Criminología: La desatendida producción criminal de los poderosos. SUTHERLAND y "El delito de cuello blanco".




Criminología: La desatendida producción criminal de los poderosos.
 
Sutherland y "El delito de cuello blanco".


En 1982 cuatro exalumnos del curso de Derecho penal 1980-1981, de Manuel de RIVACOBA, solicitamos a la Dirección de la Escuela que aquél impartiera un curso electivo sobre Criminología. Éramos sólo cuatro, entre quienes recordamos a un entonces estudiante -muy inteligente- de Casablanca. La experiencia fue muy valiosa.

Manuel se animó, preparando un texto que hasta hoy guarda vigencia.
 

En efecto, por medio de Edeval, publicó Elementos de Criminología (dudaba si denominarle Nociones… o Elementos…); divisando su importancia para comprender el tema, en la primera parte del texto describió –primorosamente- vicisitudes de las clasificaciones de las ciencias (tema que exige integrar todo curso de Introducción al Derecho), para luego, en su Lección II,  ilustrar dogmática penal y política criminal.
  
Incluso, publicó -en cuadernillo- el Programa de la asignatura.


Cuando el tiempo se lo permitía, RIVACOBA revisaba personalmente las pruebas de imprenta proporcionadas por Edeval. En imágenes, algunas de sus correcciones sobre las mencionadas pruebas, y cómo quedaron en el texto del Programa definitivo. 

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En lo que atañe a la disciplina criminológica, como bien lo indica Fernando ÁLVAREZURÍA, de la Universidad Complutense de Madrid, estamos en deuda con Edwin H. SUTHERLAND, y especialmente por su aporte para enfocar la conducta criminal de sectores pudientes.

El tema posee importancia y actualidad; no olvidemos los recientes casos Falabella y D y S, Johnson’s y La Polar, implicando a grandes empresas auditoras, y el trágico caso Nutracom (y, en materia laboral, la acción patronal antisindical, groseramente lesiva), cuyos responsables, gracias al régimen procesal penal y negociando con el ministerio público, en muchos casos operan transacciones pecuniarias barnizadas de altruismo evadiendo la consecuencia penal, no recibiendo sanciones –no diremos penas-; a lo más, multas de monto ridículamente bajo en relación al daño ocasionado y a sus fortunas societarias y personales.
 

En el escasísimo evento de condenas penales, éstas son de mínima entidad real.


A continuación se reproduce el Prólogo que ÁLVAREZ-URÍA realizó para una nueva edición, en español, del clásico de SUTHERLAND, El delito de cuello blanco, mediante el sello madrileño La Piqueta, en 1999.




  


El delito de cuello blanco es el título del libro más importante de Edwin H. Sutherland, el sociólogo del delito más influyente del siglo XX. Son bien conocidos los avatares por los que pasó este libro que fue publicado por vez primera en 1949 por la Editorial Dryden Press de Nueva York. Sutherland era reticente a realizar recortes y a silenciar los nombres de las setenta grandes empresas norteamericanas que sirvieron de base a su investigación, tal y como le exigían de forma imperativa tanto la editorial que se hizo cargo de la publicación, como la Universidad de Indiana. Finalmente terminó cediendo a las presiones hasta el punto de llegar a consolarse con la idea de que la censura impuesta proporcionaba al libro un mayor valor ejemplar, pues obligaba a establecer una mayor distancia con las empresas específicas estudiadas, unas empresas que mostraban ser reincidentes en la delincuencia. Muchos años después de la muerte de Sutherland sus discípulos publicaron en la Universidad de Yale, en 1983, una cuidada versión del libro original sin recortes. Sin embargo, una de las primeras traducciones de aquella primera versión censurada que Sutherland entregó a la imprenta fue la traducción española realizada en 1969 por Rosa del Olmo, profesora de la Facultad de Economía y Ciencia Social de la Universidad Central de Venezuela. Esta traducción es la que ahora sirve de base a nuestra edición, y queremos expresar nuestro más vivo y sincero agradecimiento a Rosa del Olmo por la generosa cesión de su valiosa traducción para la Colección Genealogía del poder de Ediciones La Piqueta, pues gracias a ella podemos disfrutar de uno de los textos clásicos de la sociología del delito, un libro que ha contribuido a revolucionar el panorama de la criminología del siglo XX. Hemos enriquecido la versión venezolana incluyendo en sendos anexos dos nuevos textos del autor sobre los delitos de cuello blanco que fueron escritos poco antes de la publicación de este libro y que hasta ahora permanecieron inéditos en español.

   La mayor parte de los comentaristas de la obra criminológica de Sutherland coinciden en fijar como punto de partida del concepto de delito de cuello blanco la reunión anual organizada por la American Sociological Society que tuvo lugar en Filadelfia, en diciembre de 1939, es decir, diez años antes de que saliese a la luz la publicación en inglés de este libro. Se trataba de la 34 reunión anual de la Sociedad, que estuvo presidida por el sociólogo de la Universidad de Chicago Jacob Viner, y en la que la conferencia presidencial corrió a cargo precisamente de Edwin H. Sutherland. Su disertación se titulaba The White Collar Criminal. El impacto que produjo esta conferencia entre los sociólogos que participaban en la reunión fue enorme. También algunos periódicos publicaron resúmenes del contenido de la intervención, resúmenes que en ocasiones dejaban traslucir la imagen de un Sutherland radical que adoptaba posiciones liberales (1). ¿Cómo llegó Sutherland a elaborar este nuevo concepto que fue clave en la formación de una nueva sociología del delito? ¿Qué efectos se derivaron de la introducción de esta nueva categoría en la percepción del mundo del delito? ¿Sigue teniendo vigencia en la actualidad un libro que cuenta ya con cincuenta años de existencia desde su primera publicación? Intentaré brevemente avanzar algunas respuestas a estas cuestiones, pero el objetivo principal de esta presentación es facilitar una lectura más sociológica y contextualizada de este libro pionero de Edwin Sutherland.

   Para entender cómo surgió El delito de cuello blanco, para dar cuenta sociológicamente de sus condiciones de posibilidad, es preciso remontarse a la propia carrera profesional de Sutherland e inscribirla en el marco social e institucional que favoreció la formación del concepto de delito de cuello blanco. Dicho de otro modo, es preciso estudiar la obra de Sutherland en estrecha vinculación con el Departamento de Sociología de la Universidad de Chicago y con las teorías del delito dominantes en la época, pero es preciso también tener en perspectiva la gran espiral de delitos de los poderosos y el alto grado de corrupción que se desencadenaron en los locos años veinte, especialmente en Chicago, a la sombra de la prohibición.

Sociología y reformismo social.

Son muy numerosos los trabajos que han puesto de relieve la estrecha relación existente entre la naciente sociología norteamericana y los movimientos filantrópicos reformistas surgidos, sobre todo, en el marco de la religión baptista (2). En Chicago fue también un baptista, Albion Small, quien asumió en 1892 la dirección del primer Departamento de Sociología de los Estados Unidos de América. Entre los profesores de sociología del Departamento dominaban los que compartían proyectos reformistas de inspiración cristiana. Cuando en junio de 1906 el joven Edwin Sutherland ingresó en ese Departamento el clima político e intelectual que encontró no le debió resultar en absoluto extraño pues su padre, que había estudiado él mismo en la Universidad de Chicago, era también un miembro cualificado de la Iglesia baptista, y de hecho desempeñaba el oficio de profesor de griego en el seminario baptista de Gibbon, en Nebraska. Precisamente en esa ciudad nació Edwin, el tercero de siete hermanos, el 13 de agosto de 1883.

   La enseñanza de la sociología norteamericana en Chicago se implantó en un lapso de tiempo relativamente corto a través de una serie de medidas que se reforzaron entre sí formando parte del proceso de institucionalización de esta disciplina académica. A la ya mencionada creación en 1892 del Departamento de Sociología por el historiador y también sociólogo de formación alemana Albion Small, con la ayuda de fondos privados, hay que añadir la publicación en 1894 del primer manual de la especialidad, Introduction to the Study of Society, escrito por George Vincent y por el propio Small. En 1895 se creó el American Journal of Sociology y, en fin, en 1905 también Small contribuyó a fundar la American Sociological Society. La sociología era definida por este primer grupo de pioneros como una ciencia inductiva y de observación, una ciencia experimental alejada por tanto de la filosofía de la historia.

   En la génesis de la sociología de Chicago se produjo una estrecha vinculación entre sociología y reformismo social. Albion Small, durante su estancia en Alemania entre 1879 y 1881 había estudiado en Leipzig y Berlín con los economistas sociales Gustav Schmoller, Adolf Wagner y Albert Schäffle. El planteamiento de los primeros sociólogos de Chicago estaba por tanto más próximo de las concepciones de los socialistas de cátedra que de las teorías revolucionarias de los movimientos sociales radicales. En uno de sus primeros artículos programáticos Albion Small reclamaba la autoridad de la joven ciencia social contra aficionados y agitadores especialmente de extrema izquierda. De hecho esta primigenia sociología norteamericana, si la comparamos con la sociología europea, surgía marcada por una doble innovación:

1. Abandono de la preocupación central por el capitalismo, que hasta entonces había estado en la base de la reflexión sociológica de los sociólogos clásicos europeos. La cuestión social fue substituida por los problemas sociales.

2. Abandono, en fin, de la sociología histórica para adoptar como modelo el paradigma ecológico de las ciencias naturales. Las historias de vida y el análisis circunscrito al presente iban a generar una deshistorización de la sociología que el funcionalismo en su doble vertiente, la gran teoría, y el empirismo abstracto, tiñó de tintes aún más radicales.

   Sociología es por tanto, se escribe en el mencionado libro de texto de 1894, la organización de todo el material proporcionado por el estudio positivo de la sociedad. No se trataba sin embargo de una pura morfología social pues a esta primera fase descriptiva se añadía una segunda fase estática o comparativa en la que se analizaba la distancia entre los procesos reales y la idealidad proclamada. Por último el análisis sociológico incluía una tercera fase dinámica en la que se analizaban las condiciones para un cambio social que hiciese real el ideal. No sería justo hacer de la sociología de Chicago un pleonasmo de la ingeniería social al uso pues la investigación empírica no estaba en absoluto desvinculada de las consideraciones éticas (3).

   A diferencia de Europa, en donde la tradición académica heredada no dejaba mucho espacio para la consolidación de la sociología, desde el momento en el que la sociología se institucionalizó en la Universidad de Chicago se vio prácticamente libre de obstáculos para su rápido desarrollo, lo que explica en parte el crecimiento exponencial de la nueva disciplina que se nutrió en un principio de una estrecha vinculación con el trabajo social. De hecho sociólogos tan representativos del Departamento de Sociología como Anderson, Shaw, McKay, Thrasher y Wirth realizaron investigaciones directamente vinculadas con el trabajo social (4). El estudio de casos constituía entonces la perspectiva privilegiada del naciente Social Work. La sociología norteamericana adoptaba así una dimensión aplicada que por lo general estaba ausente en la tradición sociológica universitaria de Europa. De hecho la sociología francesa por ejemplo, capitaneada por Emile Durkheim, se vio asediada a finales de siglo en La Sorbona por una gran ofensiva de las cátedras de humanidades unidas en una especie de Santa Alianza. El vitalismo de Bergson y el espiritualismo cristiano de Peguy hicieron frente común contra el sociologismo de Durkheim y su escuela. En Chicago, mientras tanto, la sociología se nutrió de la perspectiva interaccionista introducida por el trabajo social, una perspectiva que se vio potenciada por el pragmatismo en tanto que escuela de pensamiento genuinamente norteamericana que se institucionalizó entre 1895 y 1900, es decir, coincidiendo con la institucionalización de la sociología en Chicago (5).

