RICHARD DAWKINS: EL POSMODERNISMO AL DESNUDO. (2003).



El posmodernismo al desnudo. (2003). Por Richard DAWKINS.
Reseña del libro Imposturas intelectuales, de Alan SOKAL y Jean BRICMONT.
 

"Supongamos que el lector es un impostor intelectual que nada tiene para decir, pero que posee grandes ambiciones de éxito en el ámbito académico, como la de reunir a un grupo de discípulos reverentes y que estudiantes de todo el mundo unjan con prodigioso rotulador amarillo las páginas que usted ha escrito. ¿Qué estilo literario cultivaría? Probablemente, no uno muy claro, puesto que la claridad pondría en evidencia su falta de contenido. Las probabilidades indican que, más bien, escribiría algo como lo que sigue:
Podemos ver claramente que no existe ninguna correspondencia biunívoca entre los vínculos significantes lineales o la arqueoescritura lineal, dependiendo del autor, y esta catálisis maquinal multidimensional y multirreferencial. La simetría de escala. la transversalidad, el carácter pitico no discursivo de su expansión: todas estas dimensiones nos alejan de la lógica del tercero excluido y prestan apoyo a nuestro abandono del binarismo ontológico que hemos criticado anteriormente.
Esta es una cita que pertenece al psicoanalista Félix Guattari, uno de los numerosos «intelectuales» de moda franceses desenmascarados por Alan Sokal y Jean Bricmont en su espléndido libro Imposturas intelectuales. El libro causó sensación entre el público francés el año pasado y ahora se publica en una versión en inglés totalmente reescrita y corregida. Guattari continúa con este estilo indefinidamente y ofrece, en opinión de Sokal y Bricmont, «la mezcla más brillante de jerga científica, pseudocientífica y filosófica con la cual nos hayamos encontrado jamás». El colaborador cercano de Guattari, el ya fallecido Gilles Deleuze poseía similar talento para escribir:
En primer lugar, las singularidades-sucesos corresponden a series heterogéneas que se organizan en un sistema que no es ni estable ni inestable, sino más bien «metaestable», provisto de una energía potencial en la que se distribuyen las diferencias entre las series... En segundo lugar, las singularidades poseen un proceso de autounificación, siempre móvil y desplazado en la medida en que un elemento paradójico recorre las series y las hace resonar, envolviendo los puntos singulares en un único punto aleatorio y todas las emisiones, todos los lanzamientos de dados, en un único lanzamiento.
Esto me trae a la mente las primeras descripciones utilizadas por Peter Medawar para caracterizar cierta clase de estilo intelectual francés (nótese, de paso, el contraste que ofrece la prosa elegante y clara del propio Medawar):
El estilo se ha convertido en un objeto de la mayor importancia, ¡y qué estilo! En mi opinión, posee cierto aire de pavoneo y desenfreno propio de alguien que se da una gran importancia; elevado, por cierto, pero, como el ballet, de un modo danzante que se detiene de tanto en tanto en estudiadas actitudes, como si aguardase el estallido de los aplausos. Ha tenido una influencia lamentable en la calidad del pensamiento moderno...
Volviendo al ataque contra los mismos objetivos, pero ahora desde un ángulo diferente, Medawar dice:
Podría citar pruebas de que estamos en los inicios de una susurrante campaña contra las virtudes de la claridad. Un escritor sobre estructuralismo del Times Literary Supplement ha sugerido que los pensamientos que son confusos y tortuosos en razón de su profundidad se expresan más adecuadamente en una prosa deliberadamente oscura. ¡Qué idea tan ridícula! Me recuerda a un encargado de La defensa civil de Oxford en tiempos de la guerra, quien, cuando la claridad de la luna parecía querer quebrantar el ánimo del apagón, nos exhortaba a que utilizásemos gafas oscuras. Él, sin embargo, estaba intentando ser gracioso.
Esta cita proviene de la Conferencia sobre «Ciencia y Literatura» de Medawar, de 1968, reimpresa en “La república de Plutón.” Desde los tiempos de Medawar, la susurrante campaña ha elevado su voz.
