CRÍMENES COLECTIVOS: RÁNQUIL, de REINALDO LOMBOY.


Es curioso, pero está ausente de las aulas, estudios penales y libros de casos -como si fuese algo ajeno o carente de nivel académico-, los asesinatos y homicidios colectivos de motivación política y económicosocial, las matanzas de chilenos alentadas por el poder económico, ordenadas o permitidas por el poder político, y ejecutadas por aparatos armados estatales y civiles proclives.

Desde ese cómodo y evasivo enfoque, nunca habrían existido las acciones perpetradas en la Escuela Santa María, en Iquique, o en las oficinas salitreras La Coruña y San Gregorio. En otras, más recientes, como los homicidios colectivos de El Salvador y Puerto Montt; e, incluso, la secuela de miles de muertos y desaparecidos, obra de líderes y agentes de la reciente dictadura empresarial-militar.

Pareciese que no fuesen delitos, y que no es digna de estudio su perpetración, su encubrimiento, la participación criminal, las normas que quebrantaron, en fin.

Como si no tuviesen ninguna relación o nexo con el Derecho penal, con la Criminología; con ninguna otra rama jurídica; tal vez se vea en algún introductorio curso de Historia social, como dato histórico, pero nada más.

Se cumplen 79 años de la matanza perpetrada en Lonquimay y zonas aledañas. Reinaldo LOMBOY escribió, en 1942, una lírica narración de los hechos, que denominó RÁNQUIL.

RIVACOBA Y NERUDA.

MANUEL DE RIVACOBA Y PABLO NERUDA
Dentro del proceso judicial que sustancia el ministro Mario Carroza, en estos días deberían exhumarse los restos de nuestro poeta y premio nobel.
   Si la memoria no nos traiciona, fue al término del año 1980 que, siendo estudiantes de Derecho penal I, y deseando saludarle, promovimos una visita a Manuel, en su departamento de Viña del Mar. Como era fin de año, para regalarle ubicamos un texto de Pablo Neruda, “Los versos del capitán”.
   Invitamos a otros estudiantes en quienes percibíamos aprecio por Manuel.
   Entonces, cultivábamos un nexo fraterno que duraría hasta su muerte. Esa tarde nos recibió cordialmente; ignorando el motivo de la visita y siendo evidente su curiosidad, le explicamos que queríamos saludarle, iniciando un diálogo que sustentó una cálida velada. Al abrir el regalo combinó extrañeza y alegría, haciéndonos presente que “… en España, pues, en esta fecha sólo se regala a los niños...”.
   Un domingo del año 2000 le llevamos a Isla Negra, a la casa museo de Neruda; en dicha tarde, nos comentó haber conocido personalmente al poeta, en los inicios de los años 70; ejerciendo como dirigente de la República Española en el exilio; junto a otros republicanos, le visitó, para solicitarle prologar un libro que deseaban publicar.
   Tocando el tema de en quiénes había quedado la administración de sus inmuebles, derechos literarios y otros bienes, Manuel reflejó ironía y a la vez tristeza, recordándose la extrema ingenuidad o credulidad de los comunistas chilenos (en plural), específicamente al haber confiado en aquellas personas que hasta hoy controlan el legado cultural, material y jurídico del poeta.
   Es que, en definitiva, sus bienes no tuvieron el destino que en vida Neruda deseó, es decir, administración, uso y goce por organizaciones universitarias y de trabajadores.
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