   Los principales representantes del pragmatismo en Chicago fueron nada menos que John Dewey y George Herbert Mead. Los pragmatistas asumían, siguiendo a William James, una concepción relacional de la verdad que en términos sociológicos se tradujo por una mayor sensibilidad para escuchar el punto de vista de los actores sociales. Fue así como la historia social europea pasó a verse substituida en la sociología de Norteamérica por las historias de vida. A diferencia del concepto de degeneración, que hunde sus raíces en la obra del psiquiatra francés Morel -y que reenvía a las patologías de la herencia-, los sociólogos de Chicago se sirvieron más bien del concepto de desorganización social -enraizado en el darwinismo social- que confiere una mayor importancia al medio ecológico, al medio social. La ciudad pasaba a convertirse así en el espacio de observación natural de la naciente ciencia social norteamericana. La ciudad es un mosaico de pequeños mundos en conflicto.

   La desorganización social es más un fenómeno colectivo que un fenómeno individual. Sin duda la desorganización reenvía a un orden alterado, trastocado, pero también a una reorganización posible. Y en la medida en que esos procesos de desorganización y reorganización no son exclusivamente de naturaleza biológica, sino más bien de naturaleza humana, urbana, cultural, los sociólogos de Chicago llegaron a conceder una importancia primordial a las regiones morales, al orden moral. Hacer sociología en Chicago equivalía a objetivar el clima moral en las distintas áreas sociales de la ciudad (6).

Edwin Sutherland, la forja de un sociólogo del delito.

Cuando el joven Sutherland ingresó en el Departamento de Sociología de Chicago, en 1906, uno de sus primeros y más influyentes profesores fue Charles R. Henderson, también baptista, que impartía un curso sobre el Tratamiento social del delito. Años más tarde escribía Sutherland a un amigo: Cuando entré en el curso del Dr. Henderson recibí de él personal atención. Me habló, me conoció, y se interesó por mi. Concretamente yo me interesé por hacer sociología y por el tipo de sociología que el profesor Henderson desarrollaba. Mary Jo Deegan señala que en los anales de sociología de Chicago Henderson es prácticamente un profesor olvidado, sin embargo fue uno de los sociólogos más influyentes del Departamento. Estaba especializado en la criminología, la reforma de las cárceles, la delincuencia juvenil, el seguro de sanidad y la integración del hombre moderno en un contexto secular y religioso (7). El caso bien conocido de Graham Sumner, que sustituyó el púlpito por la enseñanza de la ciencia social, no era por tanto una excepción.

   Entre 1909 y 1911 nos encontramos ya al joven Sutherland impartiendo clases de sociología y psicología en el Grand Island College en el que su padre era el Presidente. En 1911 regresa a la Universidad de Chicago para culminar sus estudios, y sabemos por toda una serie de testimonios de la época que estaba bastante decepcionado de la enseñanza de la sociología (8). De hecho cuando regresa no se incorpora al Departamento de Sociología sino al de Economía Política con la intención de trabajar con Thorstein Veblen. Por desgracia Veblen abandonó ese mismo año la Universidad de Chicago para irse a Stanford por lo que Sutherland pasó a trabajar con Robert Hoxie, el principal colaborador de Veblen. Su Ph. D. en Sociología y Economía Política dirigido por Hoxie, y tutorizado por Henderson, se tituló Unemployment and Public Employment Agencies y obtuvo la calificación de magna cum laude. Sutherland inauguraba así un campo de estudio vinculado con la sociología del trabajo en el que se inscribieron años más tarde otras investigaciones sociológicas de Chicago como The Hobo de Neil Anderson.

   Me parece que la relación de Sutherland con Veblen, aunque fallida en parte, no debe ser pasada por alto. Veblen había publicado en 1904, el mismo año en el que se imprimió la primera entrega de La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber, un libro titulado The Theory of Business Entreprise. El análisis de Veblen sobre el espíritu de un capitalismo industrial, cada vez más movido por el desarrollo de la tecnología y la creciente importancia del crédito, conducía a conclusiones muy en la línea de los procesos de petrificación social señalados también por Weber. Por otra parte ya Veblen en su Teoría de la clase ociosa había introducido el concepto de depredación para describir los comportamientos de industriales regidos por un egoísmo voraz propio del salvajismo de las clases altas. Aún más, en la Teoría de la clase ociosa Veblen establecía explícitamente una analogía de fondo entre capitalistas y delincuentes: El tipo ideal de hombre adinerado se asemeja al tipo ideal de delincuente por su utilización sin escrúpulos de cosas y personas para sus propios fines, y por su desprecio duro de los sentimientos y deseos de los demás, y carencia de preocupaciones por los efectos remotos de sus actos; pero se diferencia de él porque posee un sentido más agudo del status y porque trabaja de modo más consistente en la persecución de un fin más remoto, contemplado en virtud de una visión de mayor alcance. Veblen era quizás el único profesor de sociología de Chicago que mantenía un discurso abiertamente anticapitalista centrado en la cuestión social (9). El hecho de que Sutherland quisiese trabajar con él, así como el objeto de su tesis centrada en el paro, indican que se adscribía a posiciones un tanto alejadas del reformismo social filantrópico, más próximas por tanto de los planteamientos socialistas.

   Entre 1913 y 1919 Sutherland fue profesor de Sociología en el William Jewell College de Liberty, en Missouri, una vez más una institución baptista (10). En 1919 pasó a impartir clases en la Universidad de Illinois. El catedrático de sociología E. C. Hayes le propuso que escribiese un libro de texto de Criminología que efectivamente escribió y salió a la luz por vez primera en 1924. Este manual fue múltiples veces reeditado y ampliado, y también traducido a otros idiomas (11). En 1926 Sutherland pasó al Departamento de Sociología de Minnesota, que tras Chicago, Columbia y Wisconsin constituía el cuarto Departamento más importante de los Estados Unidos. Su interés continuaba centrado en los temas criminológicos, en la sociología del delito. En una importante carta a su amigo Luther Bernard (13 de julio de 1927) Sutherland señala que su estudio de la sociología responde a un interés en los métodos para mejorar las condiciones sociales. Cuando me convertí en un officer de la Asociación de Protección Juvenil contemplé por vez primera en mi vida las condiciones de vida en las zonas de inmigrantes de una gran ciudad. Esto me impresionó profundamente como había ocurrido con la primera literatura que había leído (Jacob Riis, etc.) y desarrollé una actitud supuestamente radical. Estaba impresionado por la escasa modificación que se podía conseguir mediante organizaciones reformistas, y quería algo así como el socialismo (...) que podría provocar un cambio a la vez rápido y profundo (12).

   Entre 1929 y 1930 Sutherland pasó a trabajar en el Departamento de Higiene Social de Nueva York, y desde ese año hasta 1935 trabajó en el Departamento de Sociología de la Universidad de Chicago. En el verano de 1930 visitó seis prisiones en Inglaterra, así como otras cárceles en el continente y en la península escandinava. Como resultado de la actividad desplegada en Nueva York y en Europa publicó en 1931 un importante artículo titulado The Prison as a Criminological Laboratory. Detengámonos por un momento en este texto poco conocido pues es una contribución importante de Sutherland a la sociología criminal.

   Uno de los presupuestos básicos que parecen compartir los estudiosos de la criminología es que para luchar contra el mundo del delito es preciso conocer al criminal, sus costumbres, y los métodos de los que se sirve para cometer sus fechorías. Como escribió un experto en higiene mental, a quien Sutherland cita quizás con una cierta ironía, del mismo modo que cuando en el terreno de la agricultura se produce una plaga de insectos destructores los biólogos estudian sus características biológicas y su comportamiento con el fin de acabar con ellos y salvar las cosechas, el estudio de la personalidad de los delincuentes en la prisión puede proporcionar conocimientos de vital importancia para atajar los crímenes. Efectivamente en la prisión el delincuente resulta físicamente accesible y se lo puede observar durante un largo y continuado periodo de tiempo. En la cárcel muchos presos refrescan su memoria y están dispuestos a cooperar en proyectos de criminología científica. Existen sin embargo, escribe Sutherland, dos grandes dificultades para el estudio de los delincuentes en las prisiones. La primera es que los delincuentes que se encuentran en las prisiones no son todos los delincuentes, sino únicamente un selecto grupo de delincuentes. A la cárcel no van todos los delincuentes, y los que van difieren de los delincuentes que no van por el modo de pensar, por su status económico, por su estabilidad emocional, raza, lugar de nacimiento, y otras variables.

   Lógicamente los delincuentes más hábiles e inteligentes, o los que están integrados en el crimen organizado tienen menos probabilidades de ser detenidos que los delincuentes que son débiles mentales, por ejemplo. No se trata sin embargo de una dificultad insalvable pues incluso personajes como Capone y alguno de sus lugartenientes ya habían por esta época visitado las cárceles. El problema es que hay que ser cauteloso a la hora de presentar tipologías y servirse de las estadísticas oficiales, y sobre todo a la hora de generalizar y de extraer conclusiones a partir de datos provenientes de la observación realizada en las cárceles.

   La segunda dificultad se deriva de que la prisión no es el hábitat natural del delincuente. Para algunos estudiosos del delito esta es una dificultad que invalida los estudios realizados en las cárceles pues estudiar la vida del delincuente en la cárcel es como estudiar la vida de un león en una jaula. Sutherland señala que lo importante no son tanto las conductas materiales cuanto las interpretaciones que el delincuente elabora de su propia vida y de sus propios actos por lo que la prisión no invalida el estudio de los delincuentes, especialmente de los mas viejos, los más difíciles y los más peligrosos.

   A la hora de analizar los trabajos que se vienen realizando en los centros penitenciarios es preciso distinguir entre los fines administrativos y los objetivos de control social. Ambos fines no siempre coinciden, pero en todo caso lo importante de estos estudios realizados en las prisiones es comprender al delincuente. Cuatro eran entonces, según Sutherland, las principales líneas de observación y de trabajo en las cárceles, convertidas en laboratorios sociales para estudiar el mundo del delito. La primera, dominante en Europa, estaba dirigida por criminólogos y psiquiatras y era una tendencia biologicista u organicista, centrada en la herencia y en la constitución física y psicológica del delincuente. Esta tendencia existía también en los Estados Unidos en donde psicólogos y psiquiatras desarrollaron test mentales para medir la inteligencia y otros rasgos de la personalidad los prisioneros. Una vez realizadas estas medidas se contrastaban con la media de la población considerada normal y se estudiaban las desviaciones a la media. En Estados Unidos existía sin embargo una segunda tendencia en la que equipos multiprofesionales, formados por psiquiatras, psicólogos y sociólogos, y también por criminólogos dependientes del Estado central, adoptaban una posición relativamente exterior a la institución para estudiar el mundo de los reclusos. Destaca en este sentido la experiencia de Illinois. Como subraya Sutherland, una parte verdaderamente interesante del trabajo de este equipo es la recopilación de biografías de prisioneros realizada bajo la dirección de los sociólogos. Y añade: Clifford R. Shaw ha publicado dos de estas autobiografías que parecen especialmente relevantes tanto para los objetivos administrativos como para una teoría de la conducta criminal, así como para las políticas generales de control.

   Efectivamente el conocido libro de Shaw, la mítica historia de vida The Jack-Roller, acababa de ser publicado por la Universidad de Chicago en 1930. La tercera línea de estudio era la que se llevaba a cabo, por ejemplo en Massachusetts, por funcionarios de prisiones interesados sobre todo por la vida institucional y por el control inmediato de los reclusos. El cuarto tipo de prisión-laboratorio sería una fórmula mixta del segundo y tercer tipo: especialistas y funcionarios trabajarían juntos en favor de una mejora de la institución y en favor de un mejor conocimiento del mundo del delito. Trabajos en esta línea se realizaban entonces en las cárceles de Moscú y también en alguna institución de Illinois. Para Sutherland se trataba del modelo ideal, un modelo sin embargo que se encuentra con frecuencia con la resistencia de la legislación y de la opinión pública. Por otra parte no es fácil encontrar buenos especialistas ni abundan los funcionarios adecuados para este trabajo. La formación de unos y otros es deficiente. Sin embargo la tendencia para el futuro está clara y de ello se derivarán mejoras en el tratamiento de los reclusos así como teorías más ajustadas sobre la delincuencia y mejores programas para la prevención del delito (13).

