherland concedió importancia a este texto pues él mismo lo cita en este libro y también en los Principios de criminología en el capítulo dedicado a "La criminalidad y la organización social". Sobre la relación de Veblen y Weber con el capitalismo véase P. A. SARAM, Veblen and Weber, on the Spirit of Capitalism, Journal of Historical Sociology, Vol 5, nº 2, June, 1992, 234-252.
(10) En estos años únicamente publica en junio de 1916 un artículo sobre What Rural Health Surveys Have Reported?
(11) Ernest W. BURGESS realiza una reseña del libro en el American Journal of Sociology (30 January,1925) y dice de él que es el primer libro de texto sociológico en este campo (p. 491).
(12) Citado en M. S. GAYLORD y J. F. GALLIHER, The Criminology of Edwin Sutherland, Transaction Books, New Brunswick, 1988, p. 12.
(13) Edwin H. SUTHERLAND, The Prison as a Criminological Laboratory, The Annals of the American Academy of Political and Social Science, 157, Sep.1931, 131-136.
(14) Cf. Maurice HALBWACHS, "Chicago, expérience éthnique", retomado en VV.AA. L’Ecole de Chicago. Naissance de l’écologie urbaine, Aubier, Paris, 1979, p. 287.
(15) Cf. Walter Nuble BURNS, Los gangsters de Chicago, Espasa Calpe, Madrid, 1972, pp. 24 y ss.
(16) Walter Nuble BURNS, op. c. p.42 y 34.
(17) Historia secreta de la mafia, Sedmay S.A. Buenos Aires, 1974, T.II, p. 149.
(18) Cf. F. D. PASLEY, Al Capone, Alianza, Madrid, 1970, p.301 y 311-12.
(19) Raymond CHANDLER, El simple arte de matar, Bruguera, Barcelona, 1980, pp. 214-215. En un curso de doctorado que impartí en los años ochenta sobre El delito de cuello blanco, en el Programa del Departamento de Sociología IV de la Universidad Complutense, una de mis estudiantes -a quien agradezco su mediación con Rosa del Olmo para la publicación de este libro- realizó un estudio comparativo entre el análisis de la corrupción y del gansterismo realizado por los sociólogos de Chicago, especialmente por Thrasher en The gang, y las novelas de Dashiell Hammett, especialmente Cosecha roja y La llave de cristal, y concluía afirmando razonadamente la mayor capacidad analítica y explicativa de la literatura de Hammett. Lila Cristina MATEO RUIZ, Los gansters, la novela negra y la Escuela de Chicago (texto inédito). Cristina Mateo es actualmente profesora de sociología en la Universidad de Caracas.
(20) Se trata del libro de Matthew JOSEPHSON, The Robber Barons, 1934. Sobre el influjo de este libro cf. Gilbert GEIS (Ed), White Collar Criminal. The Offender in Business and the Professions, Atherton Press, New York, 1968 p.57 y ss.
(21) Así comienza el texto que Sutherland publicó en la American Sociological Review en febrero de 1940, artículo que hemos traducido e incluido en el anexo a Ladrones profesionales. En ese texto, al igual que en ya citado artículo sobre las cárceles, Sutherland hace referencia explícita a Al Capone para mostrar que se sitúa en un terreno nuevo, el de los negocios honorables.
(22) Mi traducción procede de la edición francesa: Edwin H. SUTHERLAND y Donald R. CRESSEY, Principes de criminologie, Ed. Cujas, Paris, 1966, p. 88-90. Existe en francés una amplia literatura sobre los delitos económicos. He aquí algunas referencias: Jean COSSON, Les industriels de la fraude fiscale, Seuil, Paris, 1971 K. TIEDEMANN, 'Phenomenologie des infractions economiques' en Aspects criminologiques de la délinquence d' affaires, Consejo de Europa, Estrasburgo, 1977. G.KELLENS y P. LASCOUMES, Moralisme, juridisme et sacrilège; la criminalité des affaires. Analyse bibliographique, Deviance et Societé, 1, 1977, 119-133 G.KELLENS, Crise economique et criminalité economique, L' Année Sociologique, 1978, 194-208. Jean COSSON, Les grands escrocs en affaires, Seuil,Paris, 1979 Ph. ROBERT y C. FAUGERON, Les forces cachées de la justice: la crise de la justice penale, Le centurion, Paris,1980. H. D. BOSLY, 'Du Droit penal des affaires" Revue de l' Université de Bruxelles,1-3,1984,186-207.Es interesante, por sus abundantes referencias bibliográficas, el libro más reciente de Pierre LASCOUMES, Elites irrégulières. Essai sur la délinquence d’affaires, Gallimard, París,1997, en donde se dedica todo un capítulo ( pp. 49-80) a la censura del libro de Sutherland, en versión novelada.