Deleuze y Guattari han escrito y colaborado en libros que el celebrado Michel Foucault ha descrito como «entre los más grandes de los grandes... Tal vez algún día se llame deleuziano a este siglo». Sokal y Bricmont, sin embargo, señalan:
Estos textos contienen un puñado de oraciones inteligibles —en algunas ocasiones banales, en otras erróneas- y hemos comentado sobre ellas en las notas al pie de página. Con respecto al resto, dejaremos que el lector lo juzgue. Pero se trata de una ardua tarea para el lector. No hay duda de que existen pensamientos tan profundos que la mayoría de nosotros no comprenderíamos el lenguaje en el cual están expresados y tampoco hay dudas acerca de que hay cierto lenguaje especialmente diseñado para resultar ininteligible, a fin de poder ocultar la ausencia de pensamiento honesto.

Pero, ¿cómo hacer para distinguir entre ellos? ¿Qué ocurriría si realmente fuese necesario un ojo experto para reconocer si el emperador lleva puesto su manto o no? En particular, ¿cómo sabremos si la «filosofía» francesa en boga, cuyos discípulos y exponentes han invadido vastos sectores de la vida académica estadounidense, es genuinamente profunda o sólo se trata de la vacía retórica propia de embaucadores y charlatanes? Sokal y Bricmont son profesores de física en la Universidad de Nueva York y en la Universidad de Lovaina respectivamente. Han limitado su crítica a aquellas obras que se han aventurado a invocar conceptos de la física y la matemática. En esos ámbitos, ambos profesores saben de qué se trata y su veredicto es inequívoco. Sobre Lacan, por ejemplo, cuyo nombre es reverenciado por muchos académicos en los departamentos de humanidades de numerosas universidades estadounidenses y británicas, en parte, sin duda, porque simula una profunda comprensión de la matemática, afirman:
[. ..] si bien Lacan utiliza un reducido número de palabras clave provenientes de la teoría matemática de la solidez, las confunde arbitrariamente y sin el más mínimo cuidado de su significado. Su «definición» de solidez no solo es falsa: es un galimatías.
Los autores continúan, citando esta notable pieza de razonamiento lacaniano:
Así pues, al calcular la significación según el método algebraico aquí utilizado, a saber:
S (significante)
-------------------- = s (el enunciado)
s (significado)
Siendo S = (-1), da como resultado: s = raíz cuadrada (-1)
No es necesario ser matemático para darse cuenta de que esto es absurdo. Recuerda al personaje de Aldous Huxley, que había probado la existencia de Dios dividiendo cero por un número dado y luego derivando el infinito.
En una posterior pieza de razonamiento que es completamente típica del género, Lacan sigue adelante y concluye que el órgano eréctil [. . .] es equivalente a la raíz cuadrada de -1, de la significación obtenida previamente, de la jouissance que restituye por el coeficiente de su enunciado a la función de falta de significante (-1).
No nos es precisa la pericia matemática de Sokal y Bricmont para estar seguros de que el autor de todo esto es un impostor. ¿Es posible que sea auténtico cuando trate temas no científicos? Pero, en lo que a mí respecta y cuando se trata de cosas de las que nada sé, un filósofo que ha sido atrapado comparando el órgano eréctil con la raíz cuadrada de menos uno ha quemado sus credenciales.