   Me parece que en este artículo aparecen ya de forma clara algunas líneas de fuerza características de la criminología de Sutherland. Por una parte la distancia con los planteamientos biologicistas de la escuela positiva italiana de derecho penal era ya manifiesta. Se distancia también de las teorías psicológicas e individualistas del delito, y muy especialmente de los test mentales. Cuando psiquiatras, psicólogos y criminólogos, andaban obsesionados por cuantificar la incidencia de la herencia y del medio en las conductas criminales, cuando expertos de todo tipo entraban a saco en las cárceles con el fin de realizar el retrato-robot del tipo delincuente en estado puro, Sutherland se atreve a invalidar las elaboraciones teóricas sustentadas en las estadísticas criminales oficiales porque realmente no son delincuentes todos los que están en las cárceles y sobre todo porque no están en las cárceles todos los que son delincuentes. Pero hay algo más, Sutherland asume un punto de vista sociológico, un punto de vista en el que la variable clase social va a resultar decisiva para comprender el entramado jurídico-penal. Opta, en fin, por comprometerse en la búsqueda de una teoría del delito que sea a la vez explicativa y que concurra a prevenir los actos delincuentes. Las principales condiciones para la formación del concepto de delito de cuello blanco estaban dadas. Para avanzar era preciso verificar empíricamente que los criterios de selección del sistema penal son socialmente selectivos. En este sentido resultó decisivo su encuentro con un ladrón profesional. Era un ladrón alto, bien vestido, de buena presencia y modales afables, locuaz y observador, un ladrón al estilo de los que aparecen en alguna películas de amor y lujo. Su seudónimo era Chick Conwell, pero su nombre de pila era Broadway Jones. La Universidad de Chicago pagó a Jones cien dólares por mes, durante tres meses, para que contase a Sutherland la historia de su experiencia en la profesión. El trabajo se inició en 1932 pero The Professional Thief no se llegó a publicar hasta 1937 cuando ya Sutherland había abandonado Chicago en 1935 para incorporarse como catedrático de sociología y director de Departamento de la Universidad de Indiana.

   Una de los capítulos más llamativos del trabajo de Sutherland y Conwell es el dedicado al asesor jurídico. En él se pone muy claramente de manifiesto que los ladrones profesionales eluden casi siempre la acción de la justicia y por tanto no sufren condenas en las cárceles. Basta un somero conocimiento de las poblaciones reclusas para darse cuenta que a las cárceles van sobre todo delincuentes comunes procedentes de las clases bajas que se sirven fundamentalmente de métodos intimidatorios para perpetrar los delitos. Pero si los ladrones profesionales, los ladrones de clase media, casi nunca van a las cárceles ¿qué ocurre entonces con los delincuentes de clases altas?, ¿cuáles son los delitos de las clases altas?, ¿cómo consiguen evitar los delincuentes de clases altas las condenas penales y la reclusión? Cuando se crean las condiciones intelectuales para objetivar un problema se abre también la vía a soluciones posibles. Pero en este caso esas condiciones intelectuales no estaban muy distantes de la vida cotidiana de Chicago. La ciudad era entonces el laboratorio social que alimentaba la reflexión sociológica de la Universidad.

   Durante su estancia en Chicago Sutherland tuvo tiempo suficiente para darse cuenta de que las conexiones entre el crimen organizado y los poderes públicos corruptos estaban muy extendidas, tanto en los medios policiales como en la magistratura y la administración. Por otra parte, Frederik Thraser, también sociólogo formado en Chicago por la misma época, había puesto claramente de manifiesto en su investigación sobre las bandas -The Gang (1927)- las redes existentes entre las autoridades honorables y los gansters.

Chicago, ciudad sin ley.

Cuando en 1892 se abría el primer Departamento de Sociología de una Universidad Norteamericana Chicago era ya una ciudad industrial en plena expansión. Entre 1887 y 1897 la superficie de la ciudad se multiplicó por cinco y la población por cuatro. Sin embargo entre 1900 y 1930, la superficie de la ciudad creció únicamente un 10% en extensión mientras que la población se duplicó. La densidad de la población pasó así a ser un factor decisivo de la morfología urbana. En 1920 de los dos millones setecientos mil habitantes casi un tercio (805.482) eran inmigrantes. Los blancos norteamericanos representaban un 23,7 % de la población total. Treinta y nueve líneas de ferrocarril surcaban la ciudad y a ella afluían sin cesar emigrantes y trabajadores de paso. Más de mil iglesias daban cobijo a organizaciones religiosas y filantrópicas mientras que el periódico Tribune, en marzo de 1928, cuando se aproximaba el gran proceso contra Al Capone, había censado 215 casas de juego con una cifra de negocios diaria estimada en más de dos millones y medio de dólares. Las cifras oficiales indican que en ese año se produjeron en Chicago un total de 367 asesinatos por muerte violenta.

   En 1920 la suma de emigrantes rusos, alemanes y polacos pasaba de 350.000 y la de suecos, irlandeses, italianos y checos de los doscientos mil. Como señaló el sociólogo francés Maurice Halbwachs, de quien retomo algunos de estos datos, el hecho de que exista en la Universidad de Chicago una escuela de sociología original se debe en parte a que los sociólogos ansiosos de materiales empíricos no tenían que alejarse demasiado de sus despachos para encontrarse con su objeto de estudio (14). Ante ellos se desplegaba una gran ciudad industrial en progresivo crecimiento acelerado en donde se daban cita los problemas urbanos, la miseria, el fraude, las salas de baile de las taxi-dance, las apuestas trucadas en las carreras de galgos, el contrabando de licores y el gansterismo, con los centros de trabajo social, las asociaciones filantrópicas, las ligas contra la depravación y el vicio, y también las agencias públicas y privadas de colocación. En 1920 se inició también la prohibición que duró hasta diciembre de 1933 y con ella Chicago pasó a ser el paradigma de las ciudades sin ley, el epicentro del Imperio del crimen, el símbolo por antonomasia de las ciudades peligrosas.

   John Torrio, que llegó a Chicago en 1915, fue el primer rey de los prostíbulos, el gran empresario del negocio de la trata de blancas, y también el primer ganster fiel a la idea de que más vale hacerse amigo de los hombres de la ley que combatirlos. El mismo podría muy bien encarnar el ideal ascético propio del empresario capitalista descrito con trazos firmes por Max Weber: rostro descarnado y huesudo de una palidez monástica, metódico, austero, sigiloso, puntual en el pago de sus deudas, astuto, previsor, de energía indomable, escrupuloso en la contabilidad de sus diversos y prósperos negocios, pacífico, pues jamás empuñó una pistola, en fin, amante de la música pues las arias de las operas italianas embargaban sistemáticamente de visible emoción su alma. Su esposa, una acaudalada dama de Kentucky de rancia estirpe norteamericana, lo consideraba el mejor de los maridos pues convirtió su vida de casada en una larga y serena luna de miel. Torrio urdía los asesinatos desde el misterio de la sombra. Rodeado de borrachos no probaba una gota de alcohol. Envuelto en toda clase de disipaciones, no se mezclaba en ninguna. Jamás cruzó sus labios una palabra obscena u ofensiva. Por la mañana, al salir de su hogar, situado en la Avenida Michigan, despedía a su esposa con un beso. Terminado su trabajo diurno, regresaba en su coche, almorzaba en babuchas y se pasaba la tarde tranquilamente en una butaca. Tal era su rutina (...) Era amante de la música y conocía a fondo las obras de los grandes compositores.(...) Se comportaba con dulzura, reserva y dignidad.(...) El que se topara con él sin conocer su verdadera personalidad hubiera llevado la impresión de un caballero distinguido (15). Cuando el gran Colossimo (Big Jim) fue asesinado en 1920 Johnny Torrio asumió el mando supremo del hampa en Chicago. Durante su reinado setenta y cinco cervecerías, algunas de ellas de su exclusiva propiedad, funcionaron a pleno rendimiento. Con la ayuda de Al Capone los negocios de Torrio fueron aun mucho más viento en popa. Al comercio de alcohol y de cerveza se sumaban los garitos de juego y las casas de prostitución. Todo este ingente negocio, claro está, no se podía mantener en activo más que con el concurso que le prestaban las maquinarias políticas, judiciales y policiales de la ciudad. En 1925, cuando las cosas empezaban a ponerse más difíciles, Torrio se fue definitivamente de Chicago y Capone se vio entronizado como el nuevo Napoleón del hampa. Convirtió el Hotel Levingston en su cuartel general y allí, escribe Burns, celebraba sus conferencias diarias bajo los retratos de Lincoln y Washington: en su forma externa se parecía mucho al Consejo de administración de alguna gran sociedad exportadora o casa bancaria de la calle La Salle. Elegantemente vestidos, las cabezas lamidas por el peine, y una flor en el ojal de la solapa, los miembros del Consejo echaban displicentemente bocanadas de humo, bostezaban de cuando en cuando, y a veces asentían con la cabeza.

   Al Capone, que consideraba la bolsa de Wall Street un juego fraudulento, algo así como una mesa de ruleta trucada, sentía sin embargo una gran pasión por las apuestas en las carreras de caballos. En el hipódromo se paseaba entre los gentlemen rodeado de guardaespaldas luciendo en su mano una sortija con un diamante de once quilates que le había costado cincuenta mil dólares. Hice mi fortuna, decía, prestando un servicio público. Si yo violé la ley, mis parroquianos, entre los que se encuentra la mejor sociedad de Chicago, son tan culpables como yo. La única diferencia entre nosotros consiste en que yo vendí y ellos compraron. Cuando yo vendo licores el acto se llama contrabando. Cuando mis clientes se los sirven en bandeja de plata se llama hospitalidad (16).

   La alianza ente los poderes públicos corruptos y las mafias dio paso a la impunidad. Las cárceles se llenaban de pequeños y pobres rateros mientras los grandes delincuentes se paseaban desafiantes acompañados de las autoridades de la ciudad que ellos mismos habían contribuido a hacer elegir. Pero las cosas no podían seguir así indefinidamente.

   El 9 de julio de 1930 Jake Lingle, un periodista nacido en el West Side que había entrado de botones en el Chicago Tribune y que gracias a Al Capone se había convertido en el reportero de moda, en el principal cazador de noticias del mundo del hampa, caía asesinado por un asesino alto, rubio y de ojos azules, en un paso subterráneo cuando se dirigía al hipódromo de Washington Park. La prensa de Chicago ofreció 55.000 dólares a quien proporcionase las pistas que condujesen a descubrir al asesino. Las montañas de papeles removidas permitieron, entre otras cosas, formular una acusación contra Capone por fraude fiscal. El proceso comenzó el 6 de octubre de 1931, cuando la popularidad de Capone había llegado a lo más alto. Los efectos de Gran Depresión eran entonces devastadores y Capone no dudó en recurrir a medidas filantrópicas para ganar popularidad. Y así, en 1930, en un edificio del South Side, se distribuyeron en seis semanas ciento veinte mil comidas a los parados, y el Día de acción de gracias Capone regaló cinco mil pavos a los pobres. Cuando aparecía en público con su frac y su sombrero flexible gris de doscientos dólares, muchas mujeres se echaban a sus pies e insistían en besarle la mano. Cuando aparecía en los partidos de beisbol, deporte que le apasionaba, el público prorrumpía en aplausos y saludos (...). Los periodistas estaban fascinados por su personalidad (17). Pero Capone no tuvo tiempo de peregrinar al Vaticano para lavar definitivamente su cara de asesino por el módico precio de entregar una generosa limosna al Banco del Santo Espíritu, ni tampoco consiguió abrirse un hueco en el mundo de las finanzas legales. Sus abogados, entrenados en el arte de los arreglos y los manejos con jueces y jurados, no pudieron hacer frente al moralismo del juez Wilkerson que lo condenó a diez años de cárcel por evasión fiscal. Fue entonces cuando sus abogados pusieron el grito en el cielo y, refrendados por algunos juristas eminentes, declararon que la sentencia constituía una monstruosidad jurídica. Pero todo fue en vano. Capone ingresó en la cárcel de Chicago y de esta pasó a la de Atlanta para terminar al fin ingresando en la mítica Alcatraz. Cuando en la primavera de 1929 fue detenido en Filadelfia por tenencia ilícita de armas había declarado al director de la seguridad pública su incapacidad para abandonar el mundo del hampa: Durante los dos últimos años he estado tratando de salirme, pero una vez que uno está en el racket se queda en él para siempre. Los parásitos te siguen por donde vayas, solicitando favores y dinero, y no puedes librarte jamás de ellos, vayas donde vayas. Sin embargo gracias también a esas redes densas Capone logró sobrevivir a cuatro jefes de policía, dos administraciones municipales, tres fiscales federales de distrito y un regimiento de agentes federales prohibicionistas; había sobrevivido a innumerables campañas contra el crimen, investigaciones de jurados de acusación, cruzadas de reforma, campañas electorales para la limpieza general, cambios de personal en la policía y pesquisas y debates del Congreso. Al fin en la celda de la cárcel pudo dormir tranquilo. La hora de los grandes héroes del hampa, vanidosos y dados a la exhibición de su fortuna, había pasado. Pero Capone dejó detrás de si ciertas lecciones para la Mafia y la Cosa Nostra y para las bandas interestatales que le sucedieron. Y la primera lección fue la de evitar la publicidad. (18). Comenzaba entonces una nueva etapa para América. Franklin Delano Roosevelt abría con el New Deal un nuevo espacio para la democracia social y una ley del 5 de diciembre de 1933 abolía de raíz la prohibición. El crimen organizado pasaba a refugiarse en el juego y en el anonimato, los capos de la mafia intentaban adoptar la apariencia de legalidad. ¿Qué ocurría en realidad bajo el manto prestigioso y protector del mundo de los negocios honorables, allí donde el tipo ideal de hombre adinerado, el capitalista -que para Veblen se asemeja al tipo ideal del delincuente-dispone sin escrúpulos de cosas y personas para sus propios fines? ¿Iban estos personajes a seguir gozando de un espacio de opacidad al margen de toda consideración ética y jurídica? Fue preciso que un sociólogo como Edwin Sutherland hiciese acopio de sensibilidad, inteligencia, valor y entereza moral, para poder pensar, y a la vez investigar, cómo el mundo de delito no era ajeno al mundo caliginoso y secreto de las sociedades anónimas.