(23) Sutherland reseñó el libro Juvenile delinquency and urban areas. A study of rates of delinquents in relation to differential characteristics of local communities in American cities en el que participaron muy activamente Shaw y McKay junto con Paul Cressey y otros sociólogos (American Journal of Sociology, 49, 1943, pp. 100-101). En esta reseña se refiere una vez más a los delitos de cuello blanco y critica la identificación del delito con la pobreza. Es muy probable que en la sustitución del concepto de desorganización social por el de organización social diferencial haya influido la lectura de Sutherland del ya clásico libro de William Foote WHITE, Street Corner Society que el propio Sutherland también reseñó (Cf. American Journal of Sociology, 50, 1944, 76-77). Sobre la centralidad del concepto de desorganización social construido fundamentalmente por Thomas y Park, véase Peter JACKSON, Social disorganization and moral order in the city, Trans. Inst. Br. Geogra. 9, 1984, pp. 168-180.
(24) Para un seguimiento más puntual de los debates en torno al delito de cuello blanco pueden consultarse las siguientes publicaciones: M. S. GAYLORD y J. F. GALLIHER, The Criminology of Edwin Sutherland, Transaction Books, New Brunswick, 1988; Karl SCHUESSLER Ed. Edwin H. Sutherland: On analyzing crime, Chicago University Press, Chicago1973; P.BEIRNE De. The origins and growth of Criminology. Essays on intelectual history 1760-1945, Darmouth, Aldesshot, 1994; R. MARTIN, R.J. MUTCHNICK y W.T. AUSTIN, Criminological thought. Pioneers. Past and present, New York, 1990 en donde se recogen también las críticas a la asociación diferencial en las pp.163 y ss.
(25) Edwin M. LEMERT, "The behavior of the systematic check forger", Social Problems, 6,1958,141-148. El artículo fue recogido más tarde con otros textos en Edwin M. LEMERT, Human Deviance, Social Problems and Social Control, Prentice Hall, Nueva York, 1967, pp.109 y ss. En esta recopilación Lemert incluye otro texto sobre los falsificadores de cheques titulado "An isolation and closure theory of naïve check forgey" (original de 1953).
(26) Cf. Daniel GLASER, "Differential association and criminological prediction", Social Problems, VIII, 1, verano 1960, pp.6-14, asi como R. L. BURGUES y R. L. AKERS, "A differential association reinforcement theory of criminal behavior", Social Problems, XLV, Otoño 1966, pp.123-147. Véase también H.D.McKAY, Differential association and crime preventions: problems of utilisation, Social Problems, VIII, 1, verano 1960, pp. 25-37. Un buen resumen realizado bajo el epígrafe de "recientes reformulaciones de la teoría de la asociación diferencial" ha sido realizado por Tamar PITCH, Teoría de la desviación social, Ed. Nueva imagen, México, 1980, pp.63 y ss.
(27) La ambigüedad ha sido señalada por el sociólogo Gresham M. SYKES, Crimonology, Harcourt Brace Javanovich inc. Nueva York, 1978, p. 99. Entre los discípulos de Sutherland figuran los nombres de importantes sociólogos del delito tales como Albert Cohen, Marshal Clinard, Donald Cressey, Lloyd Ohlin, Alfred Lindesmith, Karl Schuessler, Donald Glaser... He aquí algunas de las obras publicadas por ellos que se inscriben en el marco de el delito de cuello blanco: D. R. CRESSEY, Other people’s money, The Free Press, New York, 1953. D. R. CRESSEY, Theft of the nation, Harper and Row Publishing, New York, 1969. M. B. CLINARD,The Black Market: A Study of Whyte Collar Crime, Rinehart and Winston, Nueva York, 1952. M. B. CLINARD y P. C. YEAGER, Corporate Crime, Free Press, Nueva York, 1980. M. B. CLINARD, Corporate Ethics and Crime. The Role of the Middle Management, Sage Publications, Beverly Hills, 1983. J. F. SHORT Ed. Delinquency, Crime and Society, Free Press, Nueva York, 1976.