La «filósofa» feminista Luce Irigaray es otra autora a la que Sokal y Bricmont han dedicado un capítulo completo. En un pasaje que evoca una notoria descripción feminista de los Principia de Newton (un «manual para la violación»), Irigaray sostiene que E = mc2 es una «ecuación sexuada». ¿Por qué? Porque «privilegia la velocidad de la luz por sobre otras velocidades que son necesarias de modo vital para nosotros» (mi énfasis en lo que, rápidamente me vengo a enterar, es una palabra típica). Tan típica de la escuela de pensamiento que analizamos como lo anterior es la tesis de lrigaray acerca de la mecánica de los fluidos. Los fluidos, vea usted, han sido apartados injustamente. La «física masculina» privilegia las cosas rígidas y sólidas. La comentadora estadounidense de lrigaray, Katherine Hayles, cometió el error de reexpresar los pensamientos de la autora en un lenguaje (relativamente) más claro. Por una vez, podemos echar un vistazo razonablemente libre de obstáculos al emperador y, en efecto, está desnudo:

- Ella atribuye el hecho de que la ciencia privilegie la mecánica de los sólidos por sobre la mecánica de los fluidos y, por cierto, su total incapacidad para tratar con los flujos turbulentos, a la asociación de la fluidez con lo femenino. En tanto que los varones poseen órganos sexuales que sobresalen y se ponen rígidos, las mujeres poseen aberturas que gotean sangre menstrual y flujos vaginales. . . Desde este punto de vista, no sorprende que la ciencia no haya sido capaz de lograr un exitoso modelo de las turbulencias. El problema del flujo turbulento no puede ser resuelto porque las concepciones sobre los fluidos (y las mujeres) han sido formuladas de tal modo que necesariamente dejan restos no articulados.

No hace falta ser físico para olfatear cuán estúpidamente absurdos son los argumentos de este tipo (su tono se ha convertido en algo demasiado conocido), pero es de ayuda tener a Sokal y a Bricmont a la mano, para decirnos la verdadera razón por la cual los flujos turbulentos constituyen un problema difícil (las ecuaciones de Navier-Stokes son difíciles de resolver).
De manera similar, Sokal y Bricmont exponen la confusión de Bruno Latour acerca de la relatividad y el relativismo, la «ciencia posmoderna» de Lyotard y los difundidos y previsibles abusos que soportan el Teorema de Gódel, la teoría cuántica y la teoría del caos. El renombrado Jean Baudrillard es sólo uno entre los muchos que hallan en la teoría del caos un útil instrumento para embaucar a los lectores. Una vez más, Sokal y Bricmont nos echan una mano al analizar los trucos que se han puesto en funcionamiento. La oración siguiente «si bien está construida a partir de terminología científica, no tiene sentido alguno desde el punto de vista científico»:
Tal vez la propia historia deba de ser considerada como una formación caótica, en la cual la aceleración pone fin a la linealidad y la turbulencia creada por la aceleración desvía definitivamente a la historia de su finalidad, del mismo modo en que esa turbulencia introduce distancia entre los efectos y sus causas.
No citaré más, ya que, tal como dicen Sokal y Bricmont, el texto de Baudrillard «continúa en un aumento gradual de sinsentidos». Una vez más Sokal y Bricmont llaman la atención acerca de «la elevada densidad de terminología científica y pseudocientífica, insertada en oraciones que se encuentran, hasta donde hemos podido analizar, vacías de todo sentido». Sus conclusiones acerca de Baudrillard son válidas para cualquiera de los otros autores criticados aquí y celebrados en Estados Unidos:
En resumen, en la obra de Baudrillard se encuentra una profusión de términos científicos utilizados con total falta de consideración por lo que significan y, por sobre todo, en un contexto en el que resultan impertinentes de forma manifiesta. Sea que se los interprete como metáforas o no, es difícil ver el papel que podrían tener, excepto el de dar una apariencia de profundidad a comentarios triviales acerca de sociología o historia. Más aún, la terminología científica se encuentra confundida con vocabulario no científico, el cual se utiliza con igual descuido. Cuando todo se ha dicho y hecho, uno se pregunta qué quedaría del pensamiento de Baudrillard si se removiese el barniz verbal que lo recubre.