Crónica del hampa.

Chicago, la ciudad del crimen organizado, era al mismo tiempo una ciudad fascinante por la diversidad de una población caracterizada por la multiculturalidad y por la afluencia incesante del dinero y de la fuerza de trabajo. Esta ciudad, que hizo posible el nacimiento y desarrollo de la sociología norteamericana, y en la que se inscribe la obra de E. Sutherland, fue también el caldo de cultivo que hizo posible el nacimiento de la novela negra.

   Cosecha roja se publicó por entregas entre noviembre de 1927 y febrero de 1928 y La llave de cristal en 1931. Conviene no olvidar que Dashiel Hammett además de ser un libertario radical, y el gran escritor creador la novela negra, extraía sus fuentes literarias de la vida cotidiana de Chicago, y más concretamente de las tramas que iban desde los bajos fondos hasta las cumbres borrascosas, tramas que él mismo conoció practicando como detective para la agencia Pinkerton la técnica de la observación participante. Como escribió Raymond Chandler Hammett trataba de ganarse la vida escribiendo de algo acerca de lo cual contaba con información de primera mano. Una parte la inventó; todos los escritores lo hacen; pero tenía una base en la realidad; estaba compuesta de cosas reales.

   La realidad descrita por Hammett desplazaba la trama de la novela policiaca de los espejos venecianos y de los bombones de chocolate envenenados con cianuro hacia el mundo del hampa, entraba en los callejones oscuros y en los garitos de juego, allí donde la crema de la sociedad se codea con los matones y los asesinos a sueldo. De hecho uno de los primeros encargos que recibió Hammett de la agencia fue informar sobre una huelga de los trabajadores de la compañía minera Anaconda Cooper en Montana. La empresa le ofreció a Hammett 5.000 dólares para que matara al líder sindical Frank Little, y a pesar de que se negó, pero su negativa no pudo impedir el asesinato que efectivamente se produjo. Hammett tenía 23 años y desde entonces su vida cambió. Cuando desde 1922 comienza a escribir para la revista Black Mask escribe sobre un mundo en el que los pistoleros pueden gobernar naciones y casi gobernar ciudades, en el que los hoteles, casas de apartamentos y célebres restaurantes son propiedad de hombres que hicieron su dinero regentando burdeles; en el que un astro cinematográfico puede ser el jefe de una pandilla, y en el que ese hombre simpático que vive dos puertas más allá en el mismo piso, es el jefe de una banda de controladores de apuestas; un mundo en el que un juez con una bodega repleta de bebidas de contrabando puede enviar a la cárcel a un hombre por tener una botella de un litro en el bolsillo; en el que un alto cargo municipal puede haber tolerado el asesinato como instrumento para ganar dinero; en el que ninguno puede caminar tranquilo por una calle oscura porque la ley y el orden son cosas sobre las cuales hablamos, pero que nos abstenemos de practicar; un mundo en el que uno puede presenciar un atraco a plena luz del día, y ver a quien lo comete, pero retroceder rápidamente a un segundo plano, entre la gente, en lugar de decírselo a nadie, porque los atracadores pueden tener amigos de pistolas largas, o a la policía no gustarle las declaraciones de uno, y de cualquier manera el picapleitos de la defensa podrá insultarle y zarandearle a uno ante el tribunal, en público, frente a un jurado de retrasados metales, sin que un juez político haga algo más que un ademán superficial para impedirlo. No es un mundo muy fragante, pero es el mundo en el que vivimos y ciertos escritores de mente recia y frio espíritu de desapego pueden dibujar en él tramas interesantes y hasta divertidas (19)

   Como buen amante de la literatura y liberal es muy probable que Sutherland fuese también un seguidor de las novelas de Dashiell Hammett, pues sabemos por alguno de sus biógrafos que era un asiduo lector de novelas Por otra parte, a diferencia de su maestro Henderson, que según Thomas nunca llegó a entrar en un salón, no es descabellado pensar que también a Sutherland, durante su estancia en Chicago, le gustase perderse por los vericuetos de la gran ciudad -siguiendo en esto las recomendaciones que sistemáticamente repetía Robert Park a sus estudiantes-. Se da además la circunstancia de que, según nos cuenta Jon Snodgrass, uno de sus mas meticulosos biógrafos, lejos del rigorismo puritano de su padre, le gustaba jugar a la baraja, hacer deporte, era fumador, amante del cine y de los semanarios, gustos todos que en la época se asociaban a los inconformistas; no era una persona especialmente religiosa y se sentía comprometido, más radicalmente que otros muchos sociólogos de Chicago, en la defensa de la justicia y en la profundización de los valores democráticos.

   Por esta misma época veía la luz un libro sobre los barones ladrones que ejerció una gran influencia en Sutherland (20). El acta de nacimiento del concepto de delito de cuello blanco tuvo lugar sin embargo en la ya mencionada Presidential adress del 27 de diciembre de 1939, un mes mas tarde de que Al Capone, -tras redimir varios años de condena por su buena conducta y por su eficiencia en el trabajo carcelario-, abandonase la prisión para ingresar en el Union Memorial Hospital de Baltimore.

   Así debió de comenzar Sutherland su histórica conferencia: Los economistas suelen estar muy familiarizados con los métodos utilizados en el ámbito de los negocios, pero no están acostumbrados a considerarlos desde el punto de vista del delito. Muchos sociólogos, por su parte, están familiarizados con el mundo del delito, pero no están habituados a considerarlo como una de las manifestaciones de los negocios. Esta conferencia intenta integrar ambas dimensiones del conocimiento o, para decirlo de forma más exacta, intenta establecer una comparación entre el delito de la clase alta -delito de cuello blanco- compuesta por personas respetables o, en último término respetadas, hombres de negocios y profesionales, y los delitos de la clase baja compuesta por personas de bajo status socio-económico (21).

   Los empresarios, que se sirven de la falsa publicidad para mejor vender sus productos, y que por tanto atentan contra las normas legalmente establecidas, ¿actúan así porque poseen un bajo cociente intelectual, porque su nivel de lectura es muy deficiente, porque han vivido una infancia desgraciada y sin padre, porque no son suficientemente ricos, porque poseen algunos rasgos criminaloides de personalidad, por la combinatoria de determinados cromosomas, o se debe quizás a que no han resuelto correctamente su complejo de Edipo? A Sutherland le gustaba ironizar sobre el valor explicativo de las teorías al uso sobre la delincuencia que quedaban mudas ante el delito de cuello blanco. El concepto de delito de cuello blanco obligaba a todo un desplazamiento teórico para explicar las raíces del delito. Sutherland agudizó particularmente sus críticas contra el determinismo biológico, el individualismo extremo de psicólogos y psiquiatras, y también contra las explicaciones económicas del delito que tendían a identificar el delito con la pobreza. Me parece que en gran medida la fuerza del concepto de delito de cuello blanco creado por Sutherland no solo deriva de abrir todo un inmenso espacio para la observación y la reflexión de la sociología criminal sino que también procede de invalidar para siempre las teorías tradicionales del delito. En realidad el nuevo concepto de delito de cuello blanco es inseparable de la teoría también elaborada por Sutherland sobre la asociación diferencial. El hecho de que esa teoría fuese formulada también en 1939, en la nueva edición de su libro de Criminología no es, en este sentido, una casualidad. Delito de cuello blanco y asociación diferencial forman entre si una pareja dialéctica pues en este caso el descubrimiento de un nuevo continente -un mundo delictivo oculto y desconocido- obligaba a remodelar el mapa general y por tanto las teorías explicativas de la delincuencia. El año 1939 marca un antes y un después en la criminología de Sutherland. Fue también el año en el que Capone abandonó la cárcel, el año, en fin, en el que Raymond Chandler publicaba El sueño eterno.

La teoría de la asociación diferencial.

En la 3ª edición de los Principios de Criminología, que se publicó también en 1939, Sutherland desarrollaba su teoría de la asociación diferencial, una teoría que, como ya hemos señalado, venía exigida por la ruptura operada en el campo de la sociología del delito por el concepto de delito de cuello blanco. Las teorías lombrosianas del delincuente nato, las explicaciones psicológico-psiquiátricas sobre los tipos criminales, la aplicación de test mentales a los reclusos, así como de la identificación del mundo del delito con el mundo de la pobreza, junto con las políticas de prevención basadas en la eugenesia, conocieron entonces un descrédito total. Sutherland desplazó el crimen del callejón para introducirlo en los consejos de administración. Hay delincuentes pobres pero los delincuentes pobres no son los únicos delincuentes. Las altas tasas de la delincuencia de cuello blanco se dan precisamente en las zonas residenciales ajardinadas en donde viven los magnates de las grandes empresas rodeados de un lujo ostentoso. En contrapartida áreas pobres de la ciudad pueden ser áreas con bajas tasas de delincuencia como ocurre con las zonas de asentamiento de los inmigrantes chinos. En fin, las teorías psicológicas y de la personalidad se habían mostrado además incapaces de explicar las razones de las bajas tasas de delincuencia femenina.

   La teoría de la asociación diferencial es el resultado de aplicar el procedimiento de la inducción analítica que Sutherland retomó de su discípulo Alfred R. Lindesmith. Los pasos a dar para la elaboración de la teoría eran los siguientes:

1. Se define el tipo de conductas que se quieren explicar, en este caso las conductas delincuentes.

2. Se formula una conjetura o hipótesis explicativa de este tipo de conductas.

3. Se estudia caso por caso a la luz de la hipótesis avanzada con el fin de proceder a la validación, rectificación o falsación de la hipótesis de partida.

4. Si la hipótesis no da cuenta de los hechos debe ser a su vez modificada para explicar el caso negativo.

5. Se repite este procedimiento de modificar la hipótesis hasta que se logra la certeza práctica de que se ha establecido una teoría explicativa válida. En el caso de Sutherland el resultado fue la teoría de la asociación diferencial.