(28) De esa época data por ejemplo el trabajo pionero de Pavarini sobre los delitos económicos, asi como el auge del movimiento de la criminología crítica liderado, desde una perspectiva marxista, por Taylor, Walton y Young: M. PAVARINI, Ricerca su tema di criminalitá economica, La questione criminale,1,1975,537-545. Para una evaluación de ese movimiento véase Elena LARRAURI, La herencia de la criminología crítica, Siglo XXI, Madrid, 1991.
(29) Retomo en este apartado reflexiones que fueron objeto de análisis más amplios. Cf. Fernando ÁLVAREZ-URIA, Los bajos fondos del delito. Comunicación presentada en el I Congreso/Asamblea de gentes del derecho del Estado español, Madrid 21 y 22 de noviembre de 1987, asi como Fernando ÁLVAREZ-URIA, Delitos de máxima peligrosidad, Viento Sur, 17, septiembre-octubre 1994, pp. 115-121.
(30) Cf. C. SÁNCHEZ y L. FIDALGO, Abuso. España, paraíso del ‘insider trading’, El Globo, 5 de septiembre 1988, pp. 44-48. He aquí algunos títulos en español a los que se podía acceder a comienzos de los años ochenta sobre estos asuntos: A. RODRÍGUEZ SASTRE, Los delitos financieros, Madrid, 1934 (Pról. de Jiménez de Asúa). D. BELL, 'El crimen, una forma americana de vida. Una extraña escalera de movilidad social' en El fin de las ideologías, Tecnos, Madrid, 1964, pp. 157-188. K. TIEDEMANN, El concepto de delito económico y de derecho penal económico, Nuevo Pensamiento Penal, 2, 1975, 461-475. R. J. DE LA RÚA, Los delitos contra la confianza en los negocios, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1980. F. PEARCE, Los crímenes de los poderosos. El marxismo, el delito y la desviación, Siglo XXI, Madrid, 1979, J. BUSTOS, Pena y Estado, Papers, 13,1980. C. VILADAS, Los delitos de quiebra. Norma jurídica y realidad social, Península, Barcelona, 1982. C. VILADAS, "La delincuencia económica" en R. BERGALLI, J. BUSTOS y T. MIRALLES, El pensamiento criminológico, Península, Barcelona, 1983, TII. pp. 221-243. Véase también en inglés el artículo de Carlos VILADAS ‘Business Crime in Spain’ en L. H. LEIGH, Economic Crime in Europe, London School of Economics, Londres, 1980, pp. 1-14. La temprana traducción del libro de Sutherland por Rosa del Olmo no produjo, tampoco en lengua española, una gran progresión de trabajos de sociología del delito de cuello blanco.
(31) La democratización de la justicia dista de ser hoy una realidad. En este sentido es importante el desarrollo de la sociología del delito y más concretamente la investigación sobre los delitos de cuello blanco. He aquí algunas referencias bibliográficas complementarias que pueden ser útiles a quienes deseen profundizar más en este campo:
J. LUNDMAN Ed., Corporate and Governamental Deviance,
Oxford University Press, Nueva York, 1978.
G. GEIS , I. y E. STOTLAND, White Collar Crime: Theory and Research, Sage Publications, Beverly Hills, 1983.
J. W. COLEMAN, The Criminal Elite.The Sociology of White Collar Crime, St. Martin's Press, Nueva York, 1988, 2 ed.
J. BRAITHWAITE, Transnational Corporations and Corruption: Towards some International Solutions, International Journal of the Sociology of Law, 7,1979,125-142.
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J. BRAITHWAITE y G. GEISS, On Theory and Action for Corporate Crime Control, Crime and Delinquency, April,1982, 292-314. Michael R. GOTTFREDSON y Travis HIRSCHI, A general theory of crime, Stanford University Press, Stanford, 1990.
G. GEIS , I. y E. STOTLAND, White Collar Crime: Theory and Research, Sage Publications, Beverly Hills, 1983.
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H. C. BARNETT, Corporate Capitalism, Corporate Crime, Crime and Delinquency, January, 1981, 4-23.
J. BRAITHWAITE y G. GEISS, On Theory and Action for Corporate Crime Control, Crime and Delinquency, April,1982, 292-314. Michael R. GOTTFREDSON y Travis HIRSCHI, A general theory of crime, Stanford University Press, Stanford, 1990.