Pero, ¿acaso los posmodernistas no afirman sólo estar «jugando»? ¿No es el núcleo de su filosofía el que todo vale, que no hay verdad absoluta, que cualquier escrito posee el mismo valor que otro, que no hay un punto de vista privilegiado? Dados sus propios criterios de verdad relativa, ¿no es un poco injusto regañarles por utilizar engañosos juegos de palabras y gastar pequeñas bromas a los lectores? Tal vez, pero entonces se nos deja con la pregunta de por qué sus escritos son tan asombrosamente aburridos. ¿Los juegos no deberían ser, por lo menos, divertidos, en lugar de ceñudos, solemnes y pretenciosos? Más notable aún, si sólo están bromeando, ¿por qué reaccionan con tales chillidos de consternación cuando alguien hace una broma a sus expensas? El origen de Imposturas intelectuales fue un brillante fraude perpetrado por Alan Sokal. El magnífico éxito de su golpe no fue recibido con las divertidas risitas de aprobación que se podrían haber esperado luego de semejante proeza de juego deconstructivo. En apariencia, cuando nos transformamos en establishment, deja de ser divertido que alguien pinche nuestro establecido globo de aire caliente.
Tal como se sabe bastante bien hoy en día, en 1996 Sokal envió a la revista estadounidense Social Text un artículo llamado «Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica». El artículo era absurdo de cabo a rabo. Se trataba de una parodia del contoneo posmoderno cuidadosamente preparada. Sokal obtuvo la inspiración para llevar adelante el fraude de Supersticiones de alta escuela: la izquierda académica y sus rencillas con la ciencia, de Paul Gross y Norman Levitt, una importante obra que merece hacerse tan bien conocida fuera de Estados Unidos como ya lo es allí. Casi sin poder creer lo que leía en ese libro, Sokal fue siguiendo las referencias de la literatura posmoderna y encontró que Gross y Levitt no exageraban. Resolvió hacer algo acerca de ello. En palabras de Gary Kamiya:
Todo aquel que había pasado bastante tiempo leyendo esforzadamente la jerigonza gazmoña, oscurantista y llena de jerga que se hace pasar por pensamiento «avanzado» en las humanidades sabía que, tarde o temprano, tenía que ocurrir: un académico perspicaz, armado con las no tan secretas palabras clave («hermenéutica», «transgresora», «lacaniano», «hegemonía», por nombrar solo unas cuantas) escribiría un artículo completamente falso, lo enviaría a una revista au courant y lograría que se lo aceptasen... El trabajo de Sokal utiliza todos los términos apropiados. Cita a toda la mejor gente. Castiga a los pecadores (hombres blancos, el «mundo real»), alaba a los virtuosos (las mujeres, la demencia metafísica general)... Y es un perfecto e inalterado fraude, un hecho que de algún modo escapó a la atención de los superpoderosos directores de Social Text. Los mismos que ahora deben experimentar la incómoda sensación que afligió a los troyanos la mañana siguiente a la noche en que arrastraron aquel bonito y enorme caballo de regalo hacia el interior de su ciudad.
A esos directores, el artículo de Sokal debe haberles parecido caído del cielo. Se trataba del físico que decía todas las alentadoras cosas que ellos deseaban oír, al atacar la «hegemonía de la post-Ilustración» y otras nociones igualmente poco cool, tales como la existencia del mundo real. No sabían que Sokal también había atestado su artículo con atroces errores científicos, del tipo de los que cualquier árbitro con una licenciatura en física hubiese detectado instantáneamente. Pero no se envió el artículo a ningún árbitro con conocimientos de física. Los directores, Andrew Ross y otros, se sintieron satisfechos porque la ideología del artículo se ajustaba a la suya propia y tal vez hasta se sintieron halagados por las referencias a sus propios trabajos. Esta ignominiosa pieza de montaje ganó, con gran justicia, el Premio Ig Nobel de Literatura de 1996.