En la primera versión de la teoría esta se resumía en siete proposiciones que se convirtieron en nueve en la edición de los Principios de Criminología de 1947, justo cuando el manuscrito del libro sobre El delito de cuello blanco estaba casi listo para la imprenta. Las proposiciones aparecen en el capítulo IV dedicado a una teoría sociológica del comportamiento criminal, y son las siguientes:

1. El comportamiento criminal se aprende.

2. El comportamiento criminal se aprende en contacto con otras personas mediante un proceso de comunicación.

3. El comportamiento criminal se aprende sobre todo en el interior de un grupo restringido de relaciones personales.

4. Cuando se ha adquirido la formación criminal ésta comprende: a) la enseñanza de técnicas para cometer infracciones que son unas veces muy complejas y otras veces muy simples, b) la orientación de móviles, de tendencias impulsivas, de razonamientos y de actitudes.

5. La orientación de los móviles y de las tendencias impulsivas está en función de la interpretación favorable o desfavorable de las disposiciones legales.

6. Un individuo se convierte en delincuente cuando las interpretaciones desfavorables relativas a la ley prevalecen sobre las interpretaciones favorables.

7. Las asociaciones diferenciales pueden variar en lo relativo a la frecuencia, la duración, la anterioridad y la intensidad.

8. La formación criminal mediante la asociación con modelos criminales o anticriminales pone en juego los mismos mecanismos que los que se ven implicados en cualquier otra formación.

9. Mientras que el comportamiento criminal es la manifestación de un conjunto de necesidades y de valores, no se explica por esas necesidades y esos valores puesto que el comportamiento no criminal es la expresión de las mismas necesidades y de los mismos valores.

   Y concluye Sutherland estas proposiciones con el siguiente comentario:

   El postulado sobre el que reposa esta teoría, independientemente de cómo se la denomine, es que la criminalidad está en función de la organización social, es la expresión de la organización social. Un grupo puede estar organizado bien para favorecer la eclosión del comportamiento criminal, bien para oponerse a ese comportamiento. La mayor parte de los grupos son ambivalentes, y las tasas de la criminalidad son la expresión de una organización diferencial de grupo. La organización diferencial del grupo, en tanto que explicación de las variaciones de las tasas de criminalidad, corresponde a la explicación por la teoría de la asociación diferencial del proceso mediante el cual los individuos se convierten en criminales (22). Para el sociólogo norteamericano una persona accede al comportamiento delictivo porque mediante su asociación con otros, principalmente en el seno de un grupo de conocidos íntimos, el número de opiniones favorables a la violación de la ley es claramente superior al número de opiniones desfavorables a la violación de la ley.

   La teoría de la asociación diferencial, al sustituir el concepto de desorganización social, sobre el que reposa una buena parte de la sociología de Chicago, por el de organización social diferencial, abría la vía al estudio de los valores, las culturas y subculturas en conflicto. A partir de entonces ya era posible preguntarse ¿quién impone las reglas y en beneficio de quienes? Pero a la vez, en la medida en que se trataba de una teoría sociológica fue leída, en lo que se refiere a las políticas de prevención de la delincuencia y a las políticas de reinserción, como un sistema de referencia para una forma compleja de intervención social comunitaria. De hecho Sutherland se interesó por el trabajo que estaban realizando en Chicago los sociólogos Clifford R. Shaw y su amigo Henry D. McKay que compartían en buena medida con él la teoría de la asociación diferencial (23)

   Las reacciones contra el concepto de delito de cuello blanco y la teoría de la asociación diferencial no se hicieron sin embargo esperar. Desde posiciones próximas al marxismo se le reprocho a Sutherland que no se sirviese de conceptos tales como capitalismo, lucha de clases y otros. Desde los presupuestos tradicionales de la criminología, la psiquiatría y la psicología se le acusó de diluir los procesos de decisión de los sujetos en las interacciones sociales y de prescindir de la idea de una personalidad delincuente. A juicio de estos teóricos del delito la teoría sociológica relegaba tanto los factores internos como los individuales. A ello se sumaba el hecho de que Sutherland puso más énfasis en los procesos de transmisión de los comportamientos delincuentes que en los de recepción y elaboración personal.

   Entre las críticas propiamente sociológicas destaca la réplica temprana de Paul Tappan a la que Sutherland pudo responder en su libro, así como la crítica realizada por Edwin Lemert a partir del estudio de la conducta del falsificador de cheques sistemático, crítica a la que no pudo responder Sutherland pues el artículo se publicó en 1958, con posterioridad por tanto a la muerte de Sutherland que se produjo en 1950, un año después de la publicación de El delito de cuello blanco (24).

   Para Tappan, delincuente es el que es definido como tal por los tribunales de justicia mediante condenas formales. Se sumaba así a la opinión defendida por los abogados de la editorial Dryden Press que temían que, si el libro hacía públicos los nombres de las setenta grandes empresas, la casa editorial podría ser acusada de promover un libelo al llamar delincuentes a las grandes compañías. La réplica de Sutherland parece sin embargo convincente pues, entre otras cosas, se basa en la impunidad, puesta de manifiesto por el propio Sutherland en The Professional Thief, de la que gozan los ladrones profesionales: delincuente es quien transgrede las leyes, sea objeto o no el transgresor de procedimientos posteriores de condena. Sutherland llegó a considerar delincuentes no solo a los que atentan contra la letra de la ley sino también a quienes vulneran el espíritu de la ley puesto de manifiesto por el legislador. Aún más, se podría afirmar que su trabajo científico sobre los delitos de cuello blanco proporciona una información de primera mano a los jueces para condenar a los delincuentes de cuello blanco ateniéndose no solo a los hechos, sino también al espíritu de la ley, a la reincidencia, y sobre todo al modus operandi.

   Sutherland entendía que el excesivo juridicismo y garantismo en lo que se refiere a los delitos de cuello blanco lejos de propiciar un sistema de defensa de los derechos ciudadanos, como tantas veces se afirma, en realidad, lo que crea es una doble balanza de la justicia: de un lado la balanza que penaliza sistemáticamente los delitos de los pobres y de otro la que se muestra complaciente y condescendiente con los delitos de los ricos.

   Los trabajos de Edwin Lemert sobre el falsificador de cheques sistemático, basado en 62 falsificadores que cumplían condenas por falsificación de cheques y por firmar cheques sin fondos, asi como en tres entrevistas a falsificadores en libertad, mostraban que estos delincuentes profesionales improvisan sus golpes, van con gran frecuencia a la cárcel y que por lo general actúan en solitario. Como declaraba uno de estos falsificadores a Lemert de cada diez falsificadores de cheques nueve son lobos esteparios. Quienes trabajan en bandas no son verdaderos falsificadores pues actúan por dinero. Nosotros lo hacemos por algún otro motivo. El trabajo nos da algo que necesitamos. Quizás estamos locos...

   La teoría de la asociación diferencial, que reposaba en la inducción analítica, parecía así derrumbarse ante la imposibilidad de explicar la conducta del falsificador de cheques. Lemert insistía en sus textos en la tensión interior, en la soledad y el secreto con el que estos ladrones rodean sus golpes, algo que entraba en abierta contradicción con las declaraciones de Chick Conwell a Sutherland. La tesis de Lemert es que el arte de la falsificación ha cambiado históricamente. La falsificación organizada parece haberse originado en Inglaterra, en el siglo XIX, cuando un abogado de sólida reputación montó su banda de profesionales. Era un arte complicado que exigía cooperación y división social del trabajo. El falsificador de cheques de mediados del siglo XX, por el contrario, actúa solo, no se asocia con otros delincuentes. Procedentes de la clase media tradicional, o de la clase alta, estos delincuentes se presentan a si mismos como ovejas negras. Por otra parte parecen estar situados en una especie de tierra de nadie, a medio camino entre los delincuentes profesionales y los delincuentes de cuello blanco, como si se tratara de una especialidad a punto de desaparecer. Esa posición singular y coyuntural priva de fuerza al argumento de Lemert. Por otra parte para Sutherland el aprendizaje se produce en un proceso de interacción, y Lemert, en la medida en que no analiza la carrera de estos falsificadores hacia el mundo del delito, nada nos dice de ese proceso de aprendizaje en cooperación (25).

   En todo caso en los años cincuenta la sociología de la desviación y la psicología del delincuente se tendieron a bifurcar en los Estados Unidos: de un lado las teorías del control social, del otro las teorías psicológicas de la delincuencia basadas en factores de personalidad. La propia teoría de la asociación diferencial se vió también atrapada en esta dinámica contradictoria, de modo que mientras que los análisis marxistas procedían a una lectura en términos de lucha de clases y crímenes de los poderosos en el otro polo se produjeron lecturas psicosociológicas, por ejemplo la teoría de la identificación diferencial y lecturas abiertamente psicológicas, y en algunos casos manifiestamente contrarias al propio concepto de aprendizaje de Sutherland, como es el caso de la teoría del estímulo reforzador diferenciado, de claro sesgo conductista (26). En realidad diluida en la globalidad de la estructura social o reducida a procesos de subjetivación la teoría de Sutherland se vio de hecho reconducida hacia otras posiciones o reducida al silencio. Con la guerra fría comenzaban unos años de plomo en los que se produjo la gran ofensiva del McCarthysmo. El Comité de Actividades Antinorteamericanas iniciaba la caza de brujas, una cacería de la que no se libró el propio Dashiel Hammett que cumplió seis meses de cárcel y vió como confiscaban sus ingresos por negarse a denunciar a compañeros y amigos que militaban activamente en el Partido Comunista.

   Sutherland, a pesar de su lenguaje prudente y meditado, pasaba por ser un radical que efectivamente arremetía contra las injusticias de las agencias oficiales de la justicia. Su concepción de la justicia no coincidía puntualmente con las leyes y menos aún con los procedimientos penales, de modo que su teoría parecía demasiado crítica como para ser socialmente asumida en un clima político militarizado y atravesado por la dialéctica infernal del amigo y el enemigo. Quizás la muerte lo liberó de ser acusado y perseguido por sus ideas políticas. En todo caso, y pese a que sus discípulos prolongaron su obra, el cuestionamiento de los delitos de cuello blanco quedó como en sordina. A ello quizás contribuyó una cierta ambigüedad en la definición del delito ya que comprende a la vez los delitos de los profesionales y los delitos de las corporaciones (27). Fue preciso que en 1975 se publicase el libro de Michel Foucault Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, un libro que conmocionó profundamente el panorama de la sociología del delito, para que el concepto de delito de cuello blanco recibiese un nuevo y decisivo impulso (28).

   Foucault, a diferencia de Sutherland que puso entre paréntesis los procesos históricos, pudo ir más lejos en el análisis pues llevó a cabo una investigación de genealogía del poder, un trabajo de sociología histórica sobre la prisión en el que puso de manifiesto la disimetría de clase con la que operan la ley y las agencias judiciales. La prisión contribuye a hacer visible y útil un tipo de ilegalismo, los ilegalismos populares, y a mantener en la sombra lo que se debe o se quiere tolerar: el tráfico de armas, el tráfico de drogas, la evasión de impuestos, y otros crímenes de los poderosos. Aún más, desde las cumbres borrascosas, desde las heladas cimas del poder y la gloria, la delincuencia común, que tanto las prisiones como determinadas teorías de la delincuencia tienden a convertir en un pleonasmo de la delincuencia, se ve instrumentalizada de forma que los delincuentes profesionalizados por las cárceles pasan a engrosar las listas de esa población de agentes que corren riesgos y están expuestos a ser detenidos por trabajar al servicio de los ilegalismos de los grupos dominantes. El capítulo de Vigilar y castigar sobre "ilegalismos y delincuencia" quedó no obstante en un segundo plano, eclipsado por el análisis de la sociedad disciplinaria y del panoptismo. Era preciso que en los años ochenta irrumpiese con fuerza la marejada neoliberal para que los llamados delitos económicos pasasen a ocupar el primer plano de la escena social, y para que los discípulos de Sutherland sintiesen la necesidad de reeditar la versión íntegra, no censurada, de El delito de cuello blanco.

Delitos de máxima peligrosidad.

En los años ochenta se produjo el punto álgido de la resaca neoliberal y también el inicio de una especie de reflujo (29). Los escándalos políticos y financieros hacían estragos en la mayor parte de los países industriales avanzados precisamente cuando los amantes del misterio conmemoraban el centenario de los crímenes de Jack el Destripador. Mientras se sucedían las hipótesis más descabelladas sobre la verdadera identidad del asesino que sembró de escalofríos y terror las calles del East End londinense, el sensible corazón de Wall Street se sobresaltaba cada día con la práctica de los leverages buy out, la más refinada fórmula de especulación capitalista. El tráfico de influencias, la información confidencial, las operaciones irregulares o manifiestamente ilegales constituían por lo general el reverso de las opas hostiles, la compra de paquetes de acciones que permitían tomar por asalto los consejos de administración, las fusiones, 'el saneamiento' y la venta de los activos de las empresas hasta descapitalizarlas convirtiéndolas en meras cáscaras sin contenido. Los bonos basura, que sirvieron de puente para inesperados desembarcos financieros, pasaron así a constituir el otro polo de los basureros sociales. Los amos del universo, amantes del golf, de los deportes de vela y de las limusinas, no eran sino el reverso de los tirados, de los homeless, de vagabundos afincados en las estaciones entre latas de cerveza, dispuestos a emprender el viaje a ninguna parte. Durante 1988 se calcula que se produjeron en Estados Unidos fusiones y adquisiciones por valor de mas de 129.000 millones de dólares.

   En 1989 Michael Milken, el rey de la especulación, el empleado de lujo de la empresa Drexel especializada en inversiones e intermediación en bolsa, en fin, el mago de las finanzas que desde su despacho de Beverly Hills creó un mercado de bonos basura de 180.000 millones de dólares,- y que simplemente en 1987 obtuvo unos ingresos calculados de 550 millones de dólares, es decir más de 1,5 millones de dólares cada día-, fue al fin procesado por un gran jurado de Manhattan acusado de haber perpetrado 98 delitos por los que el fiscal pedía una pena de más de treinta años de cárcel. En realidad el proceso contra este empleado ejemplar fue propiciado por la detención previa de Ivan Boesky, otro tiburón de las finanzas que, en un arreglo con la justicia, vendió a Milken para preservar su propio pellejo. La judicatura norteamericana había comprendido que para salvar al capitalismo de su propia voracidad era preciso intervenir ya que el auge de operaciones financieras de carácter especulativo minaba las bases del capitalismo productivo. La Ley contra Organizaciones Corruptas y contra el Fraude Organizado permitió al Estado embargar todos los beneficios derivados de delitos probados y sirvió de punta de lanza para devolver una cierta tranquilidad al siempre agitado mundo de los negocios.

   Durante el franquismo se produjeron en los tribunales españoles dos grandes procesos por delitos económicos: el caso de la quiebra de la Barcelona Traction (1948) y el Affaire Matesa (1969). El hecho de que estos dos asuntos hiciesen correr ríos de tinta prueba su carácter excepcional. Pero la transición democrática fue lenta a la hora de tipificar los delitos económicos hasta el punto, por ejemplo, de que la Ley de Reforma del Mercado de Valores de 1988 no arremetía contra la práctica de la información confidencial en la bolsa. En España, por estas mismas fechas, la prensa daba cuenta de irregularidades y de crímenes de los poderosos, pero el aparato judicial no estaba suficientemente equipado para hacer frente a los delitos económicos, entre otras cosas porque la reflexión teórica sobre los delitos de cuello blanco apenas comenzaba a esbozarse. Era la época en que nuestro país era un paraíso en el uso de la información confidencial -insider trading- objeto únicamente de sanciones administrativas, pero no penales (30). Por entonces las audiencias absolvían los delitos fiscales recurriendo al vacío normativo. Las rentas tributarias no declaradas a la Hacienda Pública en 1986 se estimaban en más de 9 billones de pesetas. El periódico Cinco días (1 de junio de 1988) calculaba en que en torno al 60% de los rendimientos no salariales escapaban al control fiscal. Recuérdese que, cuando la especulación inmobiliaria estaba en su apogeo, nada menos que el Tribunal Constitucional declaraba inconstitucional la Ley de cambios 40/79 lo que equivalía de hecho a deslegitimar la solicitud de penas de cárcel presentada por el fiscal para diplomáticos, aristócratas y conocidos profesionales del derecho envueltos en el caso Palazón. Las recalificaciones especulativas de terrenos, las urbanizaciones piratas, las adjudicaciones directas de contratos por parte de la Administración, el reparto de las licencias de juego, el blanqueo de dinero procedente de la venta de drogas en el que, según todos los indicios, participaron algunos bancos españoles, la impunidad de la que gozaron los suscriptores de primas únicas -refugio del dinero negro y también de grandes sumas de dinero amasadas por conocidos capos del narcotráfico-, la publicidad engañosa, el robo de patentes, los atentados ecológicos y las astillas en los juzgados estaban entonces a la orden del día. Esos desmanes no fueron suficientemente atajados a tiempo y crearon un clima de impunidad que minó la moral social. Aquellos polvos trajeron estos lodos.

   Los grandes duelos se produjeron sin embargo en torno a lo que los periódicos denominaron por entonces la gran batalla bancaría. Un artículo de El País (12-II-1989) levantaba acta de la contienda: Se está produciendo una auténtica carnicería financiera en la que rancias familias, nuevos ricos, tecnócratas reciclados y aprendices de brujo saltan a la yugular del balance enemigo con un frenesí nunca visto. Lo que fue un intemporal Olimpo se ha convertido en un circo abierto al público, en una gran cacería, en una escopeta nacional, en la que abundan las pasiones de todo tipo.

   Los años ochenta fueron para los mercados financieros algo semejante a las ciudades sin ley del lejano y salvaje Oeste. Pistoleros a sueldo con pelo engominado pasaron a denominarse a si mismos banqueros u hombres de negocios. Las opas hostiles, las jugadas de poker en el mercado de valores y las fusiones empresariales a espaldas de los pequeños accionistas eran moneda corriente. Un capitalismo voraz comenzó a destruir, como un plaga de langosta, el viejo tejido industrial y comercial. Los muertos se contaban por millares pero eran en realidad personas sin importancia, casi siempre ahorrativos inversores y pequeños industriales indefensos. Bordeando las leyes, burlándolas, e incluso abiertamente transgrediéndolas, proliferaron los ladrones de etiqueta, los chorizos con chistera y guante blanco capaces de combinar las maquinaciones con el chantaje, el encubrimiento y la falsedad con las redes clientelísticas, la arrolladora simpatía natural y los paseo en yates de ensueño con los poderes y las influencias. Banqueros, especuladores, prestamistas siniestros, políticos a sueldo, especialistas en derecho mercantil sin escrúpulos, organizadores de estafas maquinadas en la letra pequeña de los contratos, abogados del Estado que asesoran a quienes se lucran del Estado, funcionarios corruptos y oportunistas de toda laya se han dado cita en un carnaval de asociaciones diferenciales para constituirse en bandas organizadas de malhechores que atentan impunemente contra los intereses de la sociedad, entre otras cosas porque destruyen cualquier vestigio de una moral compartida. En un mercado de valores convertido en un saloon en el que ni tan siquiera está prohibido disparar contra el pianista cunde la inseguridad y se incrementa aún más entre los ciudadanos la sensación de perplejidad.

   En un país en el que quien no se enriquece es porque no quiere, como comentó torpemente Carlos Solchaga, Ministro socialista de Hacienda, los pobres pueden o no ser honrados, pero en todo caso son sospechosos de debilidad mental. En un país en el que únicamente los pobres van a la cárcel, los ricos pueden o no ser delincuentes, pero en todo caso gozan de la patente de la impunidad. En un país en el que los pobres son sospechosos de debilidad mental y los ricos gozan de impunidad se produce necesariamente un proceso de deslegitimación democrática pues quienes dicen gobernar para promover la igualdad social se convierten en realidad encubridores o socios de sus más declarados enemigos. Hacer coincidir el derecho con la justicia es hoy la única vía para evitar que el incremento de las desigualdades y el autoritarismo amenacen a la sustancia misma de la sociedad.

   Los delitos comunes y los delitos de cuello blanco son objeto de un tratamiento procesal distinto, y también de un diferente tratamiento policial y penitenciario. Las redes del control social se tejen en una trama densa para luchar contra los delitos comunes, pero las tramas se agigantan para dejar impunes los delitos de los delincuentes de cuello blanco.

   La internacionalización de la economía propiciada por las nuevas tecnologías, por las redes de información e informatización, aceleró los intercambios y los intensificó. Los mercados estaban por tanto más expuestos a las irregularidades y las actividades al margen de la legalidad. Los gobiernos, que a través de industrias estratégicas de carácter nacional, de los bancos centrales y del sistema fiscal jugaban un papel central en las economías regionales se vieron necesariamente envueltos en una dinámica que los desbordaba y para la que no contaban con soluciones experimentadas. El deseo de especular en el mercado internacional echando mano de los tipos de interés e interviniendo en el mercado de divisas -jugando a la baja o a la alza con la cotización de las monedas- se hizo irresistible entre otras cosas porque el auge de los nuevos mercados y el empuje de las multinacionales significaba el declive de la vieja sociedad industrial, una crisis que se manifestaba de forma brutal con la quiebra tendencial de la condición salarial como eje de la integración social.

   La vieja dialéctica entre liberalismo y socialismo parece en la actualidad estar llegando a su fin. La pérdida de fundamento del ascetismo intramundano de carácter liberal así como el abandono de la moral socialista de la solidaridad condujo finalmente a la lógica del sálvese el que pueda. Ahora la accidental caída de algunos ángeles exterminadores, especializados en la especulación rápida, en su irresistible ascensión hacia las cumbres heladas del poder y la gloria amenaza no sólo con arrastrar a algunos de los alpinistas que compartieron con ellos sus fatigas sino también con desvelar una parte de esas asociaciones diferenciales y con proyectar luz sobre las cumbres borrascosas que se perpetúan de hecho gracias a la opacidad y el secreto.

Rituales de la impunidad.

Gracias a los trabajos de Sutherland, y a los estudios realizados por sus continuadores, conocemos mejor la mecánica que facilita la impunidad de los delincuentes de cuello blanco. Los grandes procesos de estos delincuentes presentan la apariencia de la singularidad que les otorga el prestigio social del acusado pero en realidad no pueden ser más repetitivos y rituales. En un primer momento el presunto delincuente, cuando se produce la orden de detención, se declara inocente y víctima de una maquinación. Como se creen situados en el centro del mundo confunden su caída con la caída del mundo. Unos, los más débiles, formulan en voz alta el chantaje: si me detienen tiraré de la manta. Otros, los que cuentan con más apoyos, guardan un significativo silencio. Saben que sus amigos no cesan de actuar en la sombra. Esto les da fuerzas para proclamar ante el juez su inocencia. Para probarla echan mano de famosos abogados especializados en delitos económicos que ponen en actividad febril a todos los subalternos de su bufete. Si es preciso se acude a otro u otros bufetes de abogados, -siempre de reconocido prestigio- con específicas cualificaciones. Las llamadas de teléfono se suceden y se intensifican las redes de cableado que llegan siempre a los llamados líderes de opinión pero que pasan también por informantes en los juzgados y por tocar a los responsables de las altas esferas de la judicatura y de la política. Los socios del presunto delincuente, los miembros de la asociación diferencial, tratan por todos los medios de informarse sobre cómo está la situación y de ponerse también a a buen recaudo. La caída de un pez gordo es como una revolución en un hormiguero. Significa que las reglas del juego se han alterado, que ha cambiado de signo el clima de bonanza del que gozaba uno de los socios y por tanto que ya nadie está a salvo de las tormentas. Como medida preventiva los socios más próximos proceden al cambio de titularidad de sus bienes o a hipotecarlos -a no ser que cuenten con la cobertura de una fundación inembargable-. Esta primera fase de la instrucción del sumario es muy importante y quizás la más grave para este tipo de delincuentes, y para sus defensores, pues el efecto sorpresa de la detención pesa sobre ellos como una losa. Los abogados tienen que recorrer a gran velocidad el camino recorrido por la justicia para darle la vuelta. Por esto, en este preciso momento, jueces y fiscales son sometidos a una gran presión. Para los abogados es muy importante ganar tiempo, parar el primer golpe, lo que requiere entre otras cosas conseguir la libertad provisional del acusado. Saben que ejecutivos y hombres de negocios son predominantemente condenados en tribunales penales cuando usan métodos delictivos similares a los métodos empleados por los delincuentes de las clases bajas. De hecho la manifiesta intervención de delincuentes comunes en los delitos de cuello blanco es un buen indicador de la extrema gravedad de los delitos cometidos. Los delincuentes especializados en el mundo de los negocios son muy conscientes de que únicamente cabe recurrir a esta medida extrema en situaciones muy desesperadas y casi siempre para hacer desaparecer papeles y pruebas comprometedoras. Históricamente se han dado casos en los que documentos comprometedores claves, e incluso hasta el propio sumario y sus copias, se volatilizaron. En la actualidad, con la informatización de los juzgados, la introducción de virus en los programas de ordenador podría jugar, de forma más limpia, el papel de los antiguos robos de documentos.