No obstante la vergüenza, y a pesar de sus pretensiones feministas, estos directores son machos dominantes ejecutando sus respectivos lekking en la arena académica. El mismísimo Andrew Ross tiene tal tosca confianza (apoyada en su cargo) como para decir: «Me alegra haberme deshecho de los Departamentos de Inglés. Para empezar, detesto la literatura y los departamentos de inglés tienen tendencia a estar repletos de gente que ama la literatura». Tiene también la bestial complacencia de comenzar un libro sobre «estudios sociales» con estas palabras: «Esta obra está dedicada a todos los profesores de ciencias que nunca tuve. Sólo sin ellos ha podido ser escrito». Ross y sus colegas, los magnates de los «estudios culturales» y los «estudios sociales», no son excéntricos inofensivos ubicados en universidades de mala calidad. Muchos de ellos poseen cargos estables como profesores en algunas de las mejores universidades de Estados Unidos. Esta clase de hombre se sienta en los comités de nombramiento, esgrimiendo su poder sobre jóvenes académicos que tal vez aspiren secretamente a una carrera académica honesta en estudios literarios o, por ejemplo, en antropología. Sé -porque muchos de ellos me lo han dicho- que hay académicos sinceros, que hablarían si se atrevieran, pero que guardan un temeroso silencio. Para ellos. Alan Sokal aparecerá como un héroe y nadie que posea sentido del humor o sentido de la justicia estará en desacuerdo. Dicho sea de paso, también contribuye, aunque en términos estrictos es algo irrelevante, el que sus propias credenciales de izquierda sean impecables.

En un detallado postmortem de su famoso fraude, enviado a Social Text pero previsiblemente rechazado por ellos y publicado en otro sitio, Sokal señala que, además de las numerosas medias verdades, falsedades y conclusiones erróneas, su artículo original contenía algunas oraciones que, si bien eran «correctas en su sintaxis, no tenían sentido alguno». Se lamenta de que no hubiera más de estas: «Intenté esforzadamente producir más de eDas, pero me encontré con que, salvo por ciertos escasos estallidos de inspiración, sencillamente no tenía el don». Si Sokal estuviese escribiendo su parodia en estos días, probablemente recibiría ayuda de un virtuoso producto de la programación de ordenadores, diseñado por Andrew Bulhak, de Melbourne: el Generador de Posmodernismo. Cada vez que uno lo visita en el sitio http://www.elsewhere.org/pomo/ el programa produce para el visitante, en forma espontánea y utilizando principios gramaticales sin tacha, un flamante discurso posmoderno nunca antes visto. He estado allí y el artefacto produjo para mí un artículo de 6000 palabras llamado «La teoría capitalista y el paradigma subtextual del contexto», por «David I. L.Werther y Rudolf du Garbandier, del Departamento de Inglés de la Universidad de Cambridge» (un caso de justicia poética, ya que fue Cambridge la que consideró apropiado otorgar a Jacques Derrida un título honorario). He aquí una oración típica de esta obra impresionantemente erudita:
Si se examina la teoría capitalista, se halla uno frente a una elección: o bien se rechaza el materialismo neotextual o bien se llega a la conclusión de que la sociedad posee un valor objetivo. Si se sostiene el desituasionismo dialéctico, debemos elegir entre el discurso habermasiano y el paradigma subtextual del contenido. Podría decirse que el sujeto es contextualizado en un nacionalismo textual que incluye la verdad como realidad. En cierto sentido, la premisa del paradigma subtextual del contexto afirma que la realidad proviene del inconsciente colectivo.
Visitad el Generador de Posmodernismo. Es una fuente realmente infinita de sinsentido sintácticamente correcto producido aleatoriamente, distinguible de los discursos auténticos únicamente porque leerlo es más divertido. Se podrían producir miles de artículos por día, único cada uno y listo para su publicación, con sus referencias numeradas y todo. Los manuscritos deberían ser enviados al «Colectivo Editorial» de Social Text, escritos a doble espacio y por triplicado. En cuanto a la más ardua tarea de recuperar los departamentos de humanidades y de estudios sociales para los auténticos académicos, Sokal y Bricmont se han unido a Gross y Levitt al ofrecer una amistosa y comprensiva señal desde el mundo de la ciencia. Esperemos que sea atendida.
Extraído de ‘El Capellán del Diablo’ (2003), de Richard Dawkins.”.