   La cárcel, esa institución punitiva por antonomasia para las clases populares, estigmatiza, desvaloriza las alegaciones, marca con la infamia al reo, y tiñe todo el proceso de verdadera criminalidad. Por esto el objetivo fundamental de familiares, abogados, y allegados del acusado, es hacer salir al delincuente "honrado" de la cárcel cuanto antes, aunque para ello sea preciso echar mano, como los magos, de una chistera.

   Una de las estrategias mas socorridas de los abogados de los delincuentes elegantes es proceder a la inundación documental de los juzgados señalando falsas pistas, abriendo nuevos frentes y nuevas alegaciones. Las ramificaciones internacionales pueden ser en este sentido muy útiles. Se trata de hacer aun más complejos los delitos y aun más difusos sus efectos, aunque para ello haya que recurrir a la incomparecencia de los testigos, a dilaciones, pruebas falsas, cambio de manos del sumario, traslados de jueces y fiscales, y, en fin, a los incontables e inconfesables medios para lograr archivar la causa.

   Decía Michel Foucault, -quien en Vigilar y castigar mostró cómo las cárceles permiten entre otras cosas regular de forma diferenciada los ilegalismos populares de los ilegalismos de las clases altas-, que la complejidad del aparato judicial, la parafernalia que rodea al tribunal en el acto de juzgar, la teatralidad de los estrados, no tiene tanto por objeto probar la inocencia o culpabilidad del reo cuanto mostrar la inocencia del propio tribunal. La elevada impunidad de la que aún hoy siguen gozando los delincuentes de cuello blanco parece confirmar su opinión. Es como si estos chorizos de las altas finanzas extrajesen de las tarjetas de crédito y de sus tarjetas de visita su inocencia. Algo funciona mal en nuestro sistema judicial cuando la justicia resulta estar tan divergente y distante del derecho. Sin embargo cualquier gobierno, en un sistema de democracia representativa, durante el tiempo en que ocupe el poder, tiene la obligación moral de atajar los delitos de cuello blanco, los crímenes de máxima peligrosidad social, ya que lo que está en juego en esta lucha por la justicia es la legitimidad misma del Estado de derecho (31).

El sociólogo, investigador de verdades ocultas.

Al comienzo de esta presentación me preguntaba cómo llegó Sutherland a elaborar este nuevo concepto clave de la sociología del delito, qué efectos se derivaron de la introducción de esta nueva categoría en la percepción del mundo del delito, y si sigue teniendo vigencia en la actualidad un libro que cuenta ya con cincuenta años de existencia desde su primera publicación. He intentado responder a estas cuestiones un tanto apresuradamente. Sin embargo no me gustaría dar fin a esta presentación sin rendir un homenaje a la obra de Edwin H. Sutherland, una sociología crítica al servicio de una sociedad democrática. Creo que su trabajo resulta no solo admirable, sino también modélico. Toda una vasta zona que se mantenía en penumbra, y que servía de amparo a los crímenes de los poderosos, se ha iluminado. El concepto de delito de cuello blanco significa un punto de no retorno, un camino parcialmente trillado por el que podemos avanzar para detectar las debilidades de la justicia y ponerles remedio, un camino por tanto que permite avanzar hacia sociedades más justas. Este concepto es en gran medida la obra de un sociólogo lúcido, paciente y constante que ha trabajado sin abdicar de su compromiso intelectual y sin romper las amarras que lo unen con la sociedad en la que le ha correspondido vivir. Sutherland es un sociólogo que lucha contra todo tipo de fraudes, incluido el fraude científico. Hay en su obra un ingente esfuerzo de generosidad y de pasión contenida, de valor y de virtud que convierten a este sociólogo formado en Chicago en un referente clásico, en un sociólogo de nuestro tiempo, es decir, en un maestro.

   Creo que Sutherland ha hecho del sociólogo del delito algo semejante al héroe de la novela negra. Al igual que el héroe de la novela negra el sociólogo comprometido con la verdad incomoda a los poderosos. No es extraño que la sociología criminal, pese a su capacidad analítica y explicativa, y pese a las posibilidades que abre al cambio social e institucional, tienda a ser sustituida por la psicología jurídica y/o la filosofía del derecho, saberes mucho más acomodaticios e instrumentalizables.

   Las palabras de homenaje que Raymond Chandler en realidad dedica a los personajes de Hammett, e incluso a Philip Marlowe, se le podrían aplicar Sutherland y a los sociólogos que, como él, hacen de la sociología la verdadera investigación-acción, aunque para ello no tengan ninguna necesidad de confundir su profesión con la animación socio-cultural. Me permito así introducir el término sociólogo allí donde Chandler dice investigador privado. Creo que estos hermosos párrafos dedicados al héroe de la novela negra expresan bien el riesgo que asumió conscientemente y silenciosamente Edwin Sutherland con su investigación pionera: El sociólogo de esta clase de relatos tiene que ser un hombre así. Es el protagonista, lo es todo. Debe ser un hombre completo y un hombre común, y al mismo tiempo un hombre extraordinario. Debe ser, para usar una frase más bien trajinada, un hombre de honor por instinto, por inevitabilidad, sin pensarlo, y por cierto que sin decirlo. Debe ser el mejor hombre de este mundo, y un hombre lo bastante bueno para cualquier mundo. Su vida privada no me importa mucho; creo que podría seducir a una duquesa, y estoy muy seguro de que no tocaría a una virgen. Si es un hombre de honor en una cosa, lo es en todas las cosas.

   Es un hombre relativamente pobre, porque de lo contrario no sería sociólogo. Es un hombre común, porque si no, no viviría entre gente común. Tiene un cierto conocimiento del carácter ajeno, o no conocería su trabajo. No acepta con deshonestidad el dinero de nadie, ni la insolencia de nadie sin la correspondiente y desapasionada venganza. Es un hombre solitario y su orgullo consiste en que uno lo trate como a un hombre orgulloso o tenga que lamentar haberle conocido. Habla como habla el hombre de su época, es decir, con tosco ingenio, con un vivaz sentimiento de lo grotesco, con repugnancia por los fingimientos y con desprecio por la mezquindad.

   El trabajo de investigación sociológica es la aventura de este hombre en busca de una verdad oculta, y no sería una aventura si no le ocurriera al hombre adecuado para las aventuras. Tiene una amplitud de conciencia que le asombra a uno, pero que le pertenece por derecho propio, porque pertenece al mundo en que vive. Si hubiera bastantes hombres como él, creo que el mundo sería un lugar muy seguro en el que vivir, y sin embargo no demasiado aburrido como para que no valiera la pena habitar en él.



NOTAS

* Un resumen de este texto de Presentación fue publicado en la revista Claves de la razón práctica, en el número de junio de 1999.

(1) La conferencia, un texto que roza la perfección, fue publicada por vez primera en forma de artículo en la American Sociological Review (nº 5, 1940). Le hemos traducido al español y publicado como anexo en la edición y traducción que hemos realizado Julia Varela y yo mismo de la monografía dedicada por Edwin H. Sutherland a un ladrón profesional: E.H. SUTHERLAND, Ladrones profesionales, La Piqueta, Madrid, 1988, 219-236.
(2) He aquí la referencia de algunos libros que se ocupan de la génesis de la sociología norteamericana en Chicago: S. PARK TURNER y J.H.TURNER, The impossible science.
An institutional analysis of american sociology, Sage Publications, Newbury Park, California 1990; D. ROSS, The origins of american social science, Cambridge University Press, Cambridge, 1991; H. SCHWENDINGER y J. R. SCHWENDINGER, The sociologist of the chair, A radical analysis of the formative years of Nort American sociology (1883-1922), Basic Books, Nueva York, 1974. Véase también el ya clásico libro de Fred H. MATTHEWS, Quest for an American Sociology, Robert E. Park and the Chicago School, McGill-Queen’s University Press, Montreal, 1977 asi como el libro de Denis SMITH, The Chicago School. A liberal critique of Capitalism, Macmillan Education, Londres, 1988. Alain COULON, L’Ecole de Chicago, PUF, Paris, 1992. De los libros traducidos al español destaca el estudio de Ulf HANNERZ, Exploración de la ciudad. Hacia una antropología urbana, F.C.E., México,1986 (edición inglesa de 1980).
(3) En el American Journal of Sociology de marzo de 1896 A. Small distinguió con trazos firmes las diferencias entre scholarship y social agitation pero parece un tanto injusta y mecánica la tesis pretendidamente marxista defendida por los Schwendinger que no ven en la naciente sociología de Chicago más que una apología apenas encubierta del capitalismo. Por otra parte el Departamento de Sociología distaba de ser una entidad monolítica como señala H. KUKLICK, "Chicago sociology and urban planning policy. Sociological theory as occupational ideology", Theory and society, 9, 1980, 821-845, p. 825. Sobre el importante papel jugado por Small en la institucionalización de la sociología norteamericana reproduce documentos originales y cartas de gran interés el minucioso trabajo de Vernon K. DIBBLE, The legacy of Albion Small, The University of Chicago Press, Chicago, 1975.
Cf. tambien Thomas L. HASKELL, The emergence of professional social science. The american social science association and the nineteenth-century crisis of authority, University of Illinois Press, Urbana, 1977, asi como el artículo de H. E. BARNES, The place of Albion Small in Modern Sociology, American Journal of Sociology, 31, 1, 1926, pp. 15-48
(4) Gracias al minucioso estudio de Mary Jo Deegan son bien conocidos en la actualidad los estrechos vínculos entre Henderson, Thomas y el propio Small con Jane Addams y las trabajadoras sociales de Hull House, hasta el punto de que Ch. H. Cooley llegó a comparar al Departamento de Sociología de Chicago con una especie de guardería de trabajadores sociales. Cf. H. KUKLICK op.c. p.825. La propia Jane Addams, que se instaló en Hull House en septiembre de 1889 y fundó al año siguiente el The Working People’s Social Science Club, describe bien las relaciones con Small y el Departamento de Sociología: Jane ADDAMS, Twenty Years at Hull-House.
With autobiographical notes, Nueva York,1940. Cf, Mary Jo DEEGAN, Jane Addams and the men of the Chicago School, 1892-1918, Transaction Books, New Brunswick, 1990.
(5) Sobre los enfrentamientos en La Sorbona cf. Wolf LEPENIES, Las tres culturas. La sociología entre la literatura y la ciencia, F.C.E., México, 1994.
(6) Sobre los conceptos de desorganización social y orden moral véase el trabajo de Peter JACKSON, Social disorganization and moral order in the city, Trans. Inst. British Geography 9, 1984, 168-180.
(7) Mary Jo DEEGAN, op. c. pp.18-19.
(8) Son numerosos los trabajos sobre la vida y el itinerario intelectual de Sutherland.   Para este apartado me he basado sobre todo en datos proporcionados en la documentada Introducción que hicieron Gilbert Geis y Colin Goff de la versión íntegra de El delito de cuello blanco de la Universidad de Yale en 1983.
(9) Cf. Thorstein VEBLEN, Teoría de la clase ociosa, FCE. Mexico, 1944, p.243 (La edición original es de 1899).
   Sabemos que Sutherland concedió importancia a este texto pues él mismo lo cita en este libro y también en los Principios de criminología en el capítulo dedicado a "La criminalidad y la organización social". Sobre la relación de Veblen y Weber con el capitalismo véase P. A. SARAM, Veblen and Weber, on the Spirit of Capitalism, Journal of Historical Sociology, Vol 5, nº 2, June, 1992, 234-252.
(10) En estos años únicamente publica en junio de 1916 un artículo sobre What Rural Health Surveys Have Reported?
(11) Ernest W. BURGESS realiza una reseña del libro en el American Journal of Sociology (30 January,1925) y dice de él que es el primer libro de texto sociológico en este campo (p. 491).
(12) Citado en M. S. GAYLORD y J. F. GALLIHER, The Criminology of Edwin Sutherland, Transaction Books, New Brunswick, 1988, p. 12.
(13) Edwin H. SUTHERLAND, The Prison as a Criminological Laboratory, The Annals of the American Academy of Political and Social Science, 157, Sep.1931, 131-136.
(14) Cf. Maurice HALBWACHS, "Chicago, expérience éthnique", retomado en VV.AA. L’Ecole de Chicago. Naissance de l’écologie urbaine, Aubier, Paris, 1979, p. 287.
(15) Cf. Walter Nuble BURNS, Los gangsters de Chicago, Espasa Calpe, Madrid, 1972, pp. 24 y ss.
(16) Walter Nuble BURNS, op. c. p.42 y 34.
(17) Historia secreta de la mafia, Sedmay S.A. Buenos Aires, 1974, T.II, p. 149.
(18) Cf. F. D. PASLEY, Al Capone, Alianza, Madrid, 1970, p.301 y 311-12.
(19) Raymond CHANDLER, El simple arte de matar, Bruguera, Barcelona, 1980, pp. 214-215. En un curso de doctorado que impartí en los años ochenta sobre El delito de cuello blanco, en el Programa del Departamento de Sociología IV de la Universidad Complutense, una de mis estudiantes -a quien agradezco su mediación con Rosa del Olmo para la publicación de este libro- realizó un estudio comparativo entre el análisis de la corrupción y del gansterismo realizado por los sociólogos de Chicago, especialmente por Thrasher en The gang, y las novelas de Dashiell Hammett, especialmente Cosecha roja y La llave de cristal, y concluía afirmando razonadamente la mayor capacidad analítica y explicativa de la literatura de Hammett. Lila Cristina MATEO RUIZ, Los gansters, la novela negra y la Escuela de Chicago (texto inédito). Cristina Mateo es actualmente profesora de sociología en la Universidad de Caracas.
(20) Se trata del libro de Matthew JOSEPHSON, The Robber Barons, 1934. Sobre el influjo de este libro cf. Gilbert GEIS (Ed), White Collar Criminal.
The Offender in Business and the Professions, Atherton Press, New York, 1968 p.57 y ss.
(21) Así comienza el texto que Sutherland publicó en la American Sociological Review en febrero de 1940, artículo que hemos traducido e incluido en el anexo a Ladrones profesionales. En ese texto, al igual que en ya citado artículo sobre las cárceles, Sutherland hace referencia explícita a Al Capone para mostrar que se sitúa en un terreno nuevo, el de los negocios honorables.
(22) Mi traducción procede de la edición francesa: Edwin H. SUTHERLAND y Donald R. CRESSEY, Principes de criminologie, Ed. Cujas, Paris, 1966, p. 88-90. Existe en francés una amplia literatura sobre los delitos económicos. He aquí algunas referencias: Jean COSSON, Les industriels de la fraude fiscale, Seuil, Paris, 1971 K. TIEDEMANN, 'Phenomenologie des infractions economiques' en Aspects criminologiques de la délinquence d' affaires, Consejo de Europa, Estrasburgo, 1977. G.KELLENS y P. LASCOUMES, Moralisme, juridisme et sacrilège; la criminalité des affaires. Analyse bibliographique, Deviance et Societé, 1, 1977, 119-133 G.KELLENS, Crise economique et criminalité economique, L' Année Sociologique, 1978, 194-208. Jean COSSON, Les grands escrocs en affaires, Seuil,Paris, 1979 Ph. ROBERT y C. FAUGERON, Les forces cachées de la justice: la crise de la justice penale, Le centurion, Paris,1980. H. D. BOSLY, 'Du Droit penal des affaires" Revue de l' Université de Bruxelles,1-3,1984,186-207.Es interesante, por sus abundantes referencias bibliográficas, el libro más reciente de Pierre LASCOUMES, Elites irrégulières. Essai sur la délinquence d’affaires, Gallimard, París,1997, en donde se dedica todo un capítulo ( pp. 49-80) a la censura del libro de Sutherland, en versión novelada.
(23) Sutherland reseñó el libro Juvenile delinquency and urban areas. A study of rates of delinquents in relation to differential characteristics of local communities in American cities en el que participaron muy activamente Shaw y McKay junto con Paul Cressey y otros sociólogos (American Journal of Sociology, 49, 1943, pp. 100-101). En esta reseña se refiere una vez más a los delitos de cuello blanco y critica la identificación del delito con la pobreza. Es muy probable que en la sustitución del concepto de desorganización social por el de organización social diferencial haya influido la lectura de Sutherland del ya clásico libro de William Foote WHITE, Street Corner Society que el propio Sutherland también reseñó (Cf. American Journal of Sociology, 50, 1944, 76-77). Sobre la centralidad del concepto de desorganización social construido fundamentalmente por Thomas y Park, véase Peter JACKSON, Social disorganization and moral order in the city, Trans. Inst. Br. Geogra. 9, 1984, pp. 168-180.
(24) Para un seguimiento más puntual de los debates en torno al delito de cuello blanco pueden consultarse las siguientes publicaciones: M. S. GAYLORD y J. F. GALLIHER, The Criminology of Edwin Sutherland, Transaction Books, New Brunswick, 1988; Karl SCHUESSLER Ed.
Edwin H. Sutherland: On analyzing crime, Chicago University Press, Chicago1973; P.BEIRNE De. The origins and growth of Criminology.  Essays on intelectual history 1760-1945, Darmouth, Aldesshot, 1994; R. MARTIN, R.J. MUTCHNICK y W.T. AUSTIN, Criminological thought. Pioneers. Past and present, New York, 1990 en donde se recogen también las críticas a la asociación diferencial en las pp.163 y ss.
(25) Edwin M. LEMERT, "The behavior of the systematic check forger", Social Problems, 6,1958,141-148. El artículo fue recogido más tarde con otros textos en Edwin M. LEMERT, Human Deviance, Social Problems and Social Control, Prentice Hall, Nueva York, 1967, pp.109 y ss. En esta recopilación Lemert incluye otro texto sobre los falsificadores de cheques titulado "An isolation and closure theory of naïve check forgey" (original de 1953).
(26) Cf. Daniel GLASER, "Differential association and criminological prediction", Social Problems, VIII, 1, verano 1960, pp.6-14, asi como R. L. BURGUES y R. L. AKERS, "A differential association reinforcement theory of criminal behavior", Social Problems, XLV, Otoño 1966, pp.123-147. Véase también H.D.McKAY, Differential association and crime preventions: problems of utilisation, Social Problems, VIII, 1, verano 1960, pp. 25-37. Un buen resumen realizado bajo el epígrafe de "recientes reformulaciones de la teoría de la asociación diferencial" ha sido realizado por Tamar PITCH, Teoría de la desviación social, Ed. Nueva imagen, México, 1980, pp.63 y ss.
(27) La ambigüedad ha sido señalada por el sociólogo Gresham M. SYKES, Crimonology, Harcourt Brace Javanovich inc. Nueva York, 1978, p. 99. Entre los discípulos de Sutherland figuran los nombres de importantes sociólogos del delito tales como Albert Cohen, Marshal Clinard, Donald Cressey, Lloyd Ohlin, Alfred Lindesmith, Karl Schuessler, Donald Glaser... He aquí algunas de las obras publicadas por ellos que se inscriben en el marco de el delito de cuello blanco: D. R. CRESSEY, Other people’s money, The Free Press, New York, 1953.
D. R. CRESSEY, Theft of the nation, Harper and Row Publishing, New York, 1969. M. B. CLINARD,The Black Market: A Study of Whyte Collar Crime, Rinehart and Winston, Nueva York, 1952. M. B. CLINARD y P. C. YEAGER, Corporate Crime, Free Press, Nueva York, 1980. M. B. CLINARD, Corporate Ethics and Crime. The Role of the Middle Management, Sage Publications, Beverly Hills, 1983. J. F. SHORT Ed. Delinquency, Crime and Society, Free Press, Nueva York, 1976.
(28) De esa época data por ejemplo el trabajo pionero de Pavarini sobre los delitos económicos, asi como el auge del movimiento de la criminología crítica liderado, desde una perspectiva marxista, por Taylor, Walton y Young: M. PAVARINI, Ricerca su tema di criminalitá economica, La questione criminale,1,1975,537-545. Para una evaluación de ese movimiento véase Elena LARRAURI, La herencia de la criminología crítica, Siglo XXI, Madrid, 1991.
(29) Retomo en este apartado reflexiones que fueron objeto de análisis más amplios. Cf. Fernando ÁLVAREZ-URIA, Los bajos fondos del delito. Comunicación presentada en el I Congreso/Asamblea de gentes del derecho del Estado español, Madrid 21 y 22 de noviembre de 1987, asi como Fernando ÁLVAREZ-URIA, Delitos de máxima peligrosidad, Viento Sur, 17, septiembre-octubre 1994, pp. 115-121.
(30) Cf. C. SÁNCHEZ y L. FIDALGO, Abuso. España, paraíso del ‘insider trading’, El Globo, 5 de septiembre 1988, pp. 44-48. He aquí algunos títulos en español a los que se podía acceder a comienzos de los años ochenta sobre estos asuntos: A. RODRÍGUEZ SASTRE, Los delitos financieros, Madrid, 1934 (Pról. de Jiménez de Asúa). D. BELL, 'El crimen, una forma americana de vida. Una extraña escalera de movilidad social' en El fin de las ideologías, Tecnos, Madrid, 1964, pp. 157-188. K. TIEDEMANN, El concepto de delito económico y de derecho penal económico, Nuevo Pensamiento Penal, 2, 1975, 461-475. R. J. DE LA RÚA, Los delitos contra la confianza en los negocios, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1980. F. PEARCE, Los crímenes de los poderosos. El marxismo, el delito y la desviación, Siglo XXI, Madrid, 1979, J. BUSTOS, Pena y Estado, Papers, 13,1980. C. VILADAS, Los delitos de quiebra. Norma jurídica y realidad social, Península, Barcelona, 1982. C. VILADAS, "La delincuencia económica" en R. BERGALLI, J. BUSTOS y T. MIRALLES, El pensamiento criminológico, Península, Barcelona, 1983, TII. pp. 221-243. Véase también en inglés el artículo de Carlos VILADAS ‘Business Crime in Spain’ en L. H. LEIGH, Economic Crime in Europe, London School of Economics, Londres, 1980, pp. 1-14. La temprana traducción del libro de Sutherland por Rosa del Olmo no produjo, tampoco en lengua española, una gran progresión de trabajos de sociología del delito de cuello blanco.
(31) La democratización de la justicia dista de ser hoy una realidad. En este sentido es importante el desarrollo de la sociología del delito y más concretamente la investigación sobre los delitos de cuello blanco. He aquí algunas referencias bibliográficas complementarias que pueden ser útiles a quienes deseen profundizar más en este campo:

J. LUNDMAN Ed., Corporate and Governamental Deviance, Oxford University Press, Nueva York, 1978.
G. GEIS , I. y E. STOTLAND, White Collar Crime: Theory and Research, Sage Publications, Beverly Hills, 1983.
J. W. COLEMAN, The Criminal Elite.The Sociology of White Collar Crime, St. Martin's Press, Nueva York, 1988, 2 ed.
J. BRAITHWAITE, Transnational Corporations and Corruption: Towards some International Solutions, International Journal of the Sociology of Law, 7,1979,125-142.
H. C. BARNETT, Corporate Capitalism, Corporate Crime, Crime and Delinquency, January, 1981, 4-23.
J. BRAITHWAITE y G. GEISS, On Theory and Action for Corporate Crime Control, Crime and Delinquency, April,1982, 292-314. Michael R. GOTTFREDSON y Travis HIRSCHI, A general theory of crime, Stanford University Press, Stanford, 